sábado, 25 de junio de 2016

EL VIAJE EVANGELIZADOR DE JESÚS

Colaboración de Paco Pérez

Los hombres nacemos libres y, además, fuimos liberados de la esclavitud por Jesús. A pesar de ello siempre hemos entendido la esclavitud de manera errónea porque lo hacemos en un plano físico, ese que nos aplican otros hombres cuando nos ponen cadenas materiales pero hay otras encubiertas que no conocemos o no queremos conocerlas. Jesucristo se preocupó de que el hombre no se sintiera atado a las normas que le imponían otros hombres sin ser realmente leyes. También debemos valorar la esclavitud del espíritu, esa ata al hombre cuando sucumbe ante las tentaciones que se le presentan, no sabe rechazarlas a tiempo y se abraza a ellas. Este modelo nos hará mezquinos porque nos llevará a enfrentarnos y a dañarnos, actuando unos contra otros.

La esclavitud recomendada es aquella que nos lleva a entregar nuestro esfuerzo en ayuda del prójimo necesitado, este modelo es el que nos libera de las cadenas materiales pero los otros nos recluyen en cárceles sin puertas.
Cuando Dios nos llama tenemos que darle una respuesta como la que le dio Eliseo, lo dejó todo: familia, hacienda, trabajo…
El espíritu misionero de Jesús está en el evangelio y aparece “viajando” de manera permanente. Durante esa actividad enseñaba, hacía milagros, buscaba discípulos, los enviaba a predicar... Esta forma de guiarse estaba motivada por el compromiso personal que tenía de divulgar el “Plan de salvación” para todos los hombres: discípulos, cristianos o paganos. Para conseguir ese objetivo visitaba los pueblos y sus gentes, a esta misión profética y mesiánica le puso el punto final en Jerusalén y la cruz fue el regalo que los hombres le hicieron como premio a sus desvelos por los demás.
Jesús no limitó su actividad a los judíos sino que la amplió a todos, sin diferenciaciones, y de este modo nos anticipó lo que en el futuro sería la labor que encomendaría a la Iglesia cuando Él ya no estuviera aquí y entonces ella tomara el relevo de guiar a los hombres de todos los pueblos.
En su viaje siempre lo acompañaban los discípulos, entre ellos estaban los DOCE. No obstante, en alguna ocasión, estuvo acompañado de muchos más. Los grandes temas que les enseñaba giraban sobre la escucha de la palabra, los riesgos de la salvación, las severas exigencias que imponía su seguimiento, la presencia del Reino entre ellos… Todo esto se lo fue exponiendo de manera ordenada y “las parábolas” fueron su forma fácil de hacerles comprender el contenido. Con este método de trabajo supo transformar un “viaje”, para muchos de rutina o de placer, en una forma lenta y sencilla de moldearles el espíritu, siguiendo el formato de “aprender por imitación lo que hacía y decía Cristo” a diario.
Cuando se tratan los temas de Dios, hoy nos toca recordar a “Jesús viajando”, siempre debemos pensar en que nada ocurrió entonces por casualidad y que por eso debemos aceptar que todo estaba programado por el Padre.
La ENSEÑANZA que saco de este viaje es que todos estamos haciendo el nuestro ahora y que es muy improbable que haya viajeros que, de una manera u otra, no hayan llegado ya a su Jerusalén y que estén llevando el incómodo peso (unos más grande que otros) de su CRUZ… Los apóstoles acompañaron a Jesús hasta el huerto después de comer, Él llevaba sólo y en silencio el peso gigantesco de su CRUZ. Quedó patente cuando caminaron a su lado hasta el lugar y, al llegar, Él se puso a orar y ellos se quedaron dormidos… ¡¡¡Nadie lo comprendió porque no conocían su problema y por eso no intentaron ayudarle!!!
¿Cuántas personas caminan a nuestro lado con sus CRUCES y no sabemos qué les ocurre? ¿Qué hacemos cundo se nos acercan para que les ayudemos?
Esta es la batalla que se está librando en nuestra sociedad a diario y en la que debemos participar sin dormirnos, para ello deberemos esforzarnos para comprender a qué vino Jesús al mundo. De no interesarnos por esta realidad nos estaremos engañando y nuestras repuestas estarán guiadas por la rutina y sólo servirán para que nuestra conciencia no nos dé patadas.
CAMINO: Primero conoceremos las cruces que tenemos en la familia y tiraremos de ellas, después miraremos al vecino y, finalmente, intentaremos llegar un poco más lejos.









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