miércoles, 8 de octubre de 2014

TOMA DE POSESIÓN DE D. FELIPE EN JAÉN

Colaboración de Paco Pérez
No sería justo si contara las anécdotas de algunos paisanos, no les mostrara las que protagonizaron algunos miembros de mi familia y, las de éstos, las dejara guardadas en el baúl de los recuerdos.
Hoy vuelvo a viajar al pasado y lo hago hasta finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta. En esas fechas nuestro párroco era D. Felipe Iriarte Fernández, os recuerdo que era joven y que caía muy bien a todo el pueblo pues sus formas desenfadadas le hacían encajar con los vecinos muy bien, se llevaba bien con pequeños y mayores. Por eso hizo unas buenas amistades con mi abuelo, él era ya muy mayor y estaba viudo, y como consecuencia de la relación de amistad que forjaron en los años que estuvo en Villargordo se originó la historieta que paso a relataros, me la contó Joselillo Carretero…

¿Quién se la contó a él?
Nadie, él presenció la escenificación de la obra porque intervino como actor secundario en ella.
El cura y mi abuelo, como eran algo ligeros de cascos, pues hacían muy buenas migas, se relacionaban mucho y se lo pasaban bomba cuando se juntaban.
Sabemos que D. Felipe tenía una moto “Vespa” y en ella viajaban los dos por las cortijadas cuando la parroquia necesitaba recaudar dinero para sus reformas. PérezEl viejo”, era su embajador porque conocía a todos los cortijeros de nuestro entorno debido a que estuvo muchos años visitándolos para calzar a sus animales, pues su profesión fue “zapatero de burros” o “herrador”, de ahí le venían su amistad con estas familias.
Pasaron los años, se consolidó su amistad con el párroco y un día a D. Felipe le llegó el momento de marcharse porque fue trasladado a una parroquia de Jaén, la de Santa María Magdalena, ubicada en el típico barrio de la capital que lleva el mismo nombre.
Mi abuelo fue un hombre único porque tenía unas formas de pensar y de actuar muy abiertas para su tiempo, yo diría que demasiado, y chocaban con los hábitos y costumbres de aquellos años. Lo que hacía o dejaba de hacer nunca le quitaba el sueño porque todo se lo tomaba a chunga, eso le hacía muy feliz, pensar así le hizo tener un espíritu joven, siempre estaba ilusionado con lo que emprendía y creo que esas formas le ayudaron a vivir 93 años.
Raro era el día que no lo visitaba y hablábamos de todos los temas sin cortes. Si había hecho alguna travesura ese día me la contaba y, mientras me la relataba, volvía a revivirla y se reía una enormidad. Así disfruté con él muchos momentos, no teníamos secretos el uno para el otro y nos encantaba estar juntos.
Mi abuela Ana fue una gran mujer, todo el mundo que la conoció opina igual de ella, y con su proceder callado consiguió hacer de él otro hombre distinto al que fue durante su juventud. Me cuentan que lo arrodeó como a un calcetín, el típico deseo de todas las esposas que casaron y casan con un hombre que fue muy juerguista de soltero:
Trabajo, familia y casa fue su proceder después de casarse. Ella murió joven, él quedó viudo y después de un cierto tiempo volvió a desmadrarse más de la cuenta. Las historias y escenas donjuanescas volvieron a su vida y, además, con demasiada frecuencia después de aquel momento triste.
En Jaén tenía relaciones algo estables con una dama pero, sólo para que el verraco pudiera sosegarse, no buscaba emprender una nueva aventura con compromiso ante Dios.
El día de la toma de posesión de D. Felipe viajó a la capital junto a muchos paisanos y a mis tías le argumentó, que estaban solteras, que iba a la “toma de posesión”. Ya he dicho dónde estaba ubicada la iglesia y, menuda casualidad, allí era donde también tenía él sus encuentros con la dama que le hacía perder el sentido, vivía en aquella zona. La coartada que se buscó tenía una cobertura perfecta para viajar sin levantar sospecha entre la familia.
Estuvo en el templo parroquial pero sin mostrarse mucho, no respetó el acto para el que fue, acompañar al amigo, se salió del templo y se encaminó al encuentro de su dama. Juan Trinidad El campanero” y mi abuelo eran íntimos, circunstancia que le permitía conocer sus andanzas.
Cuando oteó el horizonte y comprobó que no estaba el amigo se mosqueó y habló con José Carretero López, quien unos años después se casó con su hija Maruja; le susurró el tema al oído y también abandonaron la ceremonia para encaminarse a la vivienda donde, supuestamente, estaba pasando la historia que le soplaba el religioso “campanero”.
Al llegar a la casa Juan Trinidad abrió la puerta, debía de saber muy bien los secretos del lugar, y subieron las escaleras que había frente a la puerta. Cuando estuvieron en la planta superior “El campanero” abrió la puerta de una habitación y se encontraron la escena buscada. Ésta reunía todos los elementos adecuados para haber sido inmortalizada por un fotógrafo. En ella se mezcló lo singular, por ser única e irrepetible, y lo grotesco, por la risa que ocasionó a los intrépidos visitantes.
Estar en la cama no hubiera tenido chiste, lo que sí lo tuvo fue cómo encontraron al artista, mi abuelo. Desde la cintura hasta los pies, como su madre lo parió, y, desde la cintura hasta el pelo, con camisa blanca, corbata negra, chaleco negro y sombrero negro.
Así era mi abuelo y por eso echó una “caricueca” o “cana al aire” también única e irrepetible.
¿Quién se atreve a discutirle a mi abuelo su don especial para hacer EL AMOR? ¿Ha contemplado alguien esa escena en esta publicación?



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