jueves, 12 de agosto de 2021

LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 Colaboración de Paco Pérez

Hace años, en una dependencia de nuestra Parroquia, se reunía un grupo de personas para comentar las lecturas del domingo. El grupo estaba coordinado por Luís Beltrán. La metodología que empleaba era muy sencilla: Nos descargábamos la “hojilla” que Juan García Muñoz publicaba, y aún publica, en “Escucha de la Palabra” (Parroquia San Pablo. HUELVA); leíamos los textos en casa; los meditábamos con la ayuda de las orientaciones que él le adjunta a cada texto y finalmente, el día de la puesta en común, se exponían las enseñanzas que cada persona había recibido. Diez años después sigo visitando dicha web para descargarme la “hojilla”.

Esta semana me he encontrado una grata sorpresa en el CONTEXTO pues tiene un título muy de mi agrado: “NUESTRA PIEDAD MARIANA. DESVIACIONES”.

Su contenido fue expuesto por Juan en una charla que él tituló así:

María, vecina de Nazaret

María, la sencilla, la muchacha, la servidora, la pobre, la esperanza de los pobres.

La hemos engrandecido tanto - y con razón-, que sólo vamos a ella a pedir favores y no a contemplar su vida para imitarla. Con tanto oropel y retablos dorados, como aquí tenemos en el Santuario del Rocío, la hemos separado de su vida sencilla y creyente.

Ya el Concilio nos recuerda en Lumen G. Nº 67: “que los predicadores y teólogos se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración cuanto de una excesiva mezquindad de alma al tratar la singular dignidad de la Madre de Dios”.

María: la madre, la muchacha, la sencilla, la pobre, la creyente, la fiel, la que guarda todo en su corazón, la nuestra.

María no es una especie de monja que tuvo un hijo por obra y gracia del Espíritu Santo, y esto la hizo mucho más monja todavía.

La tradición piadosa volcó tantas alabanzas imaginadas sobre María que acabábamos por verla alejada, distante, de otro planeta, inimitable, cuasi divina. Las imágenes de escayola optaron por presentárnosla revestida de su gloria celeste, ocultándonos el ropaje de su vida diaria, como madre laboriosa y sencilla del caserío de Nazaret… Alguien llegó a decir que fue preservada por Dios de todo dolor desde el primer instante de su ser natural…

Al pensar en María, nos fuimos dejando llevar, a lo largo de los siglos, por un sentimiento de fantasía y romanticismo y por un vergonzante sentido de desprecio maniqueo hacia todo lo que es “muy humano”: el cuerpo, la vida cotidiana, las servidumbres humanas más sencillas… Pensábamos que enaltecíamos a María cuanto más la alejábamos de su sencilla, verdadera y profunda humanidad. Como si el nacimiento de Jesús fuera más digno de él y de su madre siendo “como un rayo de sol que atraviesa un cristal”…

Fue una filosofía, unos influjos, una mentalidad extrabíblica, hecha de platonismo, de maniqueísmo, de idealismo.

Lo mismo nos había pasado con Jesús. Hoy redescubrimos con fe admirada su profunda y completa humanidad. En Jesús, Dios nos manifiesta su rostro profundamente humano. La vida y la persona de Jesús nos muestran que tan profundamente humano sólo puede ser Dios mismo. María puede ser modelo para nosotros porque es una mujer de nuestra raza, de nuestra tierra, miembro del pueblo de Dios, la primera creyente, profundamente humana.

María ha sido engrandecida en la piedad popular hasta tal punto que casi ha perdido sus rasgos humanos. Es más un ser divino que un ser humano.

Y es que a veces se insistía de manera excesivamente unilateral en la función protectora de María, la Madre que protege a sus hijos de todos los males, sin convertirlos a una vida más de acuerdo con el Espíritu de Jesús. Otras veces, algunos tipos de devoción mariana no han sabido exaltar a María como madre sin crear una dependencia de una madre idealizada y fomentar una inmadurez y un infantilismo religioso.

Quizás esta misma idealización de María como la “mujer única” ha podido también alimentar un cierto menosprecio a la mujer real y ser un refuerzo más del dominio masculino. Pienso que, al menos, no deberíamos desatender ligeramente estos reproches que desde frentes diversos se nos hace a los católicos.

Porque una piedad mariana bien entendida no encierra a nadie en el infantilismo, sino que asegura en nuestra vida de fe la presencia enriquecedora de lo femenino.

Porque el mismo Dios ha querido encarnarse en el seno de una mujer. Y desde entonces, podemos decir que “lo femenino es camino hacia Dios y camino que viene de Dios”.

La humanidad necesita siempre de esa riqueza que asociamos a lo femenino porque, aunque también se da en el varón, se condensa de una manera especial en la mujer. Es la riqueza de la intimidad, de la acogida, solicitud, cariño, ternura, entrega al misterio, gestación, donación de vida…

Ha habido una visión mariológica que, inconscientemente, ha desarrollado una imagen de María como una especie de correlato femenino de la divinidad. Ha querido poner en Dios las cualidades pretendidamente masculinas, como el poder, la creación, la ley, la fuerza legisladora, el poder judicial, el poder sancionador y castigador implacable… Y, por otra parte, ha imaginado concentradas en María las cualidades de la bondad, el perdón, la misericordia…

Fruto de todo ello es una imagen mítica de María deteniendo en el cielo el brazo de la cólera de Dios… Esto es sencillamente falso, inaceptable en una visión cristiana realmente concorde con el evangelio. Es un flaco servicio a la piedad mariana. Hay que superarlo.

Pero todavía nos quedan vestigios de esta mentalidad cuando atribuimos a ciertas prácticas de piedad una eficacia automática de salvación eterna desconectada enteramente del evangelio, cuando no tenemos nuestra visión cristiana enteramente centrada en el Padre de nuestro Señor Jesucristo, cuando no centramos toda nuestra práctica en la lucha por la causa de Jesús tal como aparece en el evangelio.

 

 

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