martes, 22 de abril de 2014

SEMANA SANTA 2014


PREGONERO:
Santiago López Pérez
CAPÍTULO VI

LA  MADRUGADA 
La madrugada del Viernes Santo es noche de sufrimiento, de pasión y entrega hasta el extremo. Apenas unas horas antes, Jesús nos ha dejado su “testamento”:

- el mandamiento del servicio a los hermanos y a la Iglesia hecho realidad en el lavatorio de los pies, gesto inquietante del amor incansable que Dios tiene por cada uno de nosotros;
- la institución de la Sagrada Eucaristía, sacramento de la permanente presencia de su Cuerpo y su Sangre para todos los que esperamos su venida final;
- la institución del Sacramento del Orden Sacerdotal, precioso regalo para la Iglesia que nos asegura la presencia de Cristo para siempre en el pan y el vino consagrados por el sacerdote.
Es madrugada y Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de la Amargura recorren las calles de Villargordo.

Un aire de pesimismo y derrota se respira por los rincones de nuestro pueblo. Cristo sube al Calvario, donde se ha de culminar el martirio. Todo parece perdido, Señor, todo parece perdido. Y, sin embargo, no es cierto, no es cierto. Que cuando llegaste al Calvario, Tú ya te habías entregado primero. De manera que cuando viniera la muerte no encontrara nada, pues Tú ya te habías dado todo en la Última Cena. Esta fue la derrota del maligno, que, creyendo que había triunfado viéndote sufrir lo insufrible, no encontró nada, pues Tú ya nos lo habías dado todo, dándote a Ti mismo. Estos pensamientos eran los que mi corazón sentía cuando desde niño iba a acompañarlo al Monumento.
Esta noche es noche de tristeza y agonía, noche en la que el aire espeso de la amargura se puede cortar. Y, sin embargo, es noche preciosa, porque Tú, Nuestro Jesús Nazareno, que haces nuevas todas las cosas, con tu Pasión, has dado también un nuevo valor a nuestro sufrimiento.
Es noche en la que Cristo nos pide que busquemos su rostro herido en los que tenemos cerca, a nuestro lado, y seamos sus cireneos. Porque Él sigue subiendo también hoy al calvario de la tristeza y el abandono en tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Abramos los ojos de nuestra mente y de nuestro corazón y enseguida lo encontraremos, quizás más cerca de lo que pensamos. La amargura de María también será aliviada si nos decidimos, como Simón de Cirene, a socorrer a su Hijo bajo la dolorosa apariencia del sufrimiento de nuestros hermanos.
Duele la noche,
duele  aún más la madrugada,
cuando Jesús Nazareno,
bajo la Cruz se arrastra,
por las calles de nuestro pueblo,
con suplicante mirada.
Busca en ti el amor
que dé abrigo a su alma.
¿Negará tu corazón el consuelo
que cada Semana Santa
suplica este Nazareno
que hasta lo infame se abaja?
Míralo por nuestras calles,
a Cristo, en la puerta de tu casa,
hablándole a tu corazón
sin articular una palabra,
sólo con la fuerza y la paz
que derrama su mirada.
¿Negarás a Jesús el amor
que sacie la sed de su alma?.
Y a las tres de la tarde del Viernes Santo, justo a la hora de la muerte del Señor, un grupo de personas se acercan a la Parroquia para implorar a Cristo su Misericordia Divina. Os animo a uniros a estos villargordeños que en este día inician la Novena a la Divina Misericordia, cuya fiesta culminará el domingo siguiente al Domingo de Resurrección.
Luego, cuando empieza a caer la tarde y después de haber vivido en el templo la celebración de la adoración de la Cruz, procesiona por nuestras calles el cuerpo inerte del Santo Entierro.
Este cuerpo lánguido y amoratado es, no obstante, un canto a la vida. Todo parece consumado; sin embargo, esta muerte es el principio del inicio para todos los que creen en Cristo. 
Y en el silencio del dolor contenido tras la sepultura del Hijo Amado, la Soledad se hace persona, la tristeza se hace mujer en las calles de Villargordo.
Nuestra Señora de los Dolores es la Madre del corazón traspasado, la mujer desolada suplicante, la pequeña cordera de Dios  herida de amor por nuestros pecados.
Es hermoso admirar la belleza de esta imagen de la Virgen de los Dolores. Impacta en el corazón el atronador silencio de su llanto contenido. Todo villargordeño quisiera, en esos momentos, como San Juan, estar al lado de una Madre tan buena para poder consolarla con tiernos abrazos.
María es en esta noche la Virgen Madre de los Dolores, de los sufrimientos provocados sobre su Hijo durante toda la Pasión y de los sufrimientos que actualmente viven sus hijos en cualquier lugar del mundo, pues no olvidemos que Jesús, apenas unas horas antes, nos la había entregado como Madre de la Humanidad
Quiero, en esta noche, María, Virgen de los Dolores, Madre de todos los hombres, consolar tu llanto por tus hijos más pequeños, aquellos niños que no ven la luz, que han sido engendrados, pero que encuentran en el vientre de su madre su propia sepultura. Estas muertes hieren a Dios en lo más profundo de su corazón, pues son víctimas tan inocentes como lo fue su Hijo Crucificado. 
Virgen de los Dolores,
dulce Madre,
sencilla mujer sola,
María, pequeña paloma.
En tu corazón guardas,
esta noche de Viernes Santo,
el silencio de tu llanto
que a todos cobija y salva.
El aire manso y suave
a nuestro corazón trae
el dolor de tus heridas
que a dulce amor sabe.
Déjame acompañarte,
Señora de los Dolores,
en esta noche de soledad serena,
para que ofrecerte pueda,
como San Juan,
el consuelo de mi paz
y el regalo de mis amores.
María, sencilla,
María, humilde nazarena,
María, Madre Dolorosa,
míranos siempre con ternura
y en esta terrenal espera,
sé tú nuestro camino,
la estela segura,
la mano cierta
que a Cristo nos lleva
y en Cristo nos deja.






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