sábado, 14 de diciembre de 2019

ESPERANZA, PACIENCIA Y CONSTANCIA


Colaboración de Paco Pérez
PILARES DEL CRISTIANO
ADVIENTO III
Dios, desde el comienzo de los tiempos, se preocupó de guiar a los hombres por mediación de los profetas.
Isaías, cuando estaba el pueblo cautivo en Babilonia, les anunció la liberación y les aconsejó que, durante el regreso, se mostraran fuertes y solidarios con quienes desfallecieran o tuvieran problemas físicos. También les aclaró que la acción positiva que recibirían para volver a su tierra sería propiciada por la intervención de Dios y que ellos, por esa acción benefactora suya, deberían no temer nada, mostrarse esperanzados y elevar su espiritualidad con la realización de buenas obras con los demás.
Estos planteamientos de actuación nos llenan de alegría y nos reconfortan porque notaremos la presencia invisible de Dios.

Santiago nos pone como ejemplo al agricultor, las acciones que debe realizar sin desmayo para que le vaya bien al cultivo y después esperar y confiar en que los elementos de la naturaleza intervengan para que los frutos sean buenos y abundantes.
Los cristianos no solemos seguir esa dinámica, es decir, no nos acordamos de cultivar nuestra responsabilidad con los demás pero cuando se nos presentan los contratiempos salimos corriendo en busca de las ayudas celestiales y, además, queriendo que se nos atienda con inmediatez.
El pueblo estaba disconforme con quienes gobernaban sus destinos políticos porque los tenían arruinados pero vivían con la esperanza de que un día vendría el Mesías anunciado para liberarlos de los opresores. Por esa razón, cuando apareció entre ellos JuanEl Bautistacreyeron que era el que esperaban y levantó una gran espectación
Juan presentó a Jesús cómo “Hijo de Dios” y denunció el modelo caduco y corrupto que gobernaba los destinos de su pueblo. A pesar de estas dos acciones no recibió de todos los hombres de su tiempo el mismo reconocimiento.
El poder político sabía que sus palabras estaban calando hondo entre la masa social de Israel y temieron que su mensaje de cambio creciera de manera rápida y que el pueblo, influenciado por él y en el momento más inesperado, les montara una revuelta y se convirtiera en un peligro para Roma. Quien pensó mal de él fue Herodes Antipas pues sólo se preocupó de librarse de él y nunca de conocer su mensaje, por eso les ordenó que acabaran con su vida.
Quien sí lo trató de manera correcta, a pesar de las dudas que le planteó, fue Jesús.
Estando Juan encarcelado dudó de Jesús y por eso le envió a sus discípulos a preguntarle:
- ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
Tuvo que ser duro para Jesús que Juan le hiciera esta pregunta si lo reconocido cuando lo “Bautizó” en el Jordán, con estas palabras:
- [Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.].
A pesar de todo, Jesús les respondió así:
- Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.
¡Y dichoso el que no se escandalice de  mí!
No les confirmó con un sí rotundo lo que fueron a preguntarle pero los remitió a las huellas de su obra.
Han pasado dos mil años y nosotros seguimos esperando que Jesús nos diga que sí es el Mesías y por eso seguimos pidiendo cuando tenemos problemas, a las imágenes de las diferentes advocaciones, su intermediación ante Él.
Si actuamos así con Él es porque tenemos dudas como JuanEl Bautista” y necesitamos aclararlas… ¿O es que no queremos ver lo que está en la Biblia desde hace muchos años?
Jesús, cuando se marcharon los mensajeros de Juan, siguió hablándoles de él en estos términos:
-  Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces… ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: [Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti].
Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él.
Estas últimas palabras de Jesús sirvieron para confirmar que Juan era un profeta pero no uno cualquiera, el más grande de todos los nacidos de mujer.
Con Jesús, la predicación del Reino dio un giro radical pues se pasó de profetizar los hechos, lo que haría el Mesías cuando viniera, a mostrarlos de una manera real y visible, es decir, hacerlos:
- Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.
Jesús, con su ejemplo, les enseñaba el camino del Reino y lo que hacía era porque amaba mucho a los demás… ¿Lo hacemos?
Él no juzgaba la conducta de las personas, los perdonaba y les pedía que no lo hicieran más. Nosotros, todavía no hemos aprendido esa lección y nos dedicamos a todo lo contrario que Él hacía… ¡Juzgamos lo que hacen los demás sin miramientos y los condenamos!
Jesús les enseñaba que el Padre amaba a todos los hombres y la prueba de su afirmación estaba en que envió a su Hijo al mundo para que las personas, por Él, se salvaran.
Por todo esto, el apóstol Santiago nos enseña a esperar la llegada del momento final con ilusión; a tener en el tránsito paciencia y aceptación con los inconvenientes que nos ocurran y a tener confianza en Dios para superarlos.
Tendremos que poner en marcha este conjunto de actuaciones para esperar la llegada del Señor, pues no sabemos cuándo ocurrirá.



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