Colaboración de Paco Pérez
LOS CIRUJANOS
En
la década de los cincuenta, subiendo el “Pecho
la Ermita” y a la izquierda, después de la casa de la “Potra” había un descampado con eras y hazas de tierra y por él se transitaba
de esta calle a la conocida con el nombre de “El Centro”, hoy Pablo
Iglesias. En ese lugar los niños jugábamos y por esa razón, como es lógico,
los protagonistas de este relato allí estaban divirtiéndose y ese fue el lugar
que eligieron para hacer otra de sus travesuras, hace unos días me la contó Juan José Castillo Mata “El Espartero”.
Una
tarde se encontraban en el lugar mencionado los dos Tobalicos, el de la “Ermita”
y “Lulú”, José “Maino” y él, en
aquellos tiempos los cuatro eran inseparables. Estaban distraídos con sus
juegos, igual que todos los días y, según la costumbre de entonces, las
familias soltaban los animales en el descampado por la mañana para que se
alimentaran con lo que encontraran y por la noche los recogían.
Ese día, cuando estábamos allí apareció
una pava y sus ocho pavillos y Tobalico
el de la “Ermita” se quedó
embelesado observando cómo correteaban de un lado para otro picoteando y, después de estar durante unos minutos siguiéndoles
sus movimientos, se le ocurrió hacer con ellos una travesura, la que comunicó
al grupo:
-
Mirad, acaba de llegar la pava de la
madre de Juan “Macho varas” con sus pavillos.
José le contestó:
-
Pues lo mismo que hacen todicos los días.
“Lulú” le preguntó:
-
¿Qué hacen diferente los animales hoy para que tú digas eso?
Tobalico tomó de nueva
la palabra pues tenía muy bien pensado su plan, no se lo pensó dos veces y le
contestó así:
-
¡Nos vamos a meter a médicos!
Juan José saltó como una
costilla al escuchar esa afirmación:
-
¿Qué has dicho? ¿Estás loco?
Entonces
fue cuando Tobalico les contó la
travesura que harían con los animales:
-
¿Qué os parece si operamos a los pavos?
–
Tú estás chalado –afirmó Juan José
para reprocharle la idea.
Como
los dos Tobalicos eran primos
hermanos, “Lulú” no esperó a que
hubiera más opiniones, lo apoyó de inmediato y le dijo:
-
Primo, como tú vives ahí enfrente te vas a ir a tu casa para coger una cuchilla
de afeitar de tu papa, unas agujas y un carrete de hilo de tu mama.
Guardamos
silencio y Tobalico se marchó en
busca del material pero José, que
era vecino de Juan, no estaba muy
convencido de lo que iban a realizar.
Cuando
regresó con la cuchilla, la aguja y el hilo nos sentamos para repartir las responsabilidades de lo que
íbamos a poner en marcha:
-
José se encargaría de ir cogiendo a
los animales.
-
Tobalico el de la “Ermita”, los sujetaría mientras eran
operados.
–
Los cirujanos serían “Lulú”, él los
rajaría y les extirparía lo que él considerara necesario, Juan José los cosería y después los soltaría por la era.
Así
fue como unos animales murieron antes y otros después, en función del órgano
vital que le quitaban.
Cuando
acabaron la intervención abandonaron el lugar y se marcharon a las “pilas” para lavarse las manos.
La
madre de Juan, cuando llegó la hora
de recoger a los animales para llevarlos a casa, se acercó como todos los días
hasta el descampado y entonces se encontró el desastre que habían hecho con sus
pavos.
Como
es lógico entre el vecindario se cundió la noticia y no tardó mucho en
conocerse quienes habían sido los autores.
Los
dueños de los pavos visitaron a los padres de los “cirujanos”, todos lamentaron lo ocurrido y trataron de buscar una
salida a la acción recibida.
Cuenta
Juan José que cuando se
tranquilizaron los ánimos su padre, Jacinto
“El Espartero”, dijo:
-
Siento mucho lo que os han hecho pero yo no tengo ni un duro y no sé qué podemos
hacer ahora para arreglar este problema.
Entonces,
el padre de Juan intentó buscar una
salida válida para todos y le respondió así:
-
Lo que debemos hacer es ajustar el valor de los pavos y convertir ese dinero en
jornales para que ellos vayan a mis olivas a trabajar hasta que lo paguen.
El
acuerdo se cerró con esta propuesta y Juan
José, los días que estuvo trabajando en las olivas para pagar su parte de
los pavos, vivió una experiencia muy graciosa. Su padre iba cada mañana al dormitorio
para despertarlo y cuando se levantaba le daba una buena paliza con el cinto,
desayunaba y se iba a cavar las olivas. Al regresar por la tarde el padre lo
recibía detrás de la puerta y le preguntaba:
-
¿Te ha pagado el amo el jornal?
–
Sabes que no me tiene que dar nada –le respondió Juan José.
–
Pues entonces te pagaré yo lo que te corresponde.
Inmediatamente
le calentaba de nuevo los cachetes con otros pocos cintazos y así estuvieron
hasta que Juan José pagó lo que hizo
en las eras con los pavos.
Tobalico “Lulú”, cuando su padre iba a cogerlo
para darle la paliza, salió corriendo para el corral y, como en él había una
higuera, se subió a ella y sus padres intentaban convencerlo para que bajara pero
como vieron que era imposible el padre le habló de otra forma:
-
Ahora yo me voy a ir, se queda mama, tú te bajas y ya verás como no te pasa
nada con ella.
Tobalico era muy
testarudo y le dijo:
-
¡No bajo que me mata!
Tardó
horas en bajar y cuando lo hizo, como los ánimos de sus padres ya se habían
aplacado mucho, no le pegaron… ¡Fue el
único que se escapó de los cintazos!
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