domingo, 12 de noviembre de 2017

EL SABIO HUMILDE TRIUNFA

Colaboración de Paco Pérez
SI FLOTA EN EL ÉXITO FRACASA
Cuando el hombre es humilde y tiene un comportamiento digno siempre mira a los demás con amor y sabe valorar la grandeza de las cosas sencillas, Dios lo escucha en sus oraciones y le regala la felicidad. En cambio, si se vuelve débil ante la tentación ésta lo lleva a ser vulgar y ya actúa con egoísmo, se siente insatisfecho, vive rodeado de infelicidad, fracasa y se aparta de Él.
Salomón fue uno más de los que abrazan esta ruta. Él tuvo unos comienzos dignos de ser imitados, sólo le pidió a Dios que le regalara sabiduría y Él se la concedió. Ese don le hizo ser objetivo y justo en el gobierno de su pueblo y éste, por ser así, lo quería. Con sus decisiones sabias acertaba y ganó mucho prestigio, su fama viajó a otros países y sus gobernantes lo visitaban para conocerlo y así poder comprobar lo que se contaba.

Un tiempo después el éxito le hizo cambiar su comportamiento de inicio, dejó de ser el que era y se perdió caminando por donde no debía, Dios le avisó de que no debía seguir manteniendo ese comportamiento disoluto, él continuó y ya no le mantuvo su apoyo porque de nada le había servido la sabiduría que gratuitamente le había regalado. Le anunció que por lo hacho recibiría el castigo de perder su Reino, éste se cumpliría después de su muerte.
Al nacer recibimos unos dones y, al transitar por el camino terrenal del Reino, debemos ponerlos a trabajar para poder llegar hasta el Padre. Esta realidad nos obliga a estar preparados siempre porque no sabemos ni el día ni la hora en que seremos llamados para hacer el viaje final y entonces deberemos rendir cuentas. Salomón recibió también y abandonó ese camino, no estuvo vigilante y por eso pasó del todo a la nada. Su ejemplo nos muestra la realidad de quienes no se preocupan de cuidar su hacienda a diario.
La realidad de los cristianos es que sólo nos acordamos de Dios cuando truena en nuestro entorno o cuando estamos enfermos, es decir, nos ocurre como a las señoras que se durmieron, no esperamos la llegada de esa alteración y tememos… ¿Por qué?
Cada uno tendrá sus razones pero una de ellas es que sabemos que no somos responsables con nuestros deberes cristianos y de ahí que la muerte nos atemorice y no la deseemos. Cuando visita a las familias, les causa dolor porque pierden a un ser querido pero la realidad es que no conocemos a Jesús bien, no tenemos confianza en Él, en lo que anunció que nos espera después de la muerte y por eso perdemos con facilidad la esperanza de que Él vendrá de nuevo. No tenemos asimilado que cuando ocurra este hecho los que murieron antes serán resucitados y después, junto a los que vivan entonces, todos seremos transportados a la presencia del Padre, entonces conoceremos aquella realidad.
S. Pablo se basó para hablarnos así en que Jesús murió, resucitó y nos rescató. Os invito a leer 1 TESALONICENSES 4,12-17:
[Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. 
Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él. 
Esto es lo que os decimos como palabra del Señor:
Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. 
Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. 
Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. 
Y así estaremos siempre con el Señor.
Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.].

Si nuestra fe fuera abundante deberíamos esperar tranquilos siempre y no temer a la muerte porque pasaremos a una situación ideal junto al Padre pero… ¿Tenemos realmente fe o es que lo decimos?



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