martes, 13 de marzo de 2018

TERTULIAS A LA LUZ DE LA LUNA


Colaboración de Paco Pérez

Capítulo I
EL MAL OLOR
Si viajamos hasta nuestro pasado reciente volveremos a saborear las vivencias de cuando éramos niños. Éstas, como es lógico, no podrán tener el mismo paladar porque en aquellos años las dificultades estaban en todas las familias y por su culpa no teníamos en las casas las comodidades necesarias que nos ayudaran a mitigar los rigores del calor veraniego. Por esa razón no conocíamos los ventiladores y yo diría que ni habíamos oído hablar del aire acondicionado, circunstancias por las que durante el día y las calurosas noches del verano un buen cartón o un abanico daban a los vecinos unas prestaciones magníficas para refrescar los cuerpos sudorosos.

Como el ingenio siempre está presente entre las personas la solución natural que entonces aplicaban al problema era sencillo pues, además de los ya reseñados, por la noche se salía el vecindario a la calle y lo hacían acompañados de una silla y de un buen botijo poroso de Bailén; esperaban sentados que se avanzara la noche para que se levantara un poco de aire y los refrescara y, mientras les llegaba ese regalo, le daban con la lengua la vuelta a los acontecimientos de más actualidad del pueblo.
Los hechos que hoy vamos a recordar también los vivió Josefita Párraga Guijarro en la calle La Libertad pero hay algunas diferencias con relación a los anteriores. Cuando ocurrieron los anteriores ella estaba soltera, vivía en la casa de sus padres y se reunía con las vecinas que estaban próximas al domicilio paterno. Hay unos cambios entre los hechos de antes y los de ahora porque como transcurrieron unos años entre ambas etapas pues en esta ocasión ella ya estaba casada con Juan Francisco García Moreno, conocido popularmente como “Millán” o “Carrucha” (ya fallecido). También, por este cambio de estado ella vivía en otro domicilio de la misma calle, antes lo tenía en la parte final de ella y ahora en el centro, y, como es lógico, a tener otro vecindario el fresco lo tomaba con otras personas.
A pesar de estos cambios las costumbres de las nuevas vecinas eran las mismas y una noche, estando de tertulia algunas en la puerta de Josefa “La de Villa Conchita” (ya fallecida) y, sin venir a cuento, una de ellas exclamó:
- ¡¡¡Ufff, qué olor más raro ha entrado por aquí!!!
Nadie le respondió y siguieron hablando del mismo tema.
La señora, como debía de tener un olfato más refinado que las otras, al comprobar que ninguna le contestó pues ella volvió a repetir la misma expresión y, en esta segunda vez, con las tintas más cargadas:
- ¡¡¡Ufff, qué olor más raro ha vuelto a entrar por aquí!!! ¿Vosotras estáis muertas, no oléis nada?
Como el olor no se iba, según ella, pues insistió mucho con sus voces y preguntas.
Insistió tanto y con tan poca delicadeza que Luisa Guijarro, la esposa de Francisco GuijarroPepino” (ya fallecido), rompió el silencio y le contestó:
- La verdad es que yo no huelo pero, para este tema del “mal olor”, en Villargordo tenemos un refrán muy viejo que viene para tu insistencia bastante bien.
La señora del olfato fino quiso saber el contenido del mismo y le dijo:
- Cuéntalo y ya lo conocemos.
Luisa, que ya estaba lanzada, continuó:
- Por qué no lo voy a contar si en la época de mi abuela ya se conocía y ella fue la que me lo enseñó. Pues prestad bastante atención y no lo olvidéis… ¡¡¡El que huele debajo lo tiene!!!
La señora hizo gestos raros de asombro y le preguntó a Luisa.
- ¿Qué me quieres decir con eso?  
– Nada, no iba para ti ni para nadie más de las que aquí estamos –le respondió.
– Aclárate mejor entonces.
- ¡¡¡Cómo no vas a oler mal si hoy todavía no me he lavado el “bilbaíno” y tampoco me he cambiado de “bragas”!!!
Después de dar Luisa esa respuesta, todas comenzaron a reír dando grandes carcajadas. Al serenarse de nuevo el ambiente otra vecina saltó al ruedo con gran habilidad, se llevó la atención de las reunidas hacia ella, el tema anterior quedó zanjado y la tertulia continuó como si nada hubiera ocurrido.






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