Colaboración de Paco Pérez
D. ANTONIO GÓMEZ MARTÍNEZ Y
D. SEBASTIÁN MARTÍNEZ QUESADA
En
Villargordo, unos años antes de la Guerra Civil, dos sacerdotes guiaban la
vida espiritual de nuestras gentes: D.
Antonio, como “prior”, y D. Sebastián, su coadjutor, a éste lo acompañaban su madre y la hermana.
D. Antonio vivió en una
casa de la calle Campanas, la que más
tarde sería propiedad de Juan Trinidad
García “El Campanero” y Fernanda Ruiz Almagro, su esposa. En
aquellos años la labor de sacristán
era ejercida por Juan José García, abuelo de Juan Trinidad. Este señor también
vivía en una casa de la misma calle, hacía esquina y estaba en la misma acera
que la casa del “prior”, unas
cuantas casas más abajo. Con el paso de los años esa vivienda se partió para
sus dos hijos, Juan José García “Nina” y Miguel García “El Maestro
Miguel”. La de éste hacía esquina y actualmente es propiedad de María Dolores “La de Novelta”, residente en Barcelona. La otra parte fue heredada
por Juan Trinidad y actualmente está
habitada por la familia de su hijo, Juan
José García Ruiz, el actual propietario.
Parece
ser que el “prior” y el “sacristán” tenían una gran amistad y
por esa razón el segundo se pasaba todos los días, después de almorzar, por la
casa del cura y se marchaban al “Casino”
que en aquellas fechas había en los bajos del edificio donde estaban las
oficinas del Sindicato Obrero Católico,
inmueble que, con el paso de los años, acabó siendo demolido y en su solar se
construyó el edificio donde está ahora el Ayuntamiento.
Los
dos amigos acudían para tomar el café, charlar con los conocidos y para jugar al
dominó.
El
señor que servía en ese establecimiento se llamaba Victoriano, era abuelo de Antonio
“El zapatero”, tenía minusvalía en
una de sus piernas, razón por la que estaba un poco cojo y tenía que usar
garrota al andar. Me contó en más de una ocasión Joselillo Carretero López, mi querido e inolvidable primo, que
cuando le pedían los clientes que les sirviera unas copas de anís o de coñac la
figura que mostraba para servirlos era inolvidable: La botella del licor la transportaba secuestrada en el sobaco del
brazo con el que manejaba la gancha; las copas
las colocaba juntas, le metía un dedo a
cada una en su interior y presionaba
fuerte sobre todo el conjunto. Cuando llegaba a la mesa donde estaban los
clientes primero soltaba las copas y después la botella del licor. El siguiente
paso era muy gracioso pues las aseaba antes de echarles el licor y para ello cogía
las copas, una a una, se la ponía en la boca, exhalaba el aliento en su
interior para humedecer las paredes y con el harapo (la parte baja de la camisa
blanca que usaba para vestir), haciendo de paño, las limpiaba.
A
pesar de estas acciones poco higiénicas el “prior”, su amigo el “sacristán”
y los otros vecinos del pueblo acudían a la tertulia cafetera todos los días porque
se lo pasaban bien con las incidencias del juego y con las cosillas graciosas
que les contaba o hacía el bueno de Victoriano.
Parece
ser que este señor tenía una hija que se marchó a Bilbao para buscar trabajo
con su familia y hacía ya bastante tiempo que no se habían visto. Por esa razón
un día recibió en su domicilio un “aviso
de conferencia”, el procedimiento habitual de aquellos tiempos para hablar
por teléfono en el pueblo, y en él se le comunicaba al señor Victoriano la hora en que se debía
personar en la centralita del teléfono para hablar con un familiar de Bilbao. Acudió de manera puntual y durante
la conversación que mantuvieron padre e hija se lamentaron ambos de estar tan
lejos y de no poder verse con frecuencia, razón por la que en un momento del
diálogo Victoriano le dijo estas
palabras que se supieron después porque las contó él a los clientes:
-
¡Papa, tengo muchas ganas de veros y
abrazaros! –le dijo la hija.
-
¡Y nosotros también queremos verte y abrazarte!
–le contestó él.
Continuaron
hablando en esa dinámica y en un momento de la conversación Victoriano no pudo resistir más la pena
que tenía, comenzó a llorar, la hija también y él, presa de la desesperación,
le dijo:
-
¡Hija mía, no llores más, agárrate al
hilo del teléfono que le voy a dar un tirón y vas a estar ya mismo en
Villargordo!
