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sábado, 27 de junio de 2020

EL DISCÍPULO


Colaboración de Paco Pérez
REQUISITOS PARA SERLO
Desde la antigüedad, se consideraba un “discípulo” a la persona que aprendía una doctrina, ciencia o arte con las enseñanzas de un maestro.
En la Biblia nos encontramos esa figura en diferentes momentos de la historia y, como es lógico, con personajes distintos. Jesús perteneció a ese grupo de seres extraordinarios que atraían desde el primer momento a las personas de todos los lugares y de todas las clases sociales porque decía y hacía algo diferente a lo que ellos estaban acostumbrados.
Entre Él y los maestros que dejaron huella siempre hubo cosas comunes y cosas diferentes:

1.- Tuvieron en común que enseñaban y estaban rodeados de discípulos.
2.- Se diferenciaron en que Jesús enseñó, profetizó, curó a los enfermos y eligió a sus discípulos pero los otros maestros no, sólo se preocupaban de enseñar a los que acudían a ellos y éstos los buscaban atraídos por el deseo de aprender.
Con Jesús, el ser “discípulo” adquirió un perfil de compromiso personal muy grande por lo que debían hacer después de aceptar su llamada, de ahí que tomar esa decisión no fuera fácil pues las ataduras del modelo familiar y social que entonces había debían dejarlas atrás.
Por esa condición previa, imprescindible, la llamada de Jesús fue atendida por unos pocos, y le siguieron de inmediato, pero otros no se fueron tras Él… ¿Por qué?
Ocurrió así porque antes de que tomaran la decisión final les hablaba de los peligros que podían afectarles, no los engañaba: Salvar o perder su vida; renunciar a sus planes familiares, profesionales, aficiones o costumbres, las seguridades materiales y no hacer caso a la incomprensión familiar y social que recibirían después. Luego, seguirle nos obliga a tomar unas decisiones muy duras pues tendremos que llevar una vida libre pero sin las ataduras de la materialidad y el egoísmo.
En Mateo 10, 37-39 se nos aclara lo anterior:
[En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
- El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí.].

Abandonar a los padres, familiares, trabajo… Entonces, era una decisión que se interpretaba muy mal porque los mayores siempre eran atendidos en sus necesidades y sus opiniones eran muy respetadas.
El profeta Eliseo, un hombre de Dios que tenían una fe y un convencimiento únicos, en su labor misionera protagonizó en un pueblo una escena en la que se nos enseña cómo debemos comportarnos con las personas desconocidas, acoger a quienes se nos acerquen porque es un deber y no porque somos calculadores y pensamos en qué nos conviene más en ese momento o más adelante.
Una familia lo acogía en su casa cuando él pasaba por su poblado, es un ejemplo de ayuda desinteresada hacia quienes lo necesitan y también nos ayuda a ver con claridad que Dios, en este caso por mediación de Eliseo, siempre ayuda de manera invisible a quienes saben hacerlo bien con los necesitados. Eran mayores, no tenían hijos y él les anunció su próxima paternidad.






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