Colaboración de Paco Pérez
EL COMIENZO DE LA IGLESIA
Jesús, después de
resucitar, se aparecía y reunía con los apóstoles y esas fueron las mejores
pruebas, para los incrédulos, de que estaba vivo.
En esos encuentros
les dio consejos y recomendaciones, les habló del Reino y de la diferencia que
había entre el Bautismo de Juan, con agua, y el que iban a recibir ellos, con
Espíritu Santo.
La esperanza que les dio potenció el deseo que tenían de ser liberados del sufrimiento que les ocasionaba el invasor romano y por eso le preguntaron por el futuro de Israel pero Jesús les dijo que eso lo había fijado el Padre y sólo correspondía conocerlo a Él. De su respuesta se puede intuir que ellos debían confiar, esperar y no olvidar que eran responsables de comunicar a las personas de otros lugares sus propuestas evangelizando… ¿Por qué?
Porque ellos fueron
testigos de lo que dijo e hizo y eso facilitaría que sus palabras fueran
creíbles. Además, deberían saber que estarían fortalecidos con el Espíritu
Santo, por eso les aconsejó que permanecieran en Jerusalén hasta recibirlo.
Cuando ocurrieron
estos hechos Jesús iba caminando a su lado, los bendijo, se separó de ellos,
dio por cumplida su misión -dar ejemplo “diciendo y haciendo” para que después fuéramos
nosotros quienes cumpliéramos con la nuestra- y subió al cielo.
Ellos regresaron a Jerusalén, estaban muy contentos
y visitaban el Templo para dar gracias a Dios.
Un tiempo después
Pablo comunicó a los efesios que pedía a Dios por ellos para que les regalara
la sabiduría y revelación que les permitiera conocerlo, que los iluminara para
que pudieran comprender la esperanza a que somos llamados y recibieran la gloria
que regala a quienes creen en todo lo que enseñó Jesús. También les habló de la
Iglesia universal, la que fundó Jesús y nos dejó para que ella continuara su
obra y nos guiara.
Estas acciones,
empujadas y guiadas por la fuerza del Espíritu Santo, marcaron el comienzo de
la Iglesia.
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