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martes, 22 de septiembre de 2020

CURAS EN MI PUEBLO

Colaboración de Paco Pérez

D. ANTONIO GÓMEZ MARTÍNEZ Y
D. SEBASTIÁN MARTÍNEZ QUESADA
En Villargordo, unos años antes de la Guerra Civil, dos sacerdotes guiaban la vida espiritual de nuestras gentes: D. Antonio, como “prior”, y D. Sebastián, su coadjutor, a éste lo acompañaban su madre y la hermana.
D. Antonio vivió en una casa de la calle Campanas, la que más tarde sería propiedad de Juan Trinidad García El Campanero” y Fernanda Ruiz Almagro, su esposa. En aquellos años la labor de sacristán era ejercida por Juan José García, abuelo de Juan Trinidad.  Este señor también vivía en una casa de la misma calle, hacía esquina y estaba en la misma acera que la casa del “prior”, unas cuantas casas más abajo. Con el paso de los años esa vivienda se partió para sus dos hijos, Juan José GarcíaNina” y Miguel GarcíaEl Maestro Miguel”. La de éste hacía esquina y actualmente es propiedad de María DoloresLa de Novelta”, residente en Barcelona. La otra parte fue heredada por Juan Trinidad y actualmente está habitada por la familia de su hijo, Juan José García Ruiz, el actual propietario.
Parece ser que el “prior” y el “sacristán” tenían una gran amistad y por esa razón el segundo se pasaba todos los días, después de almorzar, por la casa del cura y se marchaban al “Casino” que en aquellas fechas había en los bajos del edificio donde estaban las oficinas del Sindicato Obrero Católico, inmueble que, con el paso de los años, acabó siendo demolido y en su solar se construyó el edificio donde está ahora el Ayuntamiento.
Los dos amigos acudían para tomar el café, charlar con los conocidos y para jugar al dominó.
El señor que servía en ese establecimiento se llamaba Victoriano, era abuelo de AntonioEl zapatero”, tenía minusvalía en una de sus piernas, razón por la que estaba un poco cojo y tenía que usar garrota al andar. Me contó en más de una ocasión Joselillo Carretero López, mi querido e inolvidable primo, que cuando le pedían los clientes que les sirviera unas copas de anís o de coñac la figura que mostraba para servirlos era inolvidable: La botella del licor la transportaba secuestrada en el sobaco del brazo con el que manejaba la gancha; las copas las colocaba juntas, le metía un dedo a cada una en su interior y presionaba fuerte sobre todo el conjunto. Cuando llegaba a la mesa donde estaban los clientes primero soltaba las copas y después la botella del licor. El siguiente paso era muy gracioso pues las aseaba antes de echarles el licor y para ello cogía las copas, una a una, se la ponía en la boca, exhalaba el aliento en su interior para humedecer las paredes y con el harapo (la parte baja de la camisa blanca que usaba para vestir), haciendo de paño, las limpiaba.
A pesar de estas acciones poco higiénicas el “prior”, su amigo el “sacristán” y los otros vecinos del pueblo acudían a la tertulia cafetera todos los días porque se lo pasaban bien con las incidencias del juego y con las cosillas graciosas que les contaba o hacía el bueno de Victoriano.
Parece ser que este señor tenía una hija que se marchó a Bilbao para buscar trabajo con su familia y hacía ya bastante tiempo que no se habían visto. Por esa razón un día recibió en su domicilio un “aviso de conferencia”, el procedimiento habitual de aquellos tiempos para hablar por teléfono en el pueblo, y en él se le comunicaba al señor Victoriano la hora en que se debía personar en la centralita del teléfono para hablar con un familiar de Bilbao. Acudió de manera puntual y durante la conversación que mantuvieron padre e hija se lamentaron ambos de estar tan lejos y de no poder verse con frecuencia, razón por la que en un momento del diálogo Victoriano le dijo estas palabras que se supieron después porque las contó él a los clientes:
- ¡Papa, tengo muchas ganas de veros y abrazaros! –le dijo la hija.
- ¡Y nosotros también queremos verte y abrazarte! –le contestó él.
Continuaron hablando en esa dinámica y en un momento de la conversación Victoriano no pudo resistir más la pena que tenía, comenzó a llorar, la hija también y él, presa de la desesperación, le dijo:
- ¡Hija mía, no llores más, agárrate al hilo del teléfono que le voy a dar un tirón y vas a estar ya mismo en Villargordo!
