Colaboración de Paco Pérez
ADVIENTO II
Debemos
prepararnos actuando con alegría, eliminando los miedos que nos
atormentan, deseando cambiar nuestros actos y creyendo que nuestro encuentro futuro
con Dios está cada vez más cerca.
María supo escuchar la llamada del Padre y recibió con alegría el mensaje del ángel sobre la venida del Salvador.
El
anuncio que le hizo nos muestra cómo Dios
sabe elegir a las personas que reúnen las condiciones adecuadas para desempeñar
papeles importantes en el desarrollo de su plan. Ella había sido educada en una cultura, estaba desposada con José pero no entendía el anuncio que le
hacía sobre su futura maternidad porque aún no había convivido con él.
María tuvo que
tener una fe enorme para aceptar la propuesta que le hacía el ángel pues sabía bien
qué ocurría a las mujeres que cometían infidelidad.
Ella nos enseñó
que si caminamos rectos y sin miedo no nos importará cambiar nuestra practica de vida, lo hizo y Dios le concedió el premio de ser la madre de su Hijo.
¿Estamos dispuestos a cambiar y así estar
preparados para recibir al Mesías?
Sabemos
que la alegría es el motor de la
vida pero, en nuestros días, las circunstancias empujan a las personas a
sumergirse en la materialidad que se
ha instalado en la sociedad, ésta ha generalizado la relatividad y nos ha inoculado insatisfacción,
por eso no buscamos a Dios para que nos guíe y como
consecuencia de ello, como estamos perdidos, vagamos sin rumbo… ¿Por qué no reaccionamos a tiempo?
Porque
en nuestro interior estamos con déficit en la cuenta de principios morales y con superávit en la de las vaciedades que nos ofrece la inmoralidad de los tiempos a través de
los medios y de la convivencia social. Cuando caemos en este lodazal ya no
sabemos a qué agarrarnos, entonces nos invaden los miedos internos y externos,
descuidamos nuestra relación con Dios,
perdemos la confianza en Él y ya no
sabemos cómo salir del pozo en que estamos.
Si
somos sensatos, y creemos de verdad, no deberemos olvidar que Dios siempre estará esperándonos para escuchar nuestros argumentos, perdonarnos
y ayudarnos.
Junto
a Él todo nos irá mejor siempre que
no olvidemos que la alegría está en quienes
cultivan la paz interior y trabajan intentando mejorar el entorno familiar y
social. Para que ésta sea verdadera es necesario que brote con naturalidad de
nuestro interior y no podremos pedir a las personas que lo estén sin más pues quienes
lo intentan así fracasan debido a que sólo podrán ofrecernos risas huecas y
postizas.
La
verdadera alegría acompaña a quienes
desean trabajar para que la justicia
se imponga trabajando para que las personas vivan en libertad y convivan como
hermanos.
María nos enseñó cómo
vivirla escuchando a Dios y aceptando la misión de acoger en su seno a Jesús, el Salvador que ayudaría
a quienes padecerían la incomprensión de su entorno. Él nos enseñó, con su ejemplo, que ayudar a los demás es fuente de alegría.
Celebraremos
la Navidad correctamente si trabajamos
duro para cambiar pues, si lo hacemos así, entonces podremos ser unas personas
nuevas.
Desde
el comienzo de los tiempos las relaciones humanas han estado regidas por el
mismo patrón, alguien que organiza el funcionamiento de la sociedad estableciendo
una leyes y quienes deben respetarlas. Dios
regaló a Eva y Adán un lugar idílico para que vivieran pero debían respetar las
normas que les puso.
A
pesar de todo lo que recibieron, cuando los visitó la tentación, ésta les presentó como bueno lo que no era, ellos se
llenaron de egoísmo, le fallaron a Dios y, por culpa de su
decisión equivocada, sufrieron las consecuencias de su desobediencia e introdujeron
en la sociedad el mal, el sufrimiento y la muerte.
El
grave error de las personas está en colocar su propio interés por encima de las normas y en apartar a Dios de su vida. Estas
actuaciones ocasionan el sufrimiento injusto de otros, son los llamados daños colaterales. Quienes los reciben
no ven esta realidad, culpan a Dios
de sus problemas porque interpretan que Él
nos castiga y se olvidan de que no actúa haciendo el mal pero sí el bien.
Pablo nos recuerda
que las antiguas Escrituras se
escribieron para enseñarnos a todos los hombres que entre nuestra paciencia y el consuelo que se desprende de ellas podremos
mantener la esperanza en el futuro, actuar unidos para ayudarnos y así
todos juntos podremos alabar a Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario