viernes, 24 de mayo de 2024

LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 Colaboración de Paco Pérez

SU ACCIÓN INVISIBLE

La Santísima Trinidad es un misterio pero, con la ayuda de la fe, podemos comprender que existió desde el comienzo de los tiempos y que su manifestación fue de manera gradual.

Al principio, por el desconocimiento que tenían de Dios, lo consideraron un ser invisible que tenía un gran poder para premiarlos o castigarlos y esa creencia los asustaba porque lo asociaban con las manifestaciones de las fuerzas de la Naturaleza: Truenos, relámpagos, vientos, terremotos…

Muchos años después Moisés les presentó al Padre como el creador del hombre y Él con su amor, sabiduría y poder se nos fue mostrando poco a poco como único Dios para que, con las capacidades que nos regaló, lo reconociéramos como tal y, con la libertad recibida, decidiéramos si respetábamos las leyes del Sinaí o no al relacionarnos con Él y las personas.

Pasaron los años, vino Jesús y nos enseñó, de manera práctica, nuestras obligaciones con las personas pero, a pesar de sus buenas obras, no fue aceptado por aquella sociedad corrompida porque denunció las injusticias de los poderes y éstos lo condenaron, murió y resucitó.

Unos días después Jesús concluyó su etapa terrenal y el Espíritu Santo permaneció junto a nosotros hasta el final de los tiempos para ayudarnos. Su acción silenciosa, desde entonces, permanecerá entre nosotros hasta el final de los tiempos y nos ayudará a comportarnos como una familia y, como miembros responsables, contribuiremos al buen funcionamiento de la Iglesia, la sociedad y la familia. No obstante, la realidad nos enseña que las personas, a veces, somos tan egoístas que cuando alcanzamos el poder nos olvidamos de Dios, manipulamos las leyes para manejarlo todo a nuestro antojo y hacemos sufrir al prójimo.

La Trinidad nos enseña a convivir en familia con las intervenciones responsables del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en los momentos cruciales de nuestra historia con la misma finalidad, ayudarnos. Las personas aún no la hemos asimilado y lo hacemos al revés, es decir, sólo nos preocupamos de nosotros y así la convivencia con las personas y con Dios se estropea porque no nos comportarnos como esa familia cuyos miembros lo comparten todo porque se aman de verdad.

Moisés enseñó que no debemos desalentarnos nunca y que cuando oremos le reconozcamos su grandeza y le pidamos perdón. También que nos esforcemos en descubrir a diario la presencia del Señor junto a nosotros y a no olvidar nunca que los dioses de nuestros días (el dinero, el deseo de poseer más de lo necesario, el ocupar puestos de prestigio, el consumo excesivo…) no ayudan sino que entorpecen porque nos confunden y esclavizan.

Pablo nos recuerda que quienes se dejan guiar por el Espíritu Santo son considerados Hijos de Dios, están protegidos de los peligros que esclavizan, son verdaderos hermanos de Jesús y son glorificados.

 

 

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