martes, 17 de noviembre de 2015

LOS MUERTOS SE APARECEN, ESO NOS CONTABAN LOS MAYORES CUANDO ÉRAMOS NIÑOS

Colaboración de Paco Pérez
Capítulo III

Todos sabemos que ocurren hechos en nuestras vidas que después dan lugar a sucesos fortuitos y que éstos afectan, siempre, a personas que no tienen nada que ver con lo ocurrido, son los llamados “daños colaterales”; como ejemplos válidos tenemos los muertos que se ocasionan en las guerras y en los atentados, porque afectan a la población civil cuando en realidad ellos no son el objetivo de esas acciones.

En las narraciones sobre las apariciones de los “muertos” la realidad es que con ellas no se buscaba hacer daño a nadie pero los afectados por esas influencias negativas no deseadas también fueron los más débiles, los niños y los más incultos del lugar. Conozcamos unos casos reales:
1.- Las cámaras eran el lugar destinado en las casas por las familias para guardar los trastes de uso poco habitual, los productos de las matanzas (chorizos, morcillas, tocino, adobados y jamones), la paja y los frutos de las cosechas del campo (aceite, melones, higos secos, trigo, cebada, lentejas…) y por esa circunstancia los padres mandaban a sus retoños que subieran a ese lugar a por algo, cuando lo necesitaban. Como no había luz en ella, si tenían que subir por la noche el problema ya estaba planteado pues se negaban y entonces los mayores los amenazaban con castigarlos si no obedecían. Bajo estas condiciones lo hicieron una noche las hermanas Inés y Dolores, su padre les mandó que trajeran un melón.
Cuando subían las escaleras sin ayuda de ningún utensilio luminoso, encontrándose rodeadas por la oscuridad de la cámara,  descubrieron a la vez unas luces sobre la techumbre del lugar, se quedaron sin proponérselo paralizadas y Dolores dijo:
- Inés… ¿Tú ves lo mismo que yo?
- Sí, veo lo mismo que tú –la respuesta le salió de manera susurrante.
Ya no hubo más diálogo, se dieron media vuelta y, dando gritos, bajaron las escaleras de dos en dos y atropellándose.
Al escuchar el griterío acudieron los mayores y, cuando se tranquilizaron y contaron lo que vieron en la cámara, las llevaron al portal. Una vez en él, el padre les señaló el agujero que había en una de las bovedillas del entresuelo de la casa y les dijo:
- Ese agujero está ahí porque nos sirve para pesar el grano de las cosechas cuando lo vendemos y para colgar el marrano en la matanza. Él es el origen de las luces que habéis observado y el causante de vuestro susto.
Como las niñas no acababan de entender la explicación, el padre las llevó a la cámara a regañadientes y, una vez en ella, las peques volvieron a ver las luces y se asustaron; él las tranquilizó, tapó el agujero y así fue como comprendieron que las luces no eran los “muertos” de los relatos.
2.- Dije que estos relatos me afectaron y ahora, por esa razón, el protagonista de éstos seré yo:
a) Tenía trece años y, con anterioridad y en las reuniones de la mesa camilla, me vi muy afectado por esos relatos de “muertos” pues las características de cada persona no son las mismas. Ya habían transcurrido algunos años desde que recibí esas influencias negativas y no me acordaba ya de aquellos relatos pero, cuando el 4 de agosto de 1964 mi tío Pascual decidió abandonarnos, los recuerdos del pasado reciente reaparecieron con fuerza y no para ayudarme.
En aquellos años los domicilios familiares eran los lugares donde se velaba a los difuntos, en la casa de mis padres fue el tanatorio de la familia y esa circunstancia tuvo la culpa de que se despertara en mi interior el recuerdo de los relatos del pasado. Entonces no enfocaban las familias la pérdida como ahora, todo era fruto de la cultura de la muerte que imperaba: Llorar sin descanso, lutos interminables, rezos diarios, el ambiente cargado de seriedad, vivienda con mucha oscuridad… Mi pobre abuela siempre vistió de negro pues las pérdidas familiares que tuvo fueron tantas que no cesaban de salpicarle su paz espiritual. Comenzó enterrando a dos criaturas pequeñas, al esposo, a sus padres, a un hermano y, finalmente, a su queridísimo hijo Pascual.
Ese ambiente sólo contribuía a empeorar los miedos sembrados con los relatos de los “muertos” y, por eso, cuando pasaba por el tenebroso portal de la casa, en una de cuyas habitaciones había sido velado el difunto, se me ponían los pelos de punta y un escalofrío me recorría el cuerpo desde los pies a la cabeza.
