lunes, 29 de septiembre de 2014

LA LUNA

Colaboración de Paco Pérez
Capítulo III
Una mañana transitaba por el camino de Almenara de regreso al pueblo, lo hacía junto al complejo polideportivo, y desde la distancia vi encaminarse hacia mí a dos personas conocidas de las que me separaban unos ciento cincuenta metros. Creía que nos saludaríamos al cruzarnos y que intercambiaríamos algunos comentarios pero giraron con dirección al nuevo barrio y la casa que Juan Martínez tiene en construcción me hizo perderlos de vista.

Rápidamente la mente comenzó a lanzarme interrogantes, todas estaban relacionadas con la sorpresa que me originó la escena descrita. Por ejemplo:
- ¿Es normal lo que han hecho estas personas?
No es correcto su proceder –me dije a mí mismo. Suavicé la sentencia cuando consideré que también podría darse la circunstancia de que no me hubieran reconocido porque a ciertas edades y distancias la vista no responde, me ocurre a mí con demasiada frecuencia.
No obstante, como seguía dolido –aunque menos- por el trato recibido, insistí con otro planteamiento para reforzar mi estado de sorpresa:
- En Villargordo es raro que las personas conocidas pasen de largo y no te saluden, esa postura no ha sido normal.
En esta línea propuse diversos planteamientos y, la verdad, ninguno me dejaba satisfecho porque los consideraba ilógicos.
Unos minutos después llegué hasta el punto donde perdí sus imágenes y allí estaban ellos parados con unos vecinos suyos, al pasar me saludaron, yo continué mi camino y ellos permanecieron donde los encontré charlando.
En unos segundos todo el circo que monté momentos antes quedó desmontado y, mientras me alejaba del lugar, la mente comenzó a martirizarme con esta acusación:
- Listillo, te has precipitado haciendo tus conjeturas y no has atinado con ninguna.
El encontrarme más adelante con un conocido me ayudó a no escuchar más al martillo pilón que es la voz interior que nos dicta sentencia a veces, me refiero a la conciencia.
Ahora retomo el tema, sin sentirme presionado por el martilleo de la conciencia, y entonces me afloran los pensamientos que he escuchado en casa en más de una ocasión:
- Somos esclavos de lo que “decimos” y libres por lo que “callamos”.
En este caso considero que habría que arreglarlo y ampliarlo con “elucubramos”, en lugar de “decimos” y “olvidamos” por “callamos”.
Esta experiencia vivida me ha enseñado que los análisis de los hechos hay que hacerlos apoyados en realidades y nunca en planteamientos subjetivos que se apoyan en conjeturas suministradas por una mente subjetiva.
Con el planteamiento que propuse sobre la Luna, pretendía mostrar un tema candente: Los hechos que juzgamos a diario pueden tener otras realidades diferentes a las que nosotros hemos presentado como definitivas.
Al satélite le ocurre igual, no nos ofrece una posibilidad única de belleza y sí otras muchas opciones válidas.
Hoy regreso con un relato cierto, me ocurrió hace unos días y lo he planteado porque es la constatación de que la vida nos presenta situaciones que parecen de un color y luego se comprueba que eran de otro.
Para encontrar ejemplos válidos nos basta con caminar a diario por cualquier pueblo o ciudad, mezclarnos con sus gentes con total normalidad; caminar; observar el entorno en el que nos movemos; escuchar al pasar, sin buscar las noticias, lo que comentan las personas con las que nos cruzamos y anotar lo que más nos impacte. Procediendo así siempre obtendremos enseñanzas o temas aplicables a nuestra realidad personal, local o nacional.
Con este tema también pretendo combatir una línea editorial que se nos vende a diario algunos medios con la única y malsana intención de ganar mucho dinero, repudio este actuar porque lo hacen a costa de una forma subjetiva de hacer periodismo. Entiendo que es inmoral lo que hacen porque con esa línea están arrastrando a la sociedad española a un relativismo peligroso, no dar importancia a las críticas más feroces contra los ciudadanos de este país. Sacar los trapos sucios de quienes son atropellados por sus lenguas se ha convertido en plato televisivo para muchísimas personas mayores y ya nadie puede pasar sin alimentarse cada día con varias horas de inmoralidad. No anulan las autoridades estos programas porque con ellos tienen idiotizada a la sociedad, no piensan en los problemas reales de España y viva la madre superiora… ¡¡¡Pues por eso ya nadie respeta a nadie, ni en los pueblos!!!
Estas personas que se llaman “periodistas del corazón” son, para mí, personas sin escrúpulos por mucho que reivindiquen su derecho a informar sobre el “famoseo”, el que ellos mismos montan y desmontan para seguir viviendo del cuento. Lo hacen así porque entienden que las personas públicas no tienen derecho a una vida privada y sí la obligación de atenderlos a ellos en sus necesidades informativas para satisfacer al público que les paga por sus canciones, películas...
Si la Luna pudiera manifestarse sobre el tema propuesto seguro que nos ofrecería fases poco bellas pues sus gestos de desaprobación se verían con suma nitidez desde Villargordo o cualquier otro lugar. De haberlo así yo no hubiera podido tomar estas fotos de ella:
1.- En Nerja cambié de escenario, me trasladé al Balcón de Europa, grabé el escenario que me ofrecía la playa de Calahonda y  obtuve la confirmación de mis planteamientos:





Cuando regresé a casa se introdujo un elemento nuevo en el ambiente, la niebla, y el lugar perdió su nitidez:
2.- Las de Maro no tuvieron modificación de lugar y sí de elementos:



3.- Roquetas me ofreció más posibilidades:








4.- De regreso a Villargordo las opciones fueron las mismas:









Recuerdo mis años de infancia, entonces no había televisión, ni móviles y sí muchas zapatillas con suela de goma para enderezar el rumbo de las ovejas jóvenes cuando se descarriaban un poco. Entonces nos bastaban pocas cosas para ser felices: correr, jugar a la pelota, sentarnos en una porla (como diría José Carlos Castellano) a charlar, jugar al burro o, si había una noche de Luna llena, pues se cantaba la letra de la inolvidable canción de aquellos años, “Luna lunera, cascabelera”:
Luna lunera, cascabelera,
dile a Perico que toque el pitico
y si no lo toca bien…
¡Que le den, que le den
con el rabo la sartén!
Cuando nos cansábamos de repetirla a coro parábamos y empezábamos con otra cosa.
Algunos más jóvenes considerarán que nuestra niñez era muy aburrida pero yo opino que no porque estábamos en grupo y los de ahora están en soledad, jugando con la máquina. Antes nadie tenía miedo de que sus hijos/as estuvieran en la calle con otros peques, ahora sí porque un enfermo mental se descuadra y ocasiona a un peque un daño irreparable.
Finalmente, una vez arreglados los problemas técnicos que me impidieron publicar un vídeo el primer día, os propongo otro sobre la “Luna lunera, cascabelera” como despedida.
Un clin en Luna.


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