lunes, 21 de abril de 2014

SEMANA SANTA 2014


PREGONERO:
Santiago López Pérez
CAPÍTULO V

JUEVES  SANTO

Ya, de la Ermita p’abajo,
vienen San Isidro con Santa Ana
y la Virgen Niña de la mano.
Junto a ellos va San Antón
con su lechón, muy educado.
Bajan alegres y con gozo
a la Parroquia, cantando.
San Pedro abre las puertas del templo
y sale San Antonio, a esperarlos,
y al momento de verlos,
corre que te corre, con abrazos.
“Pasad, pasad, que estemos todos,
hace rato que  esperamos”,
afirma San Juan,
el discípulo amado.
Santa Lucía y Santa Marta,
azarosas, preparan el Cenáculo.
San Miguel con su lanza
aparta todo lo malo.
“Que ha de estar todo
limpio y puro, inmaculado”,
insiste San Francisco, que entra
trayendo un nido de pájaros
que canten a Nuestro Dios
con los sabores del campo.
Y San Francisco Javier, bajando la cruz,
decide descansar un rato,
¡Tanto tiempo predicando!
San José los mira a todos
y sonríe como un padrazo,
él viene a ofrecer a su Hijo
olorosas azucenas y nardos.
Ya en los balcones del cielo,
los que un día nos dejaron,
se asoman a la que es su Parroquia
con alabanzas y cánticos.
Y María, Madre de todos,
aguarda el Misterio Sagrado,
y ruega por los villargordeños
a Su Hijo Bienamado.
¿Pero, señores, qué es lo que pasa en el Templo?,
¿Qué es lo que aquí está pasando?
“Lo más grande del mundo,- dicen todos-:
Hoy es Jueves Santo
y, en esta tarde preciosa,
Nuestro Esposo, Nuestro Amado,
se hace Pan de Amor
para que todos lo comamos,
y, luego, a la anochecida,
nos espera en el Sagrario,
en el Monumento precioso,
sólo para Él preparado.
¡ Decídselo a todos! ,
¡ Pregonadlo los cristianos!,
¡ Que Cristo no quiere estar solo
y de nuestro corazón, olvidado!.
¡ Que quiere que en esta santa noche
 a estar junto a Él vengamos,
a acompañarlo en su soledad
y a decirle que lo amamos !” 

Con estas letrillas os animo a vivir los días del Triduo Sagrado, en concreto este del Jueves Santo, en el que Cristo con su testimonio en el lavatorio de los pies, nos da el principal de sus mandamientos: que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado.
Después, El Señor queda en el Monumento para su adoración.
No olvidéis la Hora Santa ante el Sagrario. Estemos junto al Señor, meditando su dolor y queriendo consolarlo con nuestra cercanía. Viene siendo costumbre en Nuestra Parroquia que un puñado de personas pasan la noche entera junto al Señor, acompañándolo en el recuerdo de sus más duras horas de agonía, horas previas a su crucifixión.
¡Ojalá que este grupo de almas adorantes fuera cada año más numeroso!
Cada día la vida nos ofrece la posibilidad de hacer algo hermoso para Dios, y, cualquier oportunidad para la oración lo es, ya que, a través de la oración, Cristo nos abre las puertas mismas de su Corazón.
Ama la oración.
A quien reza se le da un corazón puro,
y un corazón puro puede ver a Dios.”
                                                        (Madre  Teresa)
La Adoración Eucarística es el pulmón con el cual respira toda parroquia. Si no se cultiva la Adoración a Jesús Sacramentado, se rompe el cordón umbilical del diálogo íntimo con Dios en su propia presencia y la Parroquia acaba ahogándose en sí misma, posiblemente en un activismo desvirtuado y alejado de la autenticidad de su propia identidad.
¡Qué bueno sería para Nuestra Parroquia que hubiera una Hermandad Sacramental que se preocupara por fomentar la Adoración Eucarística, especialmente entre los jóvenes!
Tarde de Jueves Santo.
Cristo, loco de amor,
se hace pan hecho pedazos.
Tarde de Jueves Santo, el Monumento,
y en el Monumento, el Sagrario,
centro y alegría del buen cristiano
que en Cristo ha puesto
su esperanza y su regalo.
Hora Santa junto al Amado,
noche de vela y oraciones,
noche de entrega de corazones
junto a los pies del Sagrario.
El Príncipe de la Paz
en el Monumento te está esperando
con el Corazón por ti traspasado,
¿querrás venir a acompañarlo?
Tarde de Jueves Santo,
la muerte ha sido vencida
en la entrega del Cenáculo.
Bendito sea Dios, que, en este Pan entregado,
ha  colmado nuestra vida
con la presencia de su Hijo Amado.
¡Bendito sea Dios!
¡Bendito sea por siempre y alabado!
Los jóvenes y mayores esperan la tarde del Jueves Santo la salida a las calles de Villargordo de Jesús del Gran Poder y Nuestra Señora de la Salud y Esperanza. Jesús, apresado y maniatado a pesar de ser quien es, se presenta ante su pueblo manso y humilde, dispuesto a dejarse herir por amor a cada uno de nosotros. La imagen de este Cristo es un canto a la bondad de Dios, de nuestro Dios, que se presta al mayor de los sufrimientos y dolores para que ninguno de nosotros nos perdamos.  Jesús, que ofrece sus espaldas a los que lo golpean, que no oculta su rostro a insultos y salivazos. Él nos mira con misericordia y perdón, asume el dolor y lo redime, y hace suyo nuestro dolor y nos colma con su luz.
Esta noche, Villargordo vive la aparente derrota de Dios. Es noche de entrega y abandono, de prendimiento y angustia. Cristo, modelo de obediencia al Padre, bebe el Cáliz del sufrimiento redentor por la Humanidad entera.
Y en medio del poder de las tinieblas que se extiende en estas horas, brota como agua fresca de manantial la imagen preciosa de María, Madre Nuestra de la Salud y Esperanza, que sufre guardando todo en su corazón de Madre de los hombres.
María, bajo palio verde, camina derramando lágrimas por todos los que muestran indiferencia y desprecio hacia el amor que su Hijo quiere ofrecerles. María, en esta noche en que la oscuridad impera, es la Aurora de la Salvación para todos nosotros, la Salud y la Esperanza de nuestras vidas cuando a ellas llega el dolor y el sufrimiento.
Yo te veo, mi Jesús del Gran Poder,
maniatado y amordazado
en tantos hombres y mujeres cada día.
Tú estás, mi Señor,
en el hombre que quiere tener
la dignidad de un trabajo
para alimentar a su familia.
Tú sufres, mi Dios,
en los que no pueden comer
pan, siquiera un pedazo
que remedie sus vidas.
Mi Jesús del Gran Poder
vives en el anciano y en el enfermo olvidado,
en los que sufren la caída
en la droga, en el alcohol,
y no logran ver, Señor,
que todo un Dios quiere abrazarlos
y devolverles la alegría
de saberse queridos y amados.


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