sábado, 4 de junio de 2022

PENTECOSTÉS

 Colaboración de Paco Pérez

LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO

Los discípulos estaban en una casa encerrados, temían a los judíos, no habían comprendido lo ocurrido y no sabían qué hacer. Dominados por esa situación recibieron la visita de Jesús, los saludó deseándoles la PAZ y se identificó mostrándoles las heridas de las manos y el costado. Ellos, cuando vieron esas realidades tangibles en su cuerpo lo reconocieron y se mostraron felices.

Después les comunicó que había sido enviado al mundo por el Padre y ahora, por ese poder que había recibido, Él los enviaba a predicar dándoles el poder de perdonar y retener los pecados, sopló sobre ellos, se produjo un gran viento acompañado de un ruido extraño, aparecieron sobre ellos unas lenguas de fuego y recibieron el Espíritu Santo.

Este hecho extraordinario lo vivieron los discípulos pero las gentes sencillas que había en Jerusalén y no estaban en aquella casa, algunas habían venido de otros países, también notaron algo extraño y acudieron al lugar de donde venía aquel ruido. Ellos, al recibir el Espíritu Santo perdieron el miedo, salieron de la casa y comenzaron a evangelizar, hicieron lo que Jesús les había encomendado, y, como les regaló el don de lenguas, aquellos que acudieron los escuchaban en su propia lengua y eso hizo que comprendieran mejor quién estaba detrás de aquel fenómeno.

¿Por qué ocurrió aquella transformación tan radical en los discípulos?

Porque Jesús, como conocía bien a las personas, les propuso hacer cosas diferentes para cambiar las relaciones sociales y les aconsejó romper con el pecado, evitar cometer errores irreparables, no permanecer atados a la injusticia personal o colectiva y abrazar la práctica del amor y el perdón porque no es misión nuestra juzgar y condenar las acciones ajenas.

Para trabajar por el Reino debemos pedir al Espíritu Santo que nos regale una buena dosis de FE, regalo que recibiremos si nuestra creencia es verdadera, sin olvidar que para tener creencia hay que conocer, que para conocer hay que buscar y por este planteamiento yo me pregunto… ¿Nos preocupamos los cristianos de buscar a Dios para conocerlo?

Quienes convivieron con Jesús a diario sí tuvieron la oportunidad de conocerlo pero la realidad histórica nos confirma que, a pesar de ello, no creyeron firmemente que fuera el Hijo de Dios y por eso lo vendieron, lo negaron, lo condenaron, lo crucificaron, murió y después, por esa increencia de ellos, les mostró las heridas para que las tocaran y creyeran.

¿Seguimos necesitando tocar para creer?

Ahora, la única oportunidad que tenemos los cristianos de conocer a Dios, algo, es visitando la Biblia… ¿Lo hacemos?

Yo creo que muy poco y por eso opino que si a ellos les resultó difícil conocerlo ahora nosotros estamos también desorientados porque nuestros cumplimientos son practicas cuyo origen está en la tradición y no en el mensaje de Cristo. Ejemplo: El Bautismo se aplicaba a quienes voluntariamente se acercaban a pedirlo, está en la Biblia.

Por esa evidencia me pregunto… ¿Tiene sentido bautizar cuando se tiene unos días o meses?

Para qué tanta prisa si al crecer la mayoría se alejan de la parroquia y no retornan a ella hasta que necesitan asistir a la catequesis para recibir la Primera Comunión o la Confirmación, hacer el cursillo prematrimonial, casarse o asistir a un funeral.

Entiendo que la creencia debe ser el fruto lógico que se recoge después de sembrar en nuestro corazón la “semilla del amor a Dios y al prójimo” pero por desgracia priorizamos el seguir adorando a muchos dioses y no dedicamos el tiempo necesario a conocer mejor a Jesús y, mucho menos, de preocuparnos por quienes diariamente caminan a nuestro lado con problemas… ¿Nos sentimos satisfechos con este comportamiento?

Toda fiesta religiosa da gloria a Dios pero la de Pentecostés, en el pasado, era pagana-agrícola pues coincidía con el final de la siega de la cosecha y en ella le presentaban a la divinidad los primeros frutos. Para los primeros cristianos fue el comienzo de una “alianza nueva” y la enseñanza de unos principios que estaban grabados en el espíritu y en la libertad de las personas. En nuestros tiempos recordamos que se nos regaló el Espíritu Santo para que cambiáramos pues nada debe permanecer anclado en el pasado, que todo debe evolucionar para buscar algo mejor y que deberemos hacerlo con ilusión.

Con el Espíritu Santo la Iglesia inició su andadura recibiendo la valentía necesaria para la evangelización porque Dios no nos quiere inmovilistas y encerrados, nos pide que seamos abiertos.

Pablo escribió a los corintios porque habían surgido problemas entre ellos y para acabar con los enfrentamientos surgidos les habló de UNIDAD y DIVERSIDAD y les comparó el funcionamiento de la comunidad con el cuerpo humano. En éste, cada miembro trabaja en algo diferente pero lo hacen de manera coordinada, él funciona correctamente y nos regala la salud pero cuando uno de sus miembros no funciona bien el cuerpo se resiente y enferma.

Lo mismo ocurre con la Iglesia, cuando sus miembros actúan al unísono todo marcha bien pero si hay discrepancias se resiente la institución y se pone en peligro la misión que le encargó Jesús.

Debemos recordar la grandeza del Espíritu Santo como impulsor de la UNIDAD en la diversidad de la vida: Un solo Dios; la misma FE; el mismo Bautismo; una sola familia, la de los “hijos de Dios”… Esta realidad estará en peligro si las personas nos olvidamos de los principios que Jesús nos enseñó para avanzar y los sustituimos por la envidia, el egoísmo, la injusticia y la mentira.

 

 

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