lunes, 22 de diciembre de 2014

VIAJANDO AL PASADO POR LA IMAGEN

Colaboración de Paco Pérez
Capítulo II
De nuevo, una foto despierta el recuerdo hacia los personajes que aparecen en ella y en conversaciones con diferentes personas se logra hilvanar algunos hechos de sus vidas, los que ocurrieron en un pasado todavía no muy lejano.
Cuando viajas hasta ese pasado reciente y arañas un poco en la vida de los personajes, con la única y sana intención de que no se pierdan los hechos o anécdotas de nuestro pueblo, compruebo lo maravillosa que es la mente y con qué facilidad responde para que aparezcan algunas imágenes de  esas historias sencillas que ya estaban dormidas, tal vez, para siempre. Esto ocurre cuando pulsas en la tecla adecuada y entonces brotan con fuerza, gracias al recuerdo, esas vivencias.

Así, lo que estaba olvidado es recuperado gracias a la convivencia casi diaria que tengo con nuestros mayores en “El Paseo”, en casa con los familiares mayores o con Mari que, aunque más joven que yo, vivió muchos años junto a los mayores de su familia y, en ese día a día con ellos, así fue como aprendió muchas historias locales.
Paco Tirado Moral, hace unos meses, nos regaló otro recuerdo fotográfico de dos de sus parientes villargordeños, los hermanos Isabel y Miguel García Tirado, y Mari me ha suministrado este relato breve.  
Isabel, la mayor de los dos, se casó después del tradicional periodo de noviazgo de antes con Alfonso Tirado Torres “Paratrenes”. Como él ya era entonces miembro de la Benemérita pues tuvo varios destinos hasta que recaló en Jaén, donde se jubiló. Allí fijaron su residencia definitiva aunque visitaban Villargordo con una frecuencia grande, lo hacían para visitar a sus familiares o en los momentos más señalados del calendario festivo local.
Él, cuando se jubiló, venía al pueblo casi a diario pues estaba en continua actividad con su compra y venta de fincas. Alfonso tenía unas cualidades buenísimas para comerciar pues conseguía comprar muy barato y después lo vendía con buenas plusvalías. Cuando tomábamos unas cervezas y me hablaba de ese tema yo le aconsejaba prudencia pues temía que en una de esas operaciones el gato le saliera gata y todo se le fuera por la cañería. Él se reía cuando yo le transmitía mis temores, entonces se me mostraba seguro de lo que hacía pues tenía de bueno que estaba totalmente convencido de que le irían bien sus gestiones, no se equivocó y la mejor demostración de ello es el bienestar económico que dejó a la familia al morir.
Isabel también aportó a ese progreso pues jugó un papel muy importante en el crecimiento de una familia numerosa que partía de un sueldo de funcionario. Una familia de esas características no se gestiona de cualquier manera y ella supo manejar muy bien su papel de madre en las labores propias de la casa, cocinando y cosiéndoles sus vestimentas, enseñanza muy bien asimilada por la inmensa mayoría de las mujeres villargordeñas y no olvidemos que ella lo es.
Cuando Alfonso enfermó fue atendido en casa, ayudado por su esposa e hijos, hasta que ya no pudo aguantar más y los dejó.
Ella sigue viviendo en Jaén y se conserva bien, hace poco la saludamos en la capital, aunque con los achaques propios que le han regalado los años y su lucha para sacar la familia adelante.
Miguel, casó con Mª Carmen Robles “La quinita” y también tuvieron una familia muy numerosa. Fijaron su residencia en la calle 14 de abril y ella desapareció siendo muy joven. Él, ante la situación en que se encontró, tuvo el apoyo de su madre y ésta, a pesar de ser una señora ya mayor, le ayudó a sacar a sus hijos adelante. Ahora, con los hijos casados, vive sólo y la salud ya le flaquea pues sus achaques no son pocos.
Mari, bastante más joven que él, ha recordado de su vida este episodio cuando vio la foto de los dos hermanos. Me comentó que cuando Miguel era un pequeñajo fue cuando la protagonizó:
Cuando ocurren los hechos era un niño muy pequeño y frecuentaba mucho la casa que sus abuelos paternos, MiguelilloEl pintado” e Isabel, tenían en la calle Miguel Torres 7.
Antonia, su tía, estaba en aquellas fechas soltera y, como vivían los abuelos de mi esposa en el número 4 de la misma calle pues ella visitaba su casa diariamente debido a que mi suegra y sus hermanas también estaban solteras y las cuatro eran de una edad muy similar. En esa casa es donde vivimos.
Miguel fue; durante esos años de soltería de las cuatro vecinas que, a su vez, eran primas y muy amigas; el juguete de ellas y se lo pasaban muy bien con sus ocurrencias y travesuras. Cuando entraba en nuestra casa siempre hacía lo mismo, ir a la cocina en busca de una silla muy pequeña, y antes hacerlo siempre les decía la misma frase:
- ¡¡¡Voy por mi silla!!!
Cuando la traía se dirigía a María y le decía:
- ¡¡¡María, vamos a comer!!!
Un tiempo después María López Cañas, la tía de mi esposa, se casó con Pedro JiménezEl de la Maximiana” y establecieron su domicilio en una casa que él compró en la calle Eras, la que hace esquina con la calle Jesús y que es conocida popularmente como la “Esquina del Cristo”, apodo establecido por haber en ella una hornacina con dicha imagen.
Un tiempo después Miguel ya era más mayor, su estatura había aumentado y también le había crecido su capacidad de hacer travesuras, las propias de esa edad. A pesar de estos cambios su relación con las mujeres mencionadas seguía siendo la misma.
Un 24 de julio, por la noche, la procesión en que se baja la imagen del Santísimo Cristo de la Salud de la ermita hasta la parroquia estaba pasando por la puerta de María y Pedro y él también iba acompañando a la imagen con sus padres.
En aquellos tiempos, las mujeres cuyas casas estaban en las calles del recorrido de la imagen tenían la tradición de blanquear las fachadas de las viviendas, poner muy bien arregladas las dependencias de la casa, abrir las puertas y ventanas de par en par y los dueños, acompañados de los familiares que vivían en otras calles, se ponían en la puerta y esperaban que pasara la imagen del Santísimo Cristo de la Salud.
Miguel, como seguía siendo el juguete de ellas, se paró con sus padres al llegar a la casa de Pedro y María que estaban en la puerta. Él ajeno a todo y a sus conversaciones entró en la casa de María como tenía por costumbre hacer, nadie reparó en su acción pero esta vez, cuando el monigote vio lo bien que estaba todo dispuesto la armó… ¿Qué hizo?
Salió corriendo para el dormitorio, de un salto se subió en la cama que estaba tan perfectamente arreglada con la mejor colcha de la casa y, una vez encima, comenzó a revolcarse y a dar saltos en ella deshaciendo todo lo que había preparado María con tanto esmero para ese momento.
Cuando se percató ella del desaguisado que estaba ocasionando lo corrió como de costumbre y él, hábilmente, retornó a la calle junto a sus padres.
María le gritó con risas mientras volvió a restaurar el desastre que había ocasionado con su ocurrencia.


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