Colaboración de Paco Pérez
DIOS NO EXCLUYE, ACOGE
La
enfermedad atropella a las personas y, a veces, cuando se presenta causa mucho
dolor porque no es tratada igual en todas las culturas y por todas las
personas.
Cuando
Jesús estaba entre nosotros las
personas que tenían ceguera, lepra o eccemas sufrían, además, otro problema de más
gravedad, el rechazo social… ¿Por qué eran tan injustos con ellos?
Porque
las leyes civiles les prohibían
acercarse a quienes estaban sanos para así evitar los contagios y la religión porque los consideraba impuros.
Por ello les prohibían participar en las ceremonias religiosas, creían que la
enfermedad era el castigo que habían recibido por culpa de sus malas acciones y
que así no podían presentarse ante Dios.
Por
estas injusticias les negaban los derechos
más elementales, eran marginados por todos los de su entorno, no podían
ganarse la vida trabajando, no eran atendidos por la medicina de aquella época,
tenían que vestir con ropas en mal estado y la única opción que les quedaba
para poder comer algo era ejercer la mendicidad.
Una
persona así, antes y ahora, se puede desesperar con su situación y después
pensar que Dios la tiene abandonada cuando
la realidad es totalmente contraria pues está probado cómo trataba Jesús a estas personas, está en LUCAS 17, 11-16:
[Yendo
Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar
en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos
y a gritos le decían:
- «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo:
- «Id a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios.
Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando
a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole
gracias.
Éste era un samaritano.].
Todos
creyeron pero, después de ser curados, nueve siguieron su camino para cumplir
con las leyes y uno, el samaritano, no fue con ellos para cumplir con la ley religiosa
que los encorsetaba pues comprendió que Dios
había sido el autor de su curación y por eso regresó hasta el autor del milagro
para darle las gracias.
La
preocupación de Dios por los desfavorecidos
queda patente en el relato de Naamán,
en él se nos enseña que a ÉL no le importaba la grandeza que
había alcanzado el general en la guerra sino la pequeñez y humildad que había mostrado
cuando aceptó que una esclava le aconsejara acudir al profeta Eliseo para que lo curara y, como hizo
lo que le aconsejó ella, Dios lo
valoró y quedó curado.
Naamán reconoció lo
que había recibido e intentó hacer un regalo a Eliseo pero él no lo aceptó porque quienes hacen cosas buenas a los
demás es porque actúan sirviendo a Dios
y por el hecho de poder hacerle un bien a otros ya se sienten pagados.
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