lunes, 20 de septiembre de 2021

EL NIÑO DE FAUSTINO

 Colaboración de José Ballesta Sánchez

Quisiera escribir algo sobre José Luis y no sé por dónde empezar. En un principio había pensado comenzar este corto relato comunicando, lleno de orgullo y satisfacción, que yo era muy amigo de él, pero después me he dicho a mí mismo… Bueno, José:

- ¿Y eso qué importancia tiene? ¿Qué tiene de excepción? ¿Acaso no era todo el pueblo su amigo? ¿Acaso él no tenía siempre una sonrisa a flor de labios para todo el que a él se allegaba?

Sobre las muchas virtudes que este hombre atesoraba, amigo lector, nada nuevo puedo decirte que tú ya no conozcas. Su bondad, así como el cariño con el que él trataba a todas las personas son sabidas por todos nosotros. Su corazón era puro y nunca hizo daño a nadie. Así que no teniendo nada más que añadir os contaré una anécdota que yo, que fui testigo presencial del hecho, le contaba a él y le divertía mucho. La escena se escenificó más o menos así: De niños solíamos jugar a la pelota en su calle, una calle llana y con el suelo de tierra, como muchas otras en el pueblo por aquellas fechas. Un día, durante el desarrollo del partido, la madre salió a la puerta de su casa provista de una silla baja y, tras sentarse en la misma, lo llamó:

-¡¡Niñooo, José Luííís, vén pacááá!!

José Luís, que jugaba de portero, abandonó la portería y acudió raudo a la llamada de su madre. Ésta, aupándolo, lo sentó en su regazo, sacó un pecho, se lo ofreció al niño y éste se aferró a él como un náufrago a un madero. Nosotros paramos el partido hasta que volviera pues éramos pocos y uno menos se notaba. He de decir que José Luis estuvo mamando hasta cerca de los cuatro años y yo que era unos años mayor que él me acuerdo de ello y deseo aclarar que por aquellas fechas era frecuente que los niños de pecho rebasaran en dos o tres años el tiempo de mamar. Una vez que el niño hubo succionado con avidez, todo cuanto pudo hasta saciarse de la leche materna, se reincorporó de nuevo con rapidez a su portería, aunque aún venia relamiéndose, y así pudimos continuar con el partido.

Cuando a él le contaba esta historia, usando otros términos claro está, se partía de risa y añadía:

- Bueno y… ¿Al final quééé? ¿Ganamos el partido o lo perdimos? 

Simplemente, José Luís era… ¡¡Fabuloooso!!

Así que, amigo José Luis, no sé qué más puedo decirte, sólo que guardo un grato recuerdo tuyo y deseo, con todo fervor, que Dios te tenga en su santa gloria.

¡¡HASTA SIEMPRE QUERIDO AMIGO!!

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