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lunes, 6 de noviembre de 2023

MIGUELITO “EL DEL HUERTO”

 Colaboración de Paco Pérez

UNA GRAN PERSONA

Miguelito, fue una gran persona y tuvo muchos amigos. No obstante, como en todo hay categorías, creo poder afirmar que su gran amigo fue José Carlos porque, en esa faceta, sus comportamientos recíprocos fueron inigualables. Opino así porque debemos diferenciar entre aquellos amigos, normalmente numerosos, que surgían en la niñez compartiendo momentos de alegría en la escuela, los juegos, las fiestas o haciendo travesuras y aquellos otros, los menos, que continuaron inalterables cuando ya tenían el DNI amarillo, a este último pertenecían ellos. 

Los primeros se diluían con el paso de los años como un azucarillo en el café pero los minoritarios sí se consolidan porque están al pie del cañón en los momentos duros, blandos, alegres o tristes. Esta es la verdadera amistad y por eso permanece entre quienes, alejados de aquel torbellino inicial que les permitía poder con todo, sobrevivieron al bullicio de aquella etapa para vivir sosegados en otra diferente con la ayuda de la experiencia acumulada y condimentando sus relaciones con la bandera de la verdad y el filtro anti-mentiras para que así sólo pasara aquello que no les podía hacer daño y, como no, con el recuerdo de los momentos alegres personales o los que vivieron juntos.

En esa línea, una vez jubilados, compartieron casi a diario y durante muchos años infinidad de temas en los encuentros que tenían en el altozano de la casa de Miguelito después que cada uno cumpliera con su listado de acciones fijas aunque comenzaran la jornada haciéndolas a distinta hora y por separado, así no interferían en las del otro.

Miguelito salía de casa muy temprano acompañado de su perro y de una bolsa en la que iba depositando las compras. Su primer punto de destino era la churrería, hasta es posible que fuera el primer cliente que acudía a tomar el café, y, mientras lo saboreaba, leía el periódico deportivo “MARCA”. Después abandonaba el local, saludaba a la clientela presente e iniciaba su paseo por los alrededores del pueblo.

Muchas mañanas, caminando con Mari, nos topábamos con él por diferentes lugares, nos saludábamos, intercambiábamos algunos temas y continuábamos por rutas diferentes. Al concluir su paseo visitaba los comercios para comprar los alimentos que necesitaba y regresaba a casa.

José Carlos sabía que Miguelito era partidario del refrán: [Al que madruga Dios le ayuda] pero él no lo practicaba porque no compartía el hábito de las golondrinas… ¡Se levantan muy temprano y no se cansan del “chirrín chirrín”!

Desde que era muy peque las respetaba mucho pero decidió olvidarse de ellas y del refrán porque él prefería no dormirse cada noche hasta que escuchaba, en el relajante silencio de la noche, pasar junto a su casa al sereno haciendo la ronda con el golpeo de la pica en las piedras de la calle, José Carlos lo prefería así porque ese sonsonete le ayudaba a dormirse profundamente y a no escucharlas al amanecer.

Conversaciones inspiradas en recuerdos adornados de esos sutiles detalles e impregnadas de mucho respeto fueron las que reforzaron sus eternos e irrompibles lazos de amistad y aunque ponían, al acostarse, los despertadores a diferente hora nunca fallaban pues siempre se reunían en el mismo sitio y a la misma hora… ¡En el “altozano de la casa de Miguelito”!

José Carlos, cada mañana, después de acabar el programa de casa bajaba a la calle y, a lomos de su caballo rojo, transitaba por “La Cañailla” para cumplir con el programa de paradas que cada día realizaba en el “Estanco”, la “Iglesia o la Ermita” y después, camino de la “Casilla de Pancho”, visitar a Miguelito… ¡Cuántos encuentros tuvieron en ese altozano cargado de historia local, la que inmortalizó el padre de Miguelito en las canciones que compuso en él para las comparsas carnavalescas!

Ahí compartieron muchas cosas, incluso el humo que José Carlos echaba por la chimenea al saborear los pitillos que iba quemando y Miguelito, con su habitual rictus risueño, escuchaba el ritmo parsimonioso con el que su gran amigo le hablaba de las gallinas que tenía en la casilla, de los huevos que ponían, de lo mal que estaban las olivas ese año o de las últimas noticias que escuchó antes de acostarse.

Así, con esta dinámica diaria, fueron arrancándole hojas al almanaque, pasaron los años y los achaques comenzaron a entrar en la mochila y a pesar más de lo deseado.

Estas líneas las escribo recordando a Miguelito y proponiendo, como ejemplo a seguir, la gran AMISTAD que tuvieron.

 

 

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