La estación estival ayudó a que los miedos se acentuaran, dos circunstancias personales dispararon mis problemas. Dormía en el piso superior; la puerta de mi habitación estaba frente a las escaleras; ésta y el balcón permanecían toda la noche abiertas para que pasara el poco aire que circulaba y así poder soportar mejor el calor y por eso, cuando miraba hacia las escaleras, sólo veía una masa oscura y ya comenzaba a dar vueltas en la cama y a sentir pinchazos en el cuerpo… ¿Cómo reaccionaba para defenderme de esos miedos sin comentarlo a nadie?
Cuando me encontraba con estas afectaciones colocaba el cuerpo en decúbito prono porque consideraba que en esa posición me iría mejor pero la realidad era otra, los pinchazos no cesaban y sudaba tanto que la cama amanecía empapada.
En esa época mi amor por los libros estaba en horas bajas pero en verano tenía que estudiar obligatoriamente porque en septiembre debía volver al instituto para rematar la faena inacabada. Como de madrugada bajaba algo la temperatura y había, en la casa y en la calle, un silencio total pues durante el mes de julio comencé a levantarme muy temprano para estudiar. Después de los hechos luctuosos que viví tuve que retornar a los libros pero ya no me apetecía estudiar en la planta baja y no respondía al despertador con la prontitud de antes. Mi padre, que tenía un sueño muy ligero y era perro viejo, se percató del cambio y me caló sin decirle nada, comprendió lo que me ocurría y se levantaba todas las mañanas para acompañarme. Él se ponía a leer a mi lado y, de vez en cuando, se daba un paseo por el patio y me dejaba solo… Podéis pensar cualquier cosa sobre mi reacción y acertaréis pero así fue cómo se fueron alejando esos fantasmas de mi lado pero, en honor a la verdad, hasta unos años después no recuperé la normalidad, lo conseguí cuando decidí dormir y estudiar en la planta baja, algo impensable en otros tiempos.
b) Me ocurrieron en una misma noche otras dos historias relacionadas con los “muertos”, éstas un año o dos después de la anterior, y también era verano.
Eran las once de la noche, estábamos sentados en el patio tomando el fresco y mi padre me hizo una propuesta inesperada. Sólo un tiempo después comprendí el verdadero motivo de su intención, intentar quitarme el jindamazo que aún me atenazaba desde entonces. Me dijo:
- ¿Damos un paseo hasta la ermita?
– Sí, allí hará más fresco –le contesté.
Estuvimos un rato charlando y sentados en la piedra, nos levantamos, regresábamos ya y de nuevo me hizo una segunda propuesta:
- Vamos hasta el Cementerio, hace tiempo que no he ido por allí.
Esta vez ni le contesté porque no me apetecía en absoluto hacerlo, y fui hasta la puerta como decía mi abuelo Paco:
- Como el que va al matadero.
La oscuridad del ejido era total pues la poca luminosidad que entonces había en él nos la suministraba la Luna, cuando llegamos hasta la puerta rezamos a los difuntos y el tiempo que estuvimos allí se me hizo interminable.
Al acabar, mi padre distinguió un bulto en la era que había junto al Cementerio y me comentó:
- Ese que está acostado ahí es FedericoEl campillero”, vamos a saludarlo. Duerme aquí mientras tiene trigo o cebada en la era, para guardar la cosecha.
Cuando llegamos hasta el hombre acostado nos llevamos una sorpresa increíble… ¡¡¡No había nadie!!!
Espero que no se sobresalten, pero la visión de mi padre no fue la de un “muerto” que dormía… ¡¡¡El pillín de Federico había puesto los mantillones de los animales de tal forma que parecía el cuerpo de un hombre guardando la cosecha!!!
Cuando descubrimos el pastel nos meamos de risa y ya regresamos a casa.
Un día estaba Mari hablando con una persona mayor, ya fallecida, y los comentarios derrotaron hacia las historias que se contaban en el pueblo sobre las apariciones de los “muertos”. La conversación que mantenían concluyó cuando esta señora, sin esperarlo, le dijo:
- ¡¡¡Pues ahora no se aparece ninguno porque los tienen allí arriba muy bien recogidos a todos y ya no se aparecen desde hace ya muchos años!!!
Como despedida, voy a recordar unas palabras que Manolillo el de Visitación” pronunció sobre los muertos unos años antes de morir dialogando también sobre la muerte:
- Yo no quiero cuentas con los muertos –afirmó Manolillo.
- ¿Por qué? Ellos no hacen nada, hombre –razonó su amigo.
Pero Manolillo estaba muy convencido de lo que decía y afirmó:

- Mira, yo no quiero cuentas con los muertos porque si un día se me aparece uno va a resultar que viene uno y nos iremos dos.

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