Cuando
acababan la partida regresaban a casa y ya se despedían hasta el día siguiente
en el que muy temprano se volvían a ver en el templo parroquial para las
labores propias de la liturgia del día.
En
aquellos tiempos D. Pedro Sandoica
Granados era quien tocaba el órgano
y dirigía el coro parroquial que logró formar con las muchachas.
Me
comentó Paca Almagro “La Tita Paca” que su tía Fernanda cantaba en el coro y que lo
hacía de manera angelical pero que un día se despistó y no siguió la letra.
Cuando acabaron, D. Pedro le quitó
importancia a lo sucedido y dijo a las muchachas:
-
Hoy, Fernanda no estaba concentrada
con la música porque se mostraba muy distraída con lo que se hacía en el altar.
Les
dijo estas palabras porque ella ya estaba muy pendiente de Juan Trinidad, el nuevo sacristán,
el que después fue su marido.
Este
cargo lo recibió cuando el viejo sacristán se jubiló, el que debió sustituirlo
fue su hijo “Nina” pero acordó con
el prior que no fuera así y que lo
hiciera Juan Trinidad, el nieto…
¿Por qué tomaron ese acuerdo?
Porque
su hijo Nina era tartajoso y tenían que evitar que algún
día su problema se pudiera convertir en un cachondeo durante alguna celebración
religiosa. Esta componenda demuestra lo unidos que estuvieron los dos amigos
durante los años en que vivió con nosotros D.
Antonio, relaciones que se rompieron bruscamente sin desearlo, cuando en
España empezaron las revueltas previas a la Guerra Civil. El “prior”
tenía en Málaga un sobrino que era
médico y, como los sacerdotes eran
perseguidos y asesinados entonces por el simple hecho de serlo, el doctor vino
al pueblo para llevarse a D. Antonio,
ya no se supo en nuestro pueblo nada más de él.
Durante
el tiempo que estuvo entre nosotros él fue quien movió la construcción de la “casa de los curas”, hoy “Juan pablo II” y reconvertida en edificio
parroquial multiusos, y, cuando estuvo acabada, se trasladó a vivir a ella
hasta que se marchó.
El
“sacristán”, cuando vio la situación
lamentable que se venía encima, cogió los documentos que había en el “Archivo Parroquial”, los metió en sacos
y se los llevó a su casa. Como las acciones que cometían eran graves se asustó,
lo pensó mejor y los llevó a la casa del cura para no buscarse problemas. Allí
estuvieron un tiempo encerrados y a salvo pero un grupo de milicianos entraron en ella y los destruyeron en el corralillo de la sacristía. Durante
algún tiempo quedaron desperdigados por allí restos de ellos y cuando las
personas pasaban por la calle Campanas
se los encontraban en el suelo porque el aire los volaba, ellas los cogían y
entonces descubrían que eran asientos de
los matrimonios o de los bautismos
de algunas personas conocidas.
Estas
realidades hicieron que los comentarios posteriores nos legaran la evidencia de
sus acciones destructoras y con ellas se ocasionaron la desaparecieron de los
únicos documentos oficiales que había en nuestro pueblo, así impidieron que nuestro legado documental histórico se
conservara.
La
casa del viejo sacristán tenía un sótano, todavía existe, y en él escondió el
anciano sacristán algunas cosas del templo: Una “Cruz plateada” y unos “Corporales”.
Allí estuvieron escondidos y se pudieron salvar de la barbarie destructiva que
aplicaban a las cosas religiosas.
El
señor Juan José García “Nina” tenía la profesión de “zapatero” para dar de comer a sus hijos
y, además, en los periodos de recolección de la aceituna trabajaba en una
almazara local como “maestro”. Pero
por lo que pasó a la historia local no fue por su labor profesional… ¡Lo fue por gustarle el vino!
Hay
una frase popular entre los villargordeños que es muy usada cuando se quiere
acusar a otra persona de bebedora:
-
¡Anda, que te gusta el vino más que a
“Nina”!
Su
esposa se llamaba Sofía y, como
suele ocurrir en todos los matrimonios, la comida del día suele ser con
frecuencia objeto de discrepancias o de follón, según estén los ánimos de los
comensales que hay alrededor de la mesa y de lo poco o mucho que les guste el
menú.
Según
me comentó la “tita Paca”, al señor
“Nina” le escuchó ella repetir en
más de una ocasión la misma expresión sobre una comida:
-
Sooofía… ¿Oootraaa veeez tooomaaates
cooon pooorras?
Así
llamaba él a una comida muy buena y popular de nuestro pueblo, sobre todo en
época estival: Los tomates fritos con
berenjenas.
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