sábado, 7 de diciembre de 2019

MARÍA NOS ENSEÑÓ EL CAMINO DE LA FE, CONFIANDO Y ACEPTANDO


Colaboración de Paco Pérez
ADVIENTO II
Debemos prepararnos actuando con alegría, eliminando los miedos que nos atormentan, deseando cambiar nuestros actos y creyendo que nuestro encuentro futuro con Dios está cada vez más cerca.
María supo escuchar la llamada del Padre y recibió con alegría el mensaje del ángel sobre la venida del Salvador.
El anuncio que le hizo nos muestra cómo Dios sabe elegir a las personas que reúnen las condiciones adecuadas para desempeñar papeles importantes en el desarrollo de su plan. Ella había sido educada en una cultura, estaba desposada con José pero no entendía el anuncio que le hacía sobre su futura maternidad porque aún no había convivido con él.

María tuvo que tener una fe enorme para aceptar la propuesta que le hacía el ángel pues sabía bien qué ocurría a las mujeres que cometían infidelidad.
Ella nos enseñó que si caminamos rectos y sin miedo no nos importará cambiar nuestra practica de vida, lo hizo y Dios le concedió el premio de ser la madre de su Hijo.
¿Estamos dispuestos a cambiar y así estar preparados para recibir al Mesías?
Sabemos que la alegría es el motor de la vida pero, en nuestros días, las circunstancias empujan a las personas a sumergirse en la materialidad que se ha instalado en la sociedad, ésta ha generalizado la relatividad y nos ha inoculado insatisfacción, por eso no buscamos a Dios para que nos guíe y como consecuencia de ello, como estamos perdidos, vagamos sin rumbo… ¿Por qué no reaccionamos a tiempo?
Porque en nuestro interior estamos con déficit en la cuenta de principios morales y con superávit en la de las vaciedades que nos ofrece la inmoralidad de los tiempos a través de los medios y de la convivencia social. Cuando caemos en este lodazal ya no sabemos a qué agarrarnos, entonces nos invaden los miedos internos y externos, descuidamos nuestra relación con Dios, perdemos la confianza en Él y ya no sabemos cómo salir del pozo en que estamos.
Si somos sensatos, y creemos de verdad, no deberemos olvidar que Dios siempre estará esperándonos para escuchar nuestros argumentos, perdonarnos y ayudarnos.
Junto a Él todo nos irá mejor siempre que no olvidemos que la alegría está en quienes cultivan la paz interior y trabajan intentando mejorar el entorno familiar y social. Para que ésta sea verdadera es necesario que brote con naturalidad de nuestro interior y no podremos pedir a las personas que lo estén sin más pues quienes lo intentan así fracasan debido a que sólo podrán ofrecernos risas huecas y postizas.
La verdadera alegría acompaña a quienes desean trabajar para que la justicia se imponga trabajando para que las personas vivan en libertad y convivan como hermanos.
María nos enseñó cómo vivirla escuchando a Dios y aceptando la misión de acoger en su seno a Jesús, el Salvador que ayudaría a quienes padecerían la incomprensión de su entorno. Él nos enseñó, con su ejemplo, que ayudar a los demás es fuente de alegría.
Celebraremos la Navidad correctamente si trabajamos duro para cambiar pues, si lo hacemos así, entonces podremos ser unas personas nuevas.
Desde el comienzo de los tiempos las relaciones humanas han estado regidas por el mismo patrón, alguien que organiza el funcionamiento de la sociedad estableciendo una leyes y quienes deben respetarlas. Dios regaló a Eva y Adán un lugar idílico para que vivieran pero debían respetar las normas que les puso.
A pesar de todo lo que recibieron, cuando los visitó la tentación, ésta les presentó como bueno lo que no era, ellos se llenaron de egoísmo, le fallaron a Dios y, por culpa de su decisión equivocada, sufrieron las consecuencias de su desobediencia e introdujeron en la sociedad el mal, el sufrimiento y la muerte.
El grave error de las personas está en colocar su propio interés por encima de las normas y en apartar a Dios de su vida. Estas actuaciones ocasionan el sufrimiento injusto de otros, son los llamados daños colaterales. Quienes los reciben no ven esta realidad, culpan a Dios de sus problemas porque interpretan que Él nos castiga y se olvidan de que no actúa haciendo el mal pero sí el bien.
Pablo nos recuerda que las antiguas Escrituras se escribieron para enseñarnos a todos los hombres que entre nuestra paciencia y el consuelo que se desprende de ellas podremos mantener la esperanza en el futuro, actuar unidos para ayudarnos y así todos juntos podremos alabar a Dios.

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