sábado, 21 de mayo de 2016

OLGA RAMOS Y OLGA MARÍA

Colaboración de José Martínez Ramírez

De mi paso por la capital de nuestra España guardo infinidad de recuerdos, los malos no se cuentan. Ocho años de idas y venidas a mi Jaén.
Eran los días de Juan Alberto Belloch, en Interior, y de Margarita Robles, en la Secretaría de Estado. Al enterarme de la vuelta de esta señora a la política no he podido evitar que los recuerdos madrileños emergieran de nuevo: Por esas fechas Luis Roldán se dio a la fuga y anduvo por cualquier lugar menos por Laos.

Al artista Alvaro de Luna lo veía pasar a menudo, junto a otros actores, por donde yo trabajaba porque grababan cerca de Castellana nº 5. Antonio Tejero paseaba por el bulevar del mismo número con su mujer; Ismael Tragacete, el pentacampeón de caza español, y un largo número de modelos que trabajaban en la revista Vogue.
De esta infinidad de personas y personajes que son más o menos populares en nuestra querida España guardo, con especial cariño, el recuerdo de un escritor que me invitaba a la “Casa de América” cada vez que alguno de sus colegas presentaba un libro, lo hacía porque conocía mi afición al gremio, Luis Antonio de Villena
Este hombre empezó su andadura literaria escribiendo ensayos porque quería ser sabio, me lo confesó en uno de los momentos que compartimos.
Por el salón de actos de este palacio pululábamos personajes de lo más variopinto empezando por mi persona y continuando con Marisa Paredes, que acudía acompañada de unas amigas y colegas de profesión de las que no recuerdo sus nombres; algún ministro o alto cargo político; poetas anónimos o locales y un larguísimo etc. de escritores más o menos conocidos. Allí conocí a Isabel García Lorca, una entrañable anciana a la que no quise importunar porque bastantes moscardones tuvo que soportar esa tarde.
Por todo esto y algo más, Madrid es Madrid.
En una calle cercana a la de San Bernardo, la plaza del Dos de Mayo, la plaza de La Paja, el casco viejo donde el escritor canario D. Benito Pérez Galdós recreo su extraordinaria obra, actuaban Olga Ramos y su hija Olga María  una noche y este pobrecito hablador puede presumir de haber tomado más de una Coca Cola, y más de dos, en la parte de atrás del escenario mientras escuchaba a la crema del cuplé, estuve junto a mi compañero, de nombre, Inocente.
Otro día contare algo más que se pueda contar pues, desde esos tiempos, no he asistido a tertulias literarias o a presentaciones de ninguna obra y, me digo yo… Tendré que mandar un correo a la Casa de América, en Madrid, para que me vuelvan a llamar.
Después me daba un paseo por el Retiro para calmar mi ansiedad antes de regresar a Leganés.

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