sábado, 18 de diciembre de 2021

ADVIENTO IV

 Colaboración de Paco Pérez

LA MUJER: FE, ACEPTACIÓN Y ENTREGA

El profeta Miqueas nació en la segunda mitad del S. VII a. C. en una pequeña población y vivió allí pero, al producirse la invasión de los asirios, se trasladó a Jerusalén para refugiarse. Allí se encontró con un ambiente en el que reinaba la injusticia social y se practicaban los cultos paganos, trató de enderezar aquella situación lamentable mediante oráculos de destrucción y anuncios para darles esperanza pues les vendría una nueva situación en la que se cumplirían las promesas de Dios, les vendría un rey que sería de la estirpe de Davidtendría un origen humilde y nacería en una población pequeña, con el tiempo nació en Belén, y con Él se restablecería en el pueblo de Dios la verdad y la justicia.

Con estos anuncios el profeta nos enseñó que los caminos del Señor se recorren con humildad, sencillez, modestia y espíritu de servicio pero las personas nos empeñamos en recorrerlos en sentido contrario, es decir, con grandeza, espectacularidad, fuerza, orgullo, poder y grandeza. 

En aquellos tiempos las mujeres no eran respetadas por las leyes que regulaban la convivencia en la familia, la religión o la sociedad pues no tenían derechos pero la situación de los hombres sí los tenían. Estas dos realidades contrarias ocurrieron porque a ellas les adjudicaban una amplia relación de temas negativos y por ellos las presentaban como personas incapaces de realizar determinadas acciones. Con estos argumentos a ellas les negaban el acceso a la formación, a decidir sobre su futuro matrimonial pues éste quedaba en manos del padre y así eran tratadas como mercancía, no podían participar en los actos sociales o religiosos… Pero sí les pedían cuidar del esposo y los hijos/as; trabajar, en la casa; ayudar al esposo en los trabajos del campo; permanecer encerradas en casa; cumplir con la ley de la pureza… Se justificaba ese trato diciendo que la mujer había sido un regalo que Dios hizo al hombre para que estuviera a su lado y le ayudara pero Eva no respetó el plan de Dios y desde entonces la mujer era presentada como la culpable de la pérdida del estado de felicidad que se nos había regalado al nacer.

Esta acusación choca con otra realidad, en la Biblia hay un buen ramillete de mujeres que dejaron huella en su tiempo: Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora… Pasaron los años y más cerca de nosotros encontramos otras dos mujeres inigualables que, impregnadas de FE y CREENCIA en Dios, aceptaron su propuesta y se convirtieron en protagonistas esenciales de nuestra creencia: Isabel y María.

Estas dos mujeres también estaban afectadas por los efectos negativos de la tradición judía pero, cuando recibieron la llamada de Dios, aceptaron sin titubear. Un tiempo después, María realizó un largo viaje sola -posiblemente en una caravana- para visitar a Isabel, su prima, pues deseaba ayudarle en los últimos momentos de su gestación, lo que se debe hacer con quienes nos necesitan, Isabel necesitaba su ayuda al ser muy mayor.

Si María hubiera pensado en los prejuicios sociales del momento, viajar sola, entonces no hubiera cuidado a su anciana prima y contribuido a que Juan El Bautista” hubiera nacido sin problemas.

Con estas mujeres queda probado que cuando la fe y la protección de Dios actúan sobre las personas éstas responden a lo que el Señor les pide que hagan pues los obstáculos que se nos imponen, en este caso a las mujeres, se resuelven sin dificultad y el fin perseguido se alcanza.

Jesús se encontró con estas realidades absurdas y con su actuación ejemplar desmontó los comportamientos irregulares que encontró.

Pablo expone con claridad que en el pasado, según la Ley, el pueblo hacia sacrificios para expiar sus pecados pero con Jesús cambiaron esos planteamientos cuando comunicó al pueblo los deseos de Dios diciéndoles: [No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni victimas expiatorias, que se ofrecen según la Ley.].

Por esta realidad Jesús aceptó su misión, anuló las prácticas anteriores y se ofreció en sacrificio para conseguir la salvación de las personas, acción que se realizó una vez pero sus efectos fueron para siempre.

¿Se podría entender este texto como el anuncio de que después de Jesús la religiosidad debería abandonar las “ceremonias” y los “ritos” para practicar la “preocupación por los demás” y “ayudar a los que pasan necesidades”?

 

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