martes, 3 de noviembre de 2020

LOS MOLINEROS DE ALMAZARA

Colaboración de Paco Pérez

LOS LADRONES DE ACEITE

Capítulo II

Los hechos de este relato ocurrieron un poco tiempo después de las ascuas en las katiuskas de Jacinto pero se repitieron los personajes, bromistas y víctima, y el escenario.

Aún no se había acabado la molienda, los mismos personajes seguían trabajando juntos en el mismo turno de la fábrica y un día Juan y Francisco decidieron elegir de nuevo a Jacinto como víctima adecuada para montarle otra broma de las suyas… ¿Por qué a él y no a otros?
Porque en aquellas fechas se había comentado la noticia de que en algunos pueblos y fincas de la provincia que tenían “molinos aceiteros” algunos ladrones los habían visitado de noche para robarles aceite y Jacinto, al escucharla, se había mostrado muy preocupado por el peligro que podían correr quienes trabajaban en ellos cuando, sin estar preparados para defenderse, se presentaran armados a robar.
Con ese comentario que les hizo y por algunas manifestaciones posteriores, ellos sospecharon acertadamente que se sentía intranquilo y de ahí les vino la inspiración para gastarle otra broma.
Para que todo resultara creíble acordaron hablar durante un tiempo en el trabajo de que los ladrones seguían haciendo sus travesuras en algunos pueblos y que seguían entrado por la madrugada en los molinos con escopetas para robar el aceite.
Los otros trabajadores ponían cara de asombro y les hacían preguntas para conocer los detalles. Una noche le preguntó un capachero al “Minico”:
- Juan… ¿Tú crees que pueden venir aquí también?
Juan se vio sorprendido y no sabiendo qué responderle le dijo:
- Pues claro que sí pero el que sabe muchas cosas de esos robos es “El Cuco” pues lee mucho los periódicos.
Entonces tomó la palabra Francisco y dijo:
- Ayer leí en el periódico JAÉN que en Mengíbar habían entrado a las dos de la madrugada cuatro ladrones con escopetas y pistolas, que habían encerrado a los molineros en una habitación y que se habían llevado en varias mulas algunas cántaras de aceite.
Este tema los ocupó varias noches y un día apareció “El Minico” en el trabajo con su escopeta desarmada y metida en un saco, cuando lo vieron llegar así los compañeros le preguntaron:
- ¿Qué traes ahí?
– Pues la escopeta, así me podré defender sí vienen una noche por aquí –les respondió con decisión.
A Jacinto le faltó tiempo para aplaudir la decisión de Juan y les dijo:
- ¡Yo creo que nosotros también teníamos que hacer lo mismo que Juan!
Antonio, otro molinero, tomó la palabra con decisión:
- Yo no tengo escopeta y, además, si vienen pues que se lleven lo que quieran yo no me juego la vida por unas cántaras de aceite que, además, no son mías.
Francisco intervino para decir que no estaba de acuerdo con lo que había dicho:
- No estoy de acuerdo y Jacinto lleva razón porque no se conforman con llevarse el aceite sino que también atacan a los trabajadores. Mañana noche me traigo yo también la mía y aquí los esperamos Jun y yo.
La intervención de Francisco hizo que otros compañeros, incluido Jacinto, decidieran traerse también sus escopetas. Desde la noche siguiente el vestuario parecía la armería de un cuartel.
El miedo estaba sembrado y los dos bromistas siempre estaban pendientes de Jacinto pues esperaban el momento oportuno para gastarle la broma, que saliera fuera de la fábrica y entonces ellos pasarían a la acción.
Una noche Jacinto le dijo al maestro de prensa:
- Miguel, tengo que salir fuera.
- ¿Qué te pasa? – le preguntó.
– Que me estoy cagando -le respondió Jacinto.
– El maestro le dijo cabreado:
- Para ese trabajo no se pide permiso… ¡Se corre!
Cuando Jacinto salió al galope, Francisco fue tras él y le echó la llave a la puerta por la que acababa de marcharse. Juan se encaminó al vestuario por la escopeta, abrió la puerta que había en la parte trasera del molino, asomó los cañones, pegó un par de tiros al aire y la cerró de nuevo.
Jacinto, cuando sintió los dos tiros, dio por concluida la faena y, sin limpiarse el culo, se subió los calzones del mono y salió corriendo hacia el molino y, cuando estaba cerca de la puerta, comenzó a gritar para avisar a los compañeros:
- ¡Ay, madre mía, ya están aquí los de las mulas y las cántaras! ¡Que vienen a por el aceite!
Al empujarle a la puerta se encontró con la sorpresa de que estaba atrancada, no podía entrar y siguió gritando mientras la porraceaba:
- ¡Compañeros, abrid la puerta y coger las escopetas!
Nadie le abrió la puerta, Juan cargó la escopeta y disparó de nuevo al aire.
Cuando Jacinto sintió de nuevo los disparos y comprobó que la puerta seguía cerrada, sus ansias de entrar aumentaron y le hicieron darle a la puerta un empujón tan grande que se rompió la cerradura y se abrió de par en par. Cuando quedaron abiertas vio a los otros muertos de risa y les dijo:
- ¡Me cago en vuestras muelas, cabrones!
Cuando acababan la jornada laboral se juntaban en el bar para distraerse y en las conversaciones contaban una y otra vez las bromas que se habían gastado, aunque hubieran pasado algunos años, pues mientras las recordaban de nuevo se repetían las risas, sobre todo si ya se habían tomado unos vinos de más porque entonces era cuando más graciosos se ponían... ¡Hasta se olvidaban del tiempo y de los problemas!
Como en aquellas fechas no había TV y tampoco la radio pues el circo se lo tenían que montar ellos porque sólo les sobraba… ¡El buen humor y la risa!
 
 
 


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