martes, 4 de septiembre de 2012

EL PASEO


“El Paseo 1”

Éste lugar se lleva las galas. Es raro que un villargordeño no tenga que pasar por él varias veces al día, o que no acuda por norma a las tertulias de los bancos o que no lo visite con sus peques por las tardes para que jueguen.
Los tertulianos de las mañanas tienen el DNI demasiado amarillo o en fase de estarlo. Sus formas de ser son diversas: prudentes, dicharacheros, aburridos, burlones y añorantes.
Suelen discrepar con demasiada frecuencia, pensemos que son los gallos de otros tantos corrales, pero muchos de ellos coinciden siempre en un punto: antes de llegar al banco se pasan por los contenedores de papel para coger un cartón. Este rito lo hacen para que no se les ensucie el pantalón y para evitar soportar en sus posaderas la temperatura ambiental que el metal del banco tenga acumulada por el frío o el calor de la estación de turno. Lo que no dicen jamás es que la esposa les regaña si lo manchan. Eso nunca, los gallos nunca bajan la cresta en el corral del paseo, serían la risión de la concurrencia.
Después de almorzar aparecen las peñas de gente joven para descansar de los libros, charlar y fumarse sus pitillos.
Al atardecer vuelven algunos ancianos, las mamás jóvenes y sus peques... ¡Ya no hay tranquilidad y sí  muchos balones, bicicletas, patines, carreras, peleas y llantos! Todo esto es lo normal.
Tengo bastante amistad con algunos de los ancianos, aunque soy mucho más joven que ellos. Cuando están pocos me siento en el banco sin cartón y charlamos de lo que tercia.
Una mañana fresca de otoño me acerqué a saludarlos, como de costumbre, y palpé que el ambiente no era el habitual, había demasiado silencio. Esperé unos minutos y, al no cambiar la situación, me levanté. Lo hice porque pensé que les había enfriado el tema.
No tuve tiempo de despedirme porque Andrés comprendió la escena y actuó con prontitud:
- Perdona que hoy estemos así pero el cambio de tiempo, los achaques del cuerpo y la soledad que nos ocasiona la viudedad nos ha hecho RECORDAR a nuestras esposas.
Durante un rato hablamos de ellos, de sus familias y poco a poco los saqué del tema que los puso añorantes.
Este cambio ocurrió cuando les dije:
- “El Paseo” ha sufrido muchos cambios… ¿Los recordáis bien vosotros?
Plantearles el recuerdo les hizo cambiar el semblante, ya no estaban tristes y sus rostros se mostraban con las expresiones típicas de la alegría: ojos excesivamente abiertos; la boca igual, aunque en un tamaño prudente y la comisura de los labios más próxima a las orejas de lo habitual.
Para mí, lo mejor de esa mañana fue el comprobar lo bonito que es saber ser correctos con nuestros semejantes. Si Andrés no hubiera reaccionado a tiempo yo me habría marchado con el sentimiento equivocado de que les había interrumpido su conversación privada, a lo mejor no me hubiera acercado otro día por temor a repetir la escena y ahora yo no podría relatar el encuentro.
Como ya tenía que marcharme acordamos volver otro día para seguir hablando del pasado reciente.

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