Colaboración de Paco Pérez
PILARES
DEL CRISTIANO
ADVIENTO III
Dios, desde el
comienzo de los tiempos, se preocupó de guiar a los hombres por mediación de
los profetas.
Isaías, cuando
estaba el pueblo cautivo en Babilonia, les
anunció la liberación y les aconsejó que, durante el regreso, se mostraran
fuertes y solidarios con quienes desfallecieran o tuvieran problemas físicos. También
les aclaró que la acción positiva que recibirían para volver a su tierra sería
propiciada por la intervención de Dios
y que ellos, por esa acción benefactora suya, deberían no temer nada, mostrarse
esperanzados y elevar su espiritualidad con la realización de buenas obras
con los demás.
Estos
planteamientos de actuación nos llenan de alegría y nos reconfortan porque
notaremos la presencia invisible de Dios.
Santiago nos pone como
ejemplo al agricultor, las acciones
que debe realizar sin desmayo para
que le vaya bien al cultivo y después esperar
y confiar en que los elementos
de la naturaleza intervengan para que los frutos sean buenos y abundantes.
Los
cristianos no solemos seguir esa dinámica, es decir, no nos acordamos de
cultivar nuestra responsabilidad con los demás pero cuando se nos presentan los
contratiempos salimos corriendo en busca de las ayudas celestiales y, además,
queriendo que se nos atienda con inmediatez.
El
pueblo estaba disconforme con quienes gobernaban sus destinos políticos porque
los tenían arruinados pero vivían con la esperanza
de que un día vendría el Mesías
anunciado para liberarlos de los opresores. Por esa razón, cuando apareció entre
ellos Juan “El Bautista” creyeron que
era el que esperaban y levantó una gran espectación
Juan presentó a Jesús cómo “Hijo de Dios” y denunció
el modelo caduco y corrupto que gobernaba los destinos de su pueblo. A pesar de
estas dos acciones no recibió de todos los hombres de su tiempo el mismo reconocimiento.
El
poder político sabía que sus palabras
estaban calando hondo entre la masa social de Israel y temieron que su mensaje de cambio creciera de manera
rápida y que el pueblo, influenciado por él y en el momento más inesperado, les
montara una revuelta y se convirtiera en un peligro para Roma. Quien pensó mal de él fue Herodes Antipas pues sólo se preocupó de librarse de él y nunca de
conocer su mensaje, por eso les ordenó que acabaran con su vida.
Quien
sí lo trató de manera correcta, a
pesar de las dudas que le planteó, fue Jesús.
Estando
Juan encarcelado dudó de Jesús y por eso le envió a sus
discípulos a preguntarle:
-
¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a
otro?
Tuvo
que ser duro para Jesús que Juan le hiciera esta pregunta si lo reconocido
cuando lo “Bautizó” en el Jordán, con estas palabras:
-
[Este es el cordero de Dios que quita el pecado del
mundo.].
A
pesar de todo, Jesús les respondió
así:
- Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y
oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los
sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena
Noticia.
¡Y dichoso el que no se escandalice
de mí!
No
les confirmó con un sí rotundo lo que fueron a preguntarle pero los remitió a
las huellas de su obra.
Han
pasado dos mil años y nosotros seguimos esperando
que Jesús nos diga que sí es el Mesías y por eso seguimos pidiendo
cuando tenemos problemas, a las imágenes de las diferentes advocaciones, su
intermediación ante Él.
Si
actuamos así con Él es porque tenemos
dudas como Juan “El Bautista” y necesitamos aclararlas…
¿O es que no queremos ver lo que está en la Biblia desde hace muchos años?
Jesús, cuando se
marcharon los mensajeros de Juan,
siguió hablándoles de él en estos términos:
-
Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces… ¿a qué
salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta; él
es de quien está escrito: [Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare
el camino ante ti].
Os aseguro que no ha nacido de mujer
uno más grande que el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos
es más grande que él.
Estas
últimas palabras de Jesús sirvieron
para confirmar que Juan era un
profeta pero no uno cualquiera, el más grande de todos los nacidos de mujer.
Con
Jesús, la predicación del Reino dio un giro radical pues se pasó
de profetizar los hechos, lo que haría
el Mesías cuando viniera, a mostrarlos de una manera real y visible, es decir, hacerlos:
- Los ciegos ven y los inválidos
andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a
los pobres se les anuncia la Buena Noticia.
Jesús, con su
ejemplo, les enseñaba el camino del Reino
y lo que hacía era porque amaba mucho a
los demás… ¿Lo hacemos?
Él no juzgaba la conducta de las personas, los
perdonaba y les pedía que no lo hicieran más. Nosotros, todavía no hemos aprendido esa lección y nos dedicamos a
todo lo contrario que Él hacía… ¡Juzgamos lo que hacen los demás sin miramientos y
los condenamos!
Jesús les enseñaba
que el Padre amaba a todos los
hombres y la prueba de su afirmación estaba en que envió a su Hijo al mundo para que las personas,
por Él, se salvaran.
Por
todo esto, el apóstol Santiago nos
enseña a esperar la llegada del momento
final con ilusión; a tener en el tránsito paciencia
y aceptación con los
inconvenientes que nos ocurran y a tener confianza
en Dios para superarlos.
Tendremos
que poner en marcha este conjunto de actuaciones para esperar la llegada del Señor, pues no sabemos cuándo ocurrirá.
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