sábado, 15 de junio de 2019

SANTÍSIMA TRINIDAD


Colaboración de Paco Pérez
Los hombres nos empeñamos en descifrar los misterios que nos rodean y en religión, con el de la Santísima Trinidad… ¿Hemos dejado de preguntar o de intentar explicar qué es?
Si las actitudes y los comportamientos humanos no los entendemos, a veces… ¿Es razonable intentar comprender las cosas de Dios?
Lo importante no es entender el misterio sino tratar de vivir a diario el camino que nos han regalado el Padre, Jesús y el Espíritu.
Dios es bueno y ama a todos los hombres y esta realidad bíblica no es comprendida por quienes tuvieron un aprendizaje religioso incorrecto. Opino así porque se nos enseñó: [Dios es nuestro Padre, premia a los buenos y castiga a los malos.].
Esta desviación no hubiera ocurrido si se les hubiera leído:
- Mateo 5,45: […para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos.].
- Romanos 5,6.8: [Dios es siempre favorable al hombre, aun cuando éste se profese enemigo suyo.].

De haber arrancado aquí nuestra enseñanza entonces no nos habríamos desviados de la verdad: Dios nos ama a todos de la misma manera porque nos acepta con nuestras virtudes y defectos, aunque en determinados momentos lo insultemos o reneguemos de Él. Nunca discrimina por posición social, raza, religión… ¿Somos nosotros como Él?
Creo que no porque nos mandó a su Hijo, lo dotó de condición humana para facilitarnos la comprensión de su misterio pero el judaísmo no lo aceptó y en vez de amigo lo consideraron un peligro para el desarrollo de su labor religiosa… ¡No comprendieron la sencillez de su mensaje! ¿Lo entendemos en nuestros días?
Jesús, a pesar de todo el mal que le hicieron, enseñó el camino del perdón y lo hizo mostrando la diferencia de comportamiento que hay entre la actuación humana, ojo por ojo, y la de Dios, perdonar las ofensas setenta veces siete. Además, para que comprendieran mejor sus palabras, les regaló la parábola del “Hijo pródigo”. También dejó muy claro que si no rectificamos y perdonamos a los demás sus ofensas el Padre tampoco nos perdonará las nuestras.
Les recomendaba no establecer diferencias entre las personas, les proponía que en las relaciones hubiera AMOR e IGUALDAD y para conseguir esa meta, como una cosa es decir y otra hacer, les enseñó el camino con este ejemplo, “lavó los pies a los que le acompañaban en la mesa”.
Los hombres tenemos de Dios una idea real… ¡Es muy poderoso! Pero, partiendo de esa verdad, cuando nos visitan los problemas, perdemos la confianza en Él y comenzamos a cuestionarle ese poder… ¿Por qué?
Como no comprendemos ese gran misterio pues el día que actuamos así es porque el egoísmo se instala en nosotros y entonces dejamos de amarlo, le damos la espalda y perdemos nuestra capacidad de aceptación… ¿Hemos pensado cómo se puede sentir Dios cuando se vea acusado de no ser sensible con los problemas de los demás y que lo rechazamos por esa idea absurda?
Se repite con frecuencia esta escena porque de Dios nos venden una imagen negativa de indiferencia e insensibilidad ante los problemas de la humanidad cuando la realidad es otra pues Jesús siempre se mostró de manera totalmente contraria cuando se le presentaban situaciones de dolor… ¿Cómo es posibles hablar así del Padre si el Hijo enseñó el bien y el Espíritu Santo ayudó a los discípulos a comprender?
La prueba está en Mateo 9, 36: [Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.].
Hoy se nos muestra el proyecto creador de Dios y en él van apareciendo los elementos del conjunto hasta que su obra fue completada. La Palabra también estaba presente desde el inicio y cuando llegó el momento, al final de los tiempos, se encarnó en el Hijo; nos enseñó con sencillez cómo es el camino del Reino y nos regaló la presencia permanente del Espíritu Santo para que nos ayude.
El salmista reconoce la grandeza de Dios haciendo una enumeración de sus obras majestuosas y a su vez, por ese reconocimiento, se sorprende de que siga empujando al hombre, a pesar de lo mal que se porta con Él.
El hombre, por el pecado, estaba en deuda con el Padre pero, por la fe, Jesucristo nos liberó de nuestra carga, nos hizo libres y nos regaló la esperanza de conseguir estar un día junto a Dios en el Reino.

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