Colaboración de Paco Pérez
¡O,
CON EL PRIMERO QUE PASE!
Me
encontraba sentado frente al ordenador y, durante unos minutos, permanecí
inactivo porque había acabado un escrito y no tenía ganas de seguir junto a mi
fiel amigo. En esa inusual escena permanecí un buen rato pues meditaba qué debía
hacer después porque no veía con
claridad qué camino tomaría. Me di cuenta pronto de que la apatía mostrada no
iba a ser una buena consejera para tomar la decisión acertada pero, de manera
instintiva, miré hacia la ventana y comprobé que ya estaba atardeciendo, ambas
realidades hicieron que en ese momento decidiera que ya no era hora de empezar
algo nuevo y a continuación comencé a sentirme sumamente aburrido, yo afirmaría
que nunca había estado así delante de él. Reaccioné y me convencí de que en ese
momento lo mejor era darme un paseo por el patio para relajar la tensión de los
músculos y del espíritu, lo hice pero no lo conseguí y entonces retorné para apagarlo
pues era lo mejor.
Una
vez realizada la acción esperé que acabara el proceso de apagado y, mientras se
ejecutaba, continué sentado frente a él y mientras ocurría comencé a meditar
sobre el posible origen de esa nueva vivencia y llegué a la conclusión de que
estuvo ocasionada por llevar demasiados días encerrado y repitiendo el mismo
programa de acciones con la sana intención de acabar sin secuelas anímicas el
dichoso confinamiento y que por esa razón pasaba más horas de las habituales tecleando
pero entonces vi con claridad que lo que hacía dejó de ser voluntario y
agradable para convertirse, sin ser yo consciente de ello, en obligatorio… ¡Por eso no me resultó ese día placentero y
se convirtió en algo no deseado! ¡Y
todo por culpa del enemigo invisible, “Covid19”!
Cuando
estaba en esa situación entró mi esposa, hablamos de varios temas y concluida
la conversación me preguntó:
-
¿Qué te apetece cenar esta noche?
Intercambiamos
propuestas y, cuando ya habíamos decidido qué íbamos a tomar, se despidió pero
antes de abandonar la estancia se frenó en seco y me formuló esta otra interrogante:
-
¿No te cansas del ordenador?
La
inesperada pregunta se sumó al estado anímico personal que vivía en ese preciso
momento y me originó una situación de rebeldía interior fugaz, pero me repuse a
tiempo, y le dije:
-
Sabes bien que es un instrumento muy útil para no aburrirme – lo hice con la
máxima amabilidad y comprensión.
Antes
de marcharse me pidió con ternura:
-
No tardes.
Lo
que no supe descifrar es si el formato empleado como respuesta fue para seguir
en la misma línea de mis palabras o porque le aburría escuchar siempre la misma
respuesta o similar cuando me hacía la misma pregunta.
-
Ya mismo recojo, bajo y te ayudo –le respondí.
Sabemos
bien que es un tema de diálogo muy recurrente en nuestros tiempos pero me sentí
feliz porque vi en ella una respuesta comprensiva y yo, en reconocimiento
silencioso hacia esa actitud, decidí que ese día el ordenador se apagaba ya
pero también es verdad que lo hice porque la situación descrita me había
llevado unos momentos antes a tomar la decisión de bajar el telón. Ordené la
mesa y cumplí lo prometido.
Cuando
estábamos cenando, me habló del programa televisivo que pensaba ver después pues
en él se entrevistaría a un personaje de la política española. A esas horas del
día lo único que me apetece ver en TV es una película y me da igual la temática.
Llevo un tiempo así porque no deseo, a esas horas, volver a escuchar más
mentiras y, para evitar ese martirio, se me ocurrió proponerle ver en el
ordenador una que tenía grabada en el pendrive. No le debió ilusionar mucho la
propuesta porque se limitó a no contestar y a conectar con la cadena en que
emitían la entrevista.
