miércoles, 24 de septiembre de 2014

LOS CURAS TAMBIÉN SON GRACIOSOS

Colaboración de José Carlos Castellano

El sacristán borracho
En una parroquia, le dice el cura al sacristán:
-Toma trescientos euros, compras un San José
y lo pones en la hornacina que está sin santo.
El sacristán coge el dinero y va a comprar el
santo pero, como era muy borracho, al pasar por la 
taberna no pudo resistir la tentación, así que
se paró y empezó a beber vino. Cuando acordó,
sólo le quedaban diez euros.

Pensó que aún tenía suficiente para comprar la
imagen, de modo que se encaminó al taller del
imaginero, y al llegar le dijo:
-¡Hola, buenos días! Vengo a por un San José que
valga diez euros.
-Por diez euros, sólo te puedo dar un santo de
chocolate -le contestó el imaginero.
-Bueno, pues dámelo.
Con el santo se encaminó a la iglesia y lo colocó
en la hornacina, tapándolo con una cortinilla.
El cura le preguntó al sacristán si había hecho el
encargo y el sacristán le dijo que sí.
Quedaron de acuerdo en que, durante la misa, el
monaguillo descorrería la cortina para que los
fieles vieran la nueva imagen.
Llegada la misa, al terminar el evangelio, el
monaguillo descorrió la cortina. Donde tenía que
estar el santo no había más que un montón de
chocolate derretido por un rayo de sol.
Todos quedaron sorprendidos y no entendían
lo que pasaba.
El cura no acertaba a decir palabra y el sacristán,
que asistía al sacerdote en la misa, tomó la palabra
y, sin pensárselo dos veces, les dijo:
-¡Mirad lo que ha hecho el granuja, se ha cagado
y se ha ido.
Las oraciones colectivas
Un sacerdote, en tiempos de Maricastaña, ejercía su
labor en una iglesia que era una ruina arquitectónica
pero a los fieles los tenía muy bien enseñados, de tal
forma que el cura decía:
- Rezamos el Padre Nuestro.
Y todos al unísono, y en voz alta, comenzaban:
- ¡Padre Nuestro que estás en los...!
- Ahora, el Credo.
Y todos, igualmente, respondían:
-¡Creo en Dios Padre todo poderoso...!
- Ahora, el Ave María.
Del mismo modo.
- ¡Dios te salve María llena eres...!
Pero un día que estaban reunidos en la iglesia
comenzó a llover. El cura le dijo a los fieles:
- Recemos para apaciguar la tormenta.
Y empezaron:
- ¡Padre nuestro que estás en los cielos...!
Estando en ello, el sacerdote mira al techo,
ve una tabla que se está descolgando y,
sin pensarlo, les avisa:
-¡La tabla!
Y todos al unísono, respondieron:
-Una por una, una. Una por dos, dos. Una
por tres, tres...
El reloj del cura
El sacerdote estaba confesando y se acercó
un joven:
- Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida –le contestó el cura.
-Dime muchacho, ¿cuáles son tus pecados?
- prosiguió el sacerdote.
Al joven se le fue el santo al cielo y se quedó
ensimismado con el reloj de pulsera del
confesor.
Ni corto ni perezoso le dijo al cura que se lo
Regalara, que le gustaba mucho.
Tras su mucha insistencia, al cabo de más de
una hora, el sacerdote no tuvo más remedio
que dárselo ya que había muchísimos fieles
esperando para confesar.
Cuando el joven terminó de confesar y obtuvo
el ansiado reloj se fue del confesionario.
A continuación se acercó una muchacha:
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida –le contestó y continuó
el confesor:
-Dime muchacha, ¿cuáles son tus pecados?
-Mire padre, el mayor de todos es que mi
novio quiere hacer uso del matrimonio sin
casarnos y yo a duras penas me resisto.
-Hija mía, aguanta hasta que os caséis -le
aconsejó el sacerdote.
-Pero es que usted no sabe lo cansino que
es mi novio y yo pienso que no voy a poder
aguantar… ¡Si usted lo conociera!
El sacerdote se queda pensando y le pregunta
a la joven:
- Pero bueno, ¿quién es tu novio?
Y la muchacha le contesta:
- El joven que se ha levantado ahora mismo,
antes de llegar yo.
El cura exclamó.
-¡Virgen Santa, el del reloj!
Hija mía, date por foll...
El loro y el cura
Un sacerdote llegó por vez primera a una
parroquia. Todos los días, al terminar la misa
e ir a su casa, pasaba por delante de una
pajarería y en dicha tienda había un loro que,
al pasar el cura, le decía:
-¡Hola, cara-huevo!
El sacerdote, al principio, no se preocupó.
Con el paso de los días, y ante la insistencia
del loro que seguía llamándole cara-huevo,
decidió comprar el loro para deshacerse de él.
Así que entró en la pajarería y lo compró.
El cura se lo dio al sacristán y le dijo:
- Toma este loro y te deshaces de él.
El sacristán lo metió en una caja, la llenó de
Piedras y la ató con cuerdas para que el loro
no se saliera. Después comenzó a darle patadas
y golpes con un palo. Cuando estuvo así
un buen rato y el sacristán calculó que el ave
estaría muerta dejó de darle golpes a la caja.
Al día siguiente, el cura preguntó al sacristán
qué había hecho con el loro.
El sacristán le contó, con pelos y señales, lo que
había hecho.
El sacerdote, para quedarse tranquilo, le dijo:
- Enséñame el loro muerto.
El sacristán fue a por la caja y se la dio al cura.
Cuando el sacerdote tuvo la caja y la abrió, el
loro saltó de la caja y le preguntó:

- ¡Cara-huevo!... ¿Dónde te ha pillado el terremoto?

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