Colaboración de Paco Pérez
¿QUÉ NOS ENSEÑÓ JESÚS SOBRE ELLA?
Siempre
se nos dijo que ORAR es hablar con
Dios para reconocerle quién es, abrirle nuestro corazón para mostrarnos como
somos, pedirle perdón por nuestros errores, darle las gracias por lo que nos ha
ayudado, expresarle la preocupación que tenemos por nuestra situación y la de
otras personas, asumir ante Él que no cumplimos… Jesús se retiraba solo a un
lugar apartado para ponerse en oración y lo hacía en silencio pero, a pesar de su
ejemplo, se nos han enseñado otros modelos de oración distintos al que Él
practicó… ¿Por qué?
Los
hombres, con frecuencia, convertimos la oración en un mercadeo porque nos
atrevemos a proponerle a Dios negociar la solución de nuestras necesidades.
Ocurre cuando nos olvidamos de que Él sabe bien cuáles son nuestras necesidades
y por dudar de esa realidad le pedimos sus favores a cambio de ofrecerle
nuestras promesas, las que cumpliremos si nos concede nuestra petición… ¿Podría ocurrir que esta forma es una ofensa
para el Padre por supeditar el cumplimiento de nuestra promesa a que recibamos su
ayuda? ¿No será mejor que empecemos
haciendo un sacrificio y se lo ofrezcamos antes de pedirle ayuda?
Si estuviéramos
convencidos de que somos sus hijos entonces mantendríamos una buena relación
paterno-filial con Él porque… ¿Qué hijo no confía en su padre?
Jesús, como judío,
conocía las costumbres oratorias de su pueblo pero Él prefería retirarse para
orar en soledad… ¿Qué sentido tiene conocer
cómo lo hacía Jesús y luego practicar, en casa o en el templo, rezos colectivos
en los que una persona, o un disco, proclama una parte y los reunidos repiten
la otra como loros?
Pagola nos orienta:
[La oración de Jesús no era un rezo mecánico ni una
repetición casi mágica de palabras. No hay que multiplicar fórmulas, como hacen
los paganos hasta “cansar” a los dioses, creyendo que así serán escuchados.
Basta con presentarse ante Dios como hijos necesitados.].
También
encontramos ayuda en Mateo 6, 5-6: [Cuando ores, no seas como los hipócritas, porque
ellos aman el orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para
ser vistos por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su
recompensa. Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y
ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará en público.].
Jesús, en Lucas 18, 9-14, nos muestra el formato
real del comportamiento de dos personajes de la sociedad judía de aquellos
tiempos cuando oraban. El fariseo, lo
hacía para alcanzar notoriedad social y para lograrla sólo se preocupaba de dar
buena imagen, se creía perfecto, despreciaba a los demás porque eran malos y se
presentaba confiado a Dios porque cumplía con las leyes. El
publicano, por su
profesión, no debía cumplir bien con los hombres, se presentó ante Dios reconociendo
cómo trabajaba, arrepentido de lo que hacía y pidiéndole que lo perdonara.
Los
que escuchaban a Jesús se
sorprendieron cuando Él les dijo que el publicano
era, de las dos personas que les presentó en oración, el que lo hizo bien.
Esta
parábola nos enseña que debemos acudir a Él confiados y humildes y no
despreciando, como hacía el fariseo, a los demás porque hacerlo así será la señal
inequívoca de cómo pensamos… ¡Nosotros los
buenos y los otros los malos!
Según
Jesús, al orar, debemos considerar a
Dios como un Padre que tiene presentes a todos sus hijos sin establecer diferencias
por razones de sexo, raza o posición social pues todos somos iguales. Lo que no
aceptará de nosotros es que si Jesús
nos liberó nosotros seamos ahora tan olvidadizos e ingratos que nos dediquemos a
explotar a los que más necesitan de nosotros y que aparquemos el acto de ayudarles
para otro momento.
Es
importante seguir el ejemplo de Pablo,
él respondió correctamente a la llamada de Dios y por esa razón cuando le llegó
la hora de partir se mostró sereno pues consideró que ya había realizado los
deberes que le había encomendado y que ahora sólo le quedaba esperar que le
llegara el momento de la partida para recibir el premio por haberlo hecho, igual
que le pasará a todos los que trabajen por la causa de Dios en su caminar
terrenal.
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