sábado, 19 de abril de 2014

SEMANA SANTA 2014


PREGONERO:
Santiago López Pérez
CAPÍTULO IV
MIÉRCOLES  SANTO
El Miércoles Santo por la noche Villargordo recibe un abrazo, el abrazo de la ternura de Dios hecho hombre. Es el Cristo del Amor y Santa Vera Cruz que, desde un profundo silencio, asido por los clavos al madero, pide a nuestros corazones que lo amemos con un amor sincero y verdadero. Entre cirios y cruces y olor a incienso, los jóvenes nazarenos llevan a hombros a Cristo Crucificado y, sin decir una palabra, por todo el pueblo van pregonando: “Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adoradlo”.

Y en mi interior brota la oración de Laudes del Viernes Santo:
¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos!  ¡Dulce árbol donde
la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!
( … )
Ablándate, madero, tronco abrupto
de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.
Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.”
Es difícil, Señor, verte en esta cruz y no reconocerte en tantos cristos rotos como he conocido, sobre todo tras mi experiencia en Calcuta, junto a las Misioneras de la Caridad, las Hermanas de Madre Teresa. A modo de ejemplo, te recuerdo especialmente aquella tarde de 25 de julio de 2.005, día de mi santo, cuando me cogiste de tu mano y me hiciste acompañarte hasta el Calvario. Había sido una tarde de duro trabajo limpiando la enorme herida podrida de un anciano. Y, cuando, apresurado, bajaba a la Casa Madre para encontrarme Contigo en la Adoración y el Rosario, en medio de la avenida, entre un mar de gente y anegado en un charco, estabas Tú, Jesús crucificado, agonizando en el cuerpo de un joven muchacho esquelético,  echando espuma por la boca, con los ojos en blanco, completamente desnudo y abandonado. Eras Tú, mi Cristo roto, viviendo tus últimos minutos, el que rescatamos y, cuando íbamos al dispensario para atenderte, te empecé a notar cada vez más frío, más helado. Era el frío de la muerte, sin duda, el que ya te había abrazado. Te fuiste con una sonrisa, Señor, queriendo agradecer el amor que habías encontrado en los últimos momentos. Esa sonrisa de paz, esa sonrisa fue, Dios mío, para nosotros un precioso regalo.   
Yo te pido en esta noche, Cristo del Amor,
por los jóvenes de mi pueblo.
Que te encuentren, Señor,
en el Pan de la Eucaristía
y en el hombre que está sufriendo.
Yo te pido, Jesús, por esta juventud
que parece perdida,
ven, Cristo, a sus vidas
y cólmalos de plenitud.




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