Colaboración de Paco Pérez
SER HOSPITALARIOS
La
comunicación entre Dios y las
personas siempre existió, lo que cambió fue la forma de manifestarse y nuestras respuestas.
Abraham,
un hombre con fe que no fallaba al Señor, fue probado cuando tres personas
visitaron su casa. Él salió a su encuentro, les dio la bienvenida, los acogió
sentándolos en su mesa, los sirvió y estuvo
pendiente de sus necesidades. Ellos, como comprobaron su gran bondad y hospitalidad,
antes de despedirse se identificaron al anunciarle que tendría un hijo.
Esta escena muestra cómo nos prueba el Señor, cómo escucha a quienes cumplen y cómo ayuda.
Años
después, Jesús y sus acompañantes visitaron la casa de Marta y María, ellas los acogieron y no les importó incumplir la tradición que había de
no ser hospitalarias con los hombres, lo hicieron porque Dios así lo deseaba.
Lo
hecho prueba que las personas respondemos, ante los mismos temas, de manera
diferente… ¿Por qué?
Porque
la información recibida no es la misma, porque las interpretaciones que hacemos
son distintas o porque las acomodamos a nuestras conveniencias.
Marta
dio prioridad a la hospitalidad, que no les faltara nada, pero María sólo se
preocupó de escuchar las enseñanzas de Jesús.
Ambos
comportamientos fueron buenos porque nos proponen reflexionar sobre qué es lo
principal y qué es lo secundario. Las enseñanzas de Jesús eran más importantes
que alimentarse porque sus palabras había que escucharlas en aquel preciso momento
pero los alimentos sí podían tomarse después.
En
nuestros tiempos nos hemos alejado de esos puntos de partida sensatos porque nos
preocupamos sólo de acumular materialidad a costa del prójimo, lo perecedero, y
dejamos a un lado las cosas de Dios para retomarlas cuando nos acordamos o
estamos aburridos.
Pablo,
ejemplo de cambio y entrega, escribió estando preso a la comunidad para mostrarles la cara del sufrimiento, no tomarlo
como una desgracia sino como la oportunidad que se nos ofrece con él: Tener
resignación, confianza y fe en Dios… ¿Por qué?
Porque
quienes escuchan las enseñanzas de Jesús, y las meditan, cambian y dan ejemplo.
Él
lo hizo y por eso se mostraba contento, pues, aunque le había ocasionado unas
dolorosas consecuencias físicas, había aceptado con resignación el sufrimiento al
comprender que había contribuido a que la Iglesia continuara la labor de Jesús
para poder ser el faro que nos guíe y nos haga no perder la esperanza de estar
junto a Él.
También
les recordó que todos debían remar en
la misma dirección si querían poner en práctica el plan que Dios comunicó
a los hombres por mediación de Jesús.
Ahora, nuestro camino es cooperar con la Iglesia esperanzados, actuando con ejemplaridad y sin
olvidar que si Jesús sufrió
ahora también toca sufrir a sus
miembros.
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