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martes, 19 de mayo de 2020

CONVERSANDO CON DOÑA CURIOSIDAD…


Colaboración de Paco Pérez
¡O, CON EL PRIMERO QUE PASE!
Me encontraba sentado frente al ordenador y, durante unos minutos, permanecí inactivo porque había acabado un escrito y no tenía ganas de seguir junto a mi fiel amigo. En esa inusual escena permanecí un buen rato pues meditaba qué debía hacer después  porque no veía con claridad qué camino tomaría. Me di cuenta pronto de que la apatía mostrada no iba a ser una buena consejera para tomar la decisión acertada pero, de manera instintiva, miré hacia la ventana y comprobé que ya estaba atardeciendo, ambas realidades hicieron que en ese momento decidiera que ya no era hora de empezar algo nuevo y a continuación comencé a sentirme sumamente aburrido, yo afirmaría que nunca había estado así delante de él. Reaccioné y me convencí de que en ese momento lo mejor era darme un paseo por el patio para relajar la tensión de los músculos y del espíritu, lo hice pero no lo conseguí y entonces retorné para apagarlo pues era lo mejor.

Una vez realizada la acción esperé que acabara el proceso de apagado y, mientras se ejecutaba, continué sentado frente a él y mientras ocurría comencé a meditar sobre el posible origen de esa nueva vivencia y llegué a la conclusión de que estuvo ocasionada por llevar demasiados días encerrado y repitiendo el mismo programa de acciones con la sana intención de acabar sin secuelas anímicas el dichoso confinamiento y que por esa razón pasaba más horas de las habituales tecleando pero entonces vi con claridad que lo que hacía dejó de ser voluntario y agradable para convertirse, sin ser yo consciente de ello, en obligatorio… ¡Por eso no me resultó ese día placentero y se convirtió en algo no deseado! ¡Y todo por culpa del enemigo invisible, “Covid19”!
Cuando estaba en esa situación entró mi esposa, hablamos de varios temas y concluida la conversación me preguntó:
- ¿Qué te apetece cenar esta noche?
Intercambiamos propuestas y, cuando ya habíamos decidido qué íbamos a tomar, se despidió pero antes de abandonar la estancia se frenó en seco y me formuló esta otra interrogante:
- ¿No te cansas del ordenador?
La inesperada pregunta se sumó al estado anímico personal que vivía en ese preciso momento y me originó una situación de rebeldía interior fugaz, pero me repuse a tiempo, y le dije:
- Sabes bien que es un instrumento muy útil para no aburrirme – lo hice con la máxima amabilidad y comprensión.
Antes de marcharse me pidió con ternura:
- No tardes.
Lo que no supe descifrar es si el formato empleado como respuesta fue para seguir en la misma línea de mis palabras o porque le aburría escuchar siempre la misma respuesta o similar cuando me hacía la misma pregunta.
- Ya mismo recojo, bajo y te ayudo –le respondí.
Sabemos bien que es un tema de diálogo muy recurrente en nuestros tiempos pero me sentí feliz porque vi en ella una respuesta comprensiva y yo, en reconocimiento silencioso hacia esa actitud, decidí que ese día el ordenador se apagaba ya pero también es verdad que lo hice porque la situación descrita me había llevado unos momentos antes a tomar la decisión de bajar el telón. Ordené la mesa y cumplí lo prometido.
Cuando estábamos cenando, me habló del programa televisivo que pensaba ver después pues en él se entrevistaría a un personaje de la política española. A esas horas del día lo único que me apetece ver en TV es una película y me da igual la temática. Llevo un tiempo así porque no deseo, a esas horas, volver a escuchar más mentiras y, para evitar ese martirio, se me ocurrió proponerle ver en el ordenador una que tenía grabada en el pendrive. No le debió ilusionar mucho la propuesta porque se limitó a no contestar y a conectar con la cadena en que emitían la entrevista.
