miércoles, 25 de agosto de 2021

ADRIANO JIMÉNEZ MENDOZA “EL CHÁPIRO”

 Colaboración de Paco Pérez

RECORDANDO A UN BUEN AMIGO…

Una noche de noviembre de 2020, acudí a la ClínicaCristo Rey” con un familiar y la casualidad hizo que, cuando salíamos, visualizara la imagen de un señor mayor que estaba sentado solo en la sala de espera, sus manos descansaban en la empuñadura de su bastón, permanecía en silencio, observaba su entorno y estas apreciaciones me hicieron descubrir que era un buen amigo del que hacía un tiempo que no tenía noticias, Adriano. Llevaba mascarilla, como nosotros, pero a pesar de ello lo reconocí pronto, me acerqué a él y lo saludé:

 - Caballero, buenas noches.

Él, al escuchar el saludo, levantó la mirada y dijo:

- No sé quién es usted.

No está mal -le respondí.

Entonces, opté por cambiar de mensaje para comprobar si podía transportarlo al pasado, deseaba que ellas le hicieran retroceder a sus inolvidables vivencias veraniegas de treinta años atrás, aquellos días de vacaciones en los que ambos pasábamos algunas horas de la tarde juntos, en compañía de otros conocidos ya desaparecidos, diciendo y escuchando cosas graciosas mientras tomábamos algunas bebidas refrescantes y jugábamos aquellas inolvidables partidas de cartas en el bar. Para hacerle reaccionar intenté que viajara hasta aquellos días, cuando le dijera:

- ¡Cuarenta y una de mano!

Al escuchar esa expresión reaccionó bien y, como empujado por un resorte, se levantó del asiento y dijo:

- ¡Mira quién es, no te había conocido!

Le cambió el semblante, nos saludamos según el ritual de la pandemia, nos preguntamos por la salud personal y familiar, por el motivo de nuestra presencia allí y entonces nos expuso el relato de una persona acosada por el desgaste físico que suele ocasionar el paso de los años:

- He venido porque estoy muy mal de las rodillas, me cuesta mucho andar, me duelen las piernas y quiero que me manden algo que me mejore.

Como nosotros habíamos acabado ya la consulta y nos esperaba uno de mis hijos en la puerta pues no pudimos continuar con la conversación pero, antes de despedirnos, me hizo esta petición:

- ¡Llámame cuando tengas tiempo y charlamos un rato, que no se te olvide!

Unas fechas después, al mediodía, cumplí lo prometido y así fue cómo dio comienzo el compromiso mutuo de llamarnos, el que hemos mantenido durante los últimos meses de su vida.

Siempre estuve convencido de dos cosas, era muy inteligente y el “sambenito de loco” que le adjudicaron demostraba que no lo conocían a fondo pues sólo se fijaban en lo externo pero creo, sinceramente, que de loco no tenía ni un gramo y lo que realmente sucedía es que las personas que lo tildaban así es porque eran de “piñón fijo” y por eso no comprendían lo que hacía o decía Adriano, él siempre se comportaba de manera original y diferente.

Para la mayoría de los mortales, quienes no hacen lo que ellos entienden por normalidad es que están desajustados mentalmente pero la realidad es que los desajustados son ellos y los diferentes quienes saben imprimir a sus actos acciones únicas y por ellas, cuando pasan los años, aún son recordados mientras que los del club del “piñón fijo” a lo máximo que pueden aspirar es a que digan de ellos que fueron buenas personas.

Siempre opiné así de él pero, durante la llamada que me hizo después del encuentro de la clínica, me confirmó que a pesar de sus muchos años seguía teniendo la mente privilegiada de antaño pues, sin decirme nada, me comunicó que cuando prefería charlar conmigo era por la noche y no durante el día, lo descubrí porque todos los mayores que viven solos insisten en hablar de lo larga que es la noche para ellos y todos culpan de su mal a la soledad, sabemos que es un tópico pero también sabemos que dicen la verdad… ¡Aunque él tenía un servicio de acompañamiento para ese tramo del día!

Así fue cómo me pidió, sin decir nada, que lo llamara de noche para paliar así la que sentía.

¡Qué recuerdos tan inolvidables guardo de él!

Tenía trece años más que yo pero ese dato no fue un obstáculo para que nuestras relaciones, desde que comenzamos a intimar, siempre fueran muy buenas pues su espíritu alegre hacía que quienes estuvieran junto a él siempre tuvieran que soltar alguna fuerte carcajada ante las geniales ocurrencias que tenía cuando estábamos tomando unas copas o en las partidas de cartas. Las geniales historietas que nos contaba, algunas inventadas sobre la marcha, parecían auténticas y las acompañaba de gestos y expresiones graciosísimas que nos hacían reír con fuerza, si las hubiera escrito es posible que algún guionista las hubiera llevado al celuloide.

Recuerdo el día que estábamos en el “El Tropezón” tomando unas cervezas al mediodía, él llegó el último y  dejó encima de la barra una bolsa. Alguien te preguntó por su contenido y dijo que llevaba unas latas de pintura porque tenía que pintar unas jaulas. A uno se le ocurrió decirle que aquella tarde ya no podría acudir a la partida pues las pinturas previstas le llevarían rato. Él respondió con la originalidad que lo caracterizaba y le dijo:

- Cuando llegue a casa cogeré una cubeta, vaciaré en ella las latas de pintura que llevo en la bolsa, meteré en ella las jaulas y en unos segundos estarán pintadas.

Su original respuesta nos impactó y las risas hicieron su presencia.

Cuando llegó la hora de irnos a casa nos sorprendió con una pregunta:

- ¿Quién ha cogido las latas de pintura que dejé en la barra?

La verdad era doble, ninguno las había cogido y en la barra no estaban. Nos fuimos y nunca más se habló de aquella broma pero una década después, no exagero, estábamos los dos solos, recordó la escena y me dijo:

- Han pasado muchos años desde que desaparecieron las latas de pintura, ya se puede levantar el secreto del sumario… ¿Quién se las llevó?

La verdad, yo no escuché después ningún comentario sobre la broma y no pude satisfacer su curiosidad.

También valoro mucho que a su familia, esposa e hijos, siempre los encumbraba y los colocaba en el centro de sus preocupaciones, una muestra de ello estuvo cuando me pidió que moviera los hilos para que Paco, su hijo, se pudiera escolarizar en el Curso Escolar 1973-74 en el ColegioAneja Masculina”. Este centro educativo fue mi primer destino, en aquellos años tenía un buen nivel, estaba próximo a su domicilio y no era fácil lograr la matriculación pero él sí consiguió su objetivo. 

Así también era Adriano pero estos detalles de nuestras vidas no se conocen porque se hacen en silencio y no llegan a quienes son de lengua ligera y mente cerrada.

Te has ido con rapidez y tus amigos recibimos la noticia de tu muerte con sorpresa porque no esperábamos que abandonaras el partido tan pronto pues, aunque te faltaban unos días para cumplir los 86 años, nunca deseamos que las personas amigas desaparezcan de nuestras vidas y, sobre todo, de la forma que tú lo has hecho, por culpa de una mala caída.

¡Hasta siempre, querido amigo!

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