Colaboración de Paco Pérez
JUGANDO CON LOS APODOS
Capítulo I
Hechos reales rescatados por Pedro
Berrio Melguizo durante una tertulia matutina en la cafetería.
Hace
ya muchos años, sus abuelos maternos vivían en la calle La Libertad, en la acera de los impares. Según él, parece ser que en
la de enfrente tenían como vecinos a una familia que era muy popular en el
pueblo por ser apodada “Los pepinos”
y en la misma acera de ellos, justamente debajo de su casa, vivía otra que
también tenía otro apodo muy conocido, “Los
acorchaos”.
En
aquellos años, cuando era verano, las puertas estaban abiertas gran parte del
día para que circulara el aire y por esa razón la familia almorzaba y cenaba en
el portal para que los refrescara el poco aire que pudiera correr a esas horas.
Cuando acabaron la comida, la madre se acercó a la cocina y trajo de postre un
melón. Cuando lo probó Brígida se
mostró disgustada y le dijo a su madre:
-
¡Este melón no se puede comer! –
gritó con energía.
La
madre se mostró sorprendida y le preguntó:
-
¿Qué le pasa?
Ella,
en vez de mostrarse sosegada ante las palabras comprensivas de su madre, elevó
el tono de voz para responderle a su pregunta:
-
¡Este melón está más pepino que el
vecino de enfrente y más acorchao que el de abajo!
En
aquellos tiempos pronunciar palabras con esas formas no se estilaba y mucho
menos si, además, podían ofender a los vecinos, por esa razón la madre intentó
apagar el volumen diciéndole:
-
Calla chiquilla pues como te escuchen
los vecinos los vas a molestar y nos vas a poner en un aprieto con ellos.
Ella
no se amilanó y, bajando la voz, le dijo:
-
Yo no los he ofendido pues sólo he puesto
unos ejemplos para decir como estaba el melón.
Cuando
probaron el melón vieron que llevaba razón la niña, lo retiró su madre y trajo
otro.
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