Acabada
la cena, como no estaba dispuesto a sentarme frente al TV para presenciar la
escenificación que haría el personaje de sus conveniencias particulares o de
partido, que no es igual que decir la verdad, me marché al baño para afeitarme
y lavarme los dientes. Después enchufé el ordenador, puse el pendrive en la torre y como la película
tampoco me enganchó pues, empujado por esas dos realidades, abrí un documento
Word, y comencé a escribir. Nada más empezar escuché una voz, creí que era mi
esposa y me giré pero seguía estando solo y continué con lo que empezaba en
esos momentos. Unos segundos después la voz se escuchó otra vez, comenzó a
conversar conmigo y lo hacía con formas muy educadas, como si nos conociéramos
desde siempre:
-
Me tiene muy intrigada desde que no ha querido presenciar la entrevista al
político, la película no le ha gustado, ha vuelto a enchufar el ordenador y
ahora va a escribir… ¿Qué le pasa a
usted, no decía hace una hora que estaba cansado de lo mismo?
–
Pero… ¿Quién me habla en estos términos
tan correctores?
-
Mire, los amigos y conocidos me llaman Curiosidad
y usted puede dirigirse a mí como más le guste.
-
Bueno, doña Curiosidad, porqué no
empezó diciendo algo, aunque hubiera sido…
¡Buenas noches, tío “los broches”!
-
Lleva usted razón, así nos hubiéramos reído algo pero no pierda el tiempo dando
vueltas a la farola.
Como
no me gustó que se entrometiera en mi tranquilidad y que encima me saliera por
los “cerros de Úbeda” pues reflexioné
y pasé al ataque:
-
Tenga en cuenta que sus formas de presentarse molestan a la persona abordada,
tiene que ponerse en mi lugar.
-
Eso le digo yo a usted, póngase en el mío y contésteme rápido pues de lo
contrario los nervios me jugarán una mala pasada.
Ella
no se dio por enterada, continuó con agresividad y yo opté por seguir
dialogando en un tono amable porque de lo contrario acabaríamos de mala manera:
-
Casi nadie se muestra comprensivo, incluida
usted, con quienes se nos ponen
enfrente a dialogar o con quienes a diario conviven a nuestro lado. Hay una
realidad, la ausencia de comprensión
es la que le ha causado a usted su agresividad y no yo, señora Curiosidad… ¿Me equivoco?
-
Exactamente, esa palabreja se quedó obsoleta en otros tiempos y ahora vive muy
aislada porque las personas consideran que usarla carece de sentido en un mundo
donde no se dialoga sino que se impone con fuerza la opinión que más impacto
causa a la sociedad, aunque sea la peor.
La
verdad, me dejó un poco aturdido con su explicación y le respondí con un sin
sentido para salir del paso:
-
Mi ordenador tiene dentro una realidad pero si intentamos verla nos llevaría a
otra realidad y ésta a otra… ¡Ahora le
explicaré la que le interesa!
-
Sííííííííí, no demore más su aclaración, por favor – se mofó ella.
-
Hace unos meses me compré un ordenador
y el vendedor me engañó… ¿Comprende mejor mi mensaje?
-
¡Ahora sí que estoy hecha un lío liote
pero siga, siga!
-
Ese señor me engañó porque me ha puesto un sistema operativo no original.
Ella,
sintiéndose perdida, me siguió la corriente diciendo:
-
Si para explicarme “UNA REALIDAD” me
mete este lío… ¿qué hubiera ocurrido si decide explicarme la “REALIDAD”, de la REALIDAD ”,
de la “REALIDAD”…?
Entonces
seguí por ese atajo para acabar el lío en el que ella me había metido:
-
Quiero decirle que, a veces, no puedo hacer las cosas que yo necesito en él.
Ver una película, por ejemplo.
-
¿Y todo ese lío para esa cosa tan sencilla?
-
Doña Curiosidad porque usted no ha
tenido PACIENCIA para escucharme y comprenderme
mejor.
-
Cuénteme ya las otras que ahora voy a intentar ser más comprensiva con usted y
le prometo que esta vez sí tendré con usted
toda la Paciencia que me reclama y
que no tuve antes.
-
Mañana, esta noche me ha sacado usted de mis casillas y he decidido que me voy
ya en busca del catre. Le he dicho esta palabreja porque no le resultará
también obsoleta o desconocida pues usted también debe tener el DNI algo
amarillo… ¿O no?
-
Que descanse señor Paco, lo necesita.
-
Igualmente, señora.
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