martes, 14 de junio de 2016

EL HUMOR MALAGUEÑO EN LA CAFETERÍA

Colaboración de Paco Pérez
EN LA MILI
Un reemplazo de reclutas, llega a un campamento militar para hacer el periodo de instrucción; son recibidos por los mandos que en ese momento estaban de servicio y después los llevan a las oficinas para cumplimentar la documentación pertinente. Ésta incluía una ficha en la que tenían que reflejar algunos de los rasgos físicos que más resaltaban del soldado.

Un teniente los recibió y, ayudado de unos soldados veteranos, se encargó de hacerles aquel trámite rutinario. Llevaban ya varias horas porque eran muchos, estaban cansados y, como no veían la forma de acabar pronto porque lo iban haciendo de manera muy rigurosa, el teniente tomó una decisión personal para que les cundiera más, lo harían de una manera más ligera y para ello se basaría en su gran experiencia en esas actuaciones. El cambio aplicado consistió en que, sin mirarlos, les pasaba la mano a tientas y después informaba al que escribía del nombre, los apellidos y los rasgos físicos más significativos del recluta.
Uno de ellos se percató del cambio que habían dado al procedimiento y, como era muy cachondo, se bajó los pantalones y le puso el culo en pompa. El teniente empezó su reconocimiento así:
- Soldado, anota: El recluta Ginés Trompeta Tambor tiene la cara ancha, los ojos bastante saltones y la nariz algo más alargada de lo habitual, pero muy flojucha.
También quiero hacer constar que le huele bastante el aliento.
EL MARINERO
Un muchacho fue llamado a filas y el sorteo le deparó el destino, se incorporaría al Cuerpo de Infantería de Marina y tendría que hacerlo en San Fernando (Cádiz).
Ya llevaba algún tiempo cumpliendo con el deber patrio y una tarde salió de paseo por la ciudad con unos compañeros, fueron hasta el puerto y decidieron hacerse una foto delante de un barco militar que estaba anclado en el muelle. Con el paso del tiempo esa foto se convirtió en protagonista de la historia.
Un día, el yerno, estaba tomando con un amigo unas copas y se la contó.
El marinero y su esposa ya habían fallecido pero una de sus hijas le tenía mucho cariño a la foto y, desde que se casó, la tuvo colgada en su casa. En una ocasión cambiaron de domicilio, todos los enseres fueron empaquetados y trasladados a la nueva vivienda.
Un día estaban desempaquetando y colocando las cosas, la foto estaba encima de una silla esperando el momento de ser colgada y el marido dijo a su esposa:
- ¿Dónde vamos a poner al marinero?
Aquellas palabras la ofendieron y la tranquilidad familiar sufrió un fuerte desencuentro. Tan grande fue que el autor de la pregunta le dijo a su amigo:
- En mi casa nunca más se habló de la mar.

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