Cuando acababan la partida regresaban a casa y ya se despedían hasta el día siguiente en el que muy temprano se volvían a ver en el templo parroquial para las labores propias de la liturgia del día.
En aquellos tiempos D. Pedro Sandoica Granados era quien tocaba el órgano y dirigía el coro parroquial que logró formar con las muchachas.
Me comentó Paca AlmagroLa Tita Paca” que su tía Fernanda cantaba en el coro y que lo hacía de manera angelical pero que un día se despistó y no siguió la letra. Cuando acabaron, D. Pedro le quitó importancia a lo sucedido y dijo a las muchachas:
- Hoy, Fernanda no estaba concentrada con la música porque se mostraba muy distraída con lo que se hacía en el altar.
Les dijo estas palabras porque ella ya estaba muy pendiente de Juan Trinidad, el nuevo sacristán, el que después fue su marido.
Este cargo lo recibió cuando el viejo sacristán se jubiló, el que debió sustituirlo fue su hijo “Nina” pero acordó con el prior que no fuera así y que lo hiciera Juan Trinidad, el nieto… ¿Por qué tomaron ese acuerdo?
Porque su hijo Nina era tartajoso y tenían que evitar que algún día su problema se pudiera convertir en un cachondeo durante alguna celebración religiosa. Esta componenda demuestra lo unidos que estuvieron los dos amigos durante los años en que vivió con nosotros D. Antonio, relaciones que se rompieron bruscamente sin desearlo, cuando en España empezaron las revueltas previas a la Guerra Civil. El “prior” tenía en Málaga un sobrino que era médico y, como los sacerdotes eran perseguidos y asesinados entonces por el simple hecho de serlo, el doctor vino al pueblo para llevarse a D. Antonio, ya no se supo en nuestro pueblo nada más de él.
Durante el tiempo que estuvo entre nosotros él fue quien movió la construcción de la “casa de los curas”, hoy “Juan pablo II” y reconvertida en edificio parroquial multiusos, y, cuando estuvo acabada, se trasladó a vivir a ella hasta que se marchó.
El “sacristán”, cuando vio la situación lamentable que se venía encima, cogió los documentos que había en el “Archivo Parroquial”, los metió en sacos y se los llevó a su casa. Como las acciones que cometían eran graves se asustó, lo pensó mejor y los llevó a la casa del cura para no buscarse problemas. Allí estuvieron un tiempo encerrados y a salvo pero un grupo de milicianos entraron en ella y los destruyeron en el corralillo de la sacristía. Durante algún tiempo quedaron desperdigados por allí restos de ellos y cuando las personas pasaban por la calle Campanas se los encontraban en el suelo porque el aire los volaba, ellas los cogían y entonces descubrían que eran asientos de los matrimonios o de los bautismos de algunas personas conocidas.
Estas realidades hicieron que los comentarios posteriores nos legaran la evidencia de sus acciones destructoras y con ellas se ocasionaron la desaparecieron de los únicos documentos oficiales que había en nuestro pueblo, así impidieron que nuestro legado documental histórico se conservara.
La casa del viejo sacristán tenía un sótano, todavía existe, y en él escondió el anciano sacristán algunas cosas del templo: Una “Cruz plateada” y unos “Corporales”. Allí estuvieron escondidos y se pudieron salvar de la barbarie destructiva que aplicaban a las cosas religiosas.
El señor Juan José GarcíaNina” tenía la profesión de “zapatero” para dar de comer a sus hijos y, además, en los periodos de recolección de la aceituna trabajaba en una almazara local como “maestro”. Pero por lo que pasó a la historia local no fue por su labor profesional… ¡Lo fue por gustarle el vino!
Hay una frase popular entre los villargordeños que es muy usada cuando se quiere acusar a otra persona de bebedora:
- ¡Anda, que te gusta el vino más que a “Nina”!
Su esposa se llamaba Sofía y, como suele ocurrir en todos los matrimonios, la comida del día suele ser con frecuencia objeto de discrepancias o de follón, según estén los ánimos de los comensales que hay alrededor de la mesa y de lo poco o mucho que les guste el menú.
Según me comentó la “tita Paca”, al señor “Nina” le escuchó ella repetir en más de una ocasión la misma expresión sobre una comida:
- Sooofía… ¿Oootraaa veeez tooomaaates cooon pooorras?
Así llamaba él a una comida muy buena y popular de nuestro pueblo, sobre todo en época estival: Los tomates fritos con berenjenas.

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