Acabada la cena, como no estaba dispuesto a sentarme frente al TV para presenciar la escenificación que haría el personaje de sus conveniencias particulares o de partido, que no es igual que decir la verdad, me marché al baño para afeitarme y lavarme los dientes. Después enchufé el ordenador, puse el pendrive en la torre y como la película tampoco me enganchó pues, empujado por esas dos realidades, abrí un documento Word, y comencé a escribir. Nada más empezar escuché una voz, creí que era mi esposa y me giré pero seguía estando solo y continué con lo que empezaba en esos momentos. Unos segundos después la voz se escuchó otra vez, comenzó a conversar conmigo y lo hacía con formas muy educadas, como si nos conociéramos desde siempre:
- Me tiene muy intrigada desde que no ha querido presenciar la entrevista al político, la película no le ha gustado, ha vuelto a enchufar el ordenador y ahora va a escribir… ¿Qué le pasa a usted, no decía hace una hora que estaba cansado de lo mismo?
– Pero… ¿Quién me habla en estos términos tan correctores?
- Mire, los amigos y conocidos me llaman Curiosidad y usted puede dirigirse a mí como más le guste.
- Bueno, doña Curiosidad, porqué no empezó diciendo algo, aunque hubiera sido…  ¡Buenas noches, tíolos broches”!
- Lleva usted razón, así nos hubiéramos reído algo pero no pierda el tiempo dando vueltas a la farola.
Como no me gustó que se entrometiera en mi tranquilidad y que encima me saliera por los “cerros de Úbeda” pues reflexioné y pasé al ataque:
- Tenga en cuenta que sus formas de presentarse molestan a la persona abordada, tiene que ponerse en mi lugar.
- Eso le digo yo a usted, póngase en el mío y contésteme rápido pues de lo contrario los nervios me jugarán una mala pasada.
Ella no se dio por enterada, continuó con agresividad y yo opté por seguir dialogando en un tono amable porque de lo contrario acabaríamos de mala manera:
- Casi nadie se muestra comprensivo, incluida usted, con quienes se nos ponen enfrente a dialogar o con quienes a diario conviven a nuestro lado. Hay una realidad, la ausencia de comprensión es la que le ha causado a usted su agresividad y no yo, señora Curiosidad… ¿Me equivoco?
- Exactamente, esa palabreja se quedó obsoleta en otros tiempos y ahora vive muy aislada porque las personas consideran que usarla carece de sentido en un mundo donde no se dialoga sino que se impone con fuerza la opinión que más impacto causa a la sociedad, aunque sea la peor.
La verdad, me dejó un poco aturdido con su explicación y le respondí con un sin sentido para salir del paso:
- Mi ordenador tiene dentro una realidad pero si intentamos verla nos llevaría a otra realidad y ésta a otra… ¡Ahora le explicaré la que le interesa!
- Sííííííííí, no demore más su aclaración, por favor – se mofó ella.
- Hace unos meses me compré un ordenador y el vendedor me engañó… ¿Comprende mejor mi mensaje?
- ¡Ahora sí que estoy hecha un lío liote pero siga, siga!
- Ese señor me engañó porque me ha puesto un sistema operativo no original.
Ella, sintiéndose perdida, me siguió la corriente diciendo:
- Si para explicarme “UNA REALIDAD” me mete este lío… ¿qué hubiera ocurrido si decide explicarme la “REALIDAD”, de la REALIDAD”, de la “REALIDAD”…?
Entonces seguí por ese atajo para acabar el lío en el que ella me había metido:
- Quiero decirle que, a veces, no puedo hacer las cosas que yo necesito en él. Ver una película, por ejemplo.
- ¿Y todo ese lío para esa cosa tan sencilla?
- Doña Curiosidad porque usted no ha tenido PACIENCIA para escucharme y comprenderme mejor.
- Cuénteme ya las otras que ahora voy a intentar ser más comprensiva con usted y le prometo que esta vez sí tendré con usted toda la Paciencia que me reclama y que no tuve antes.
- Mañana, esta noche me ha sacado usted de mis casillas y he decidido que me voy ya en busca del catre. Le he dicho esta palabreja porque no le resultará también obsoleta o desconocida pues usted también debe tener el DNI algo amarillo… ¿O no?
- Que descanse señor Paco, lo necesita.
- Igualmente, señora.

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