sábado, 9 de julio de 2016

SAMARÍA, MARGINADA POR LA LEY JUDÍA, TRATA CON MISERICORDIA AL ENFERMO

Colaboración de Paco Pérez
Moisés ya mostró al pueblo el camino del Reino: [Escuchar al Señor, reconocer los propios errores, convertirse de corazón y alma y cumplir sus preceptos.].
Pasaron muchos años y, a pesar de ello, hoy se comprueba que con Moisés o con Jesús la esencia del mensaje no cambia y se nos sigue informando de que no nos basta con conocer el contenido de la Ley porque lo que nos pide Jesús es aplicarla y, de no hacerlo, habremos perdido la oportunidad de andar bien el “Camino del Reino”.

Jesús vino para enseñarnos y lo hacía poniéndo ejemplos de la vida cuando le preguntaban por algo, así entendían sus interlocutores mejor su enseñanza. Lo lamentable es que no lo entendieron y no lo entendemos porque aún seguimos practicando poco.
El contenido del evangelio de hoy se comprenderá mejor si recordamos que unos setecientos años antes de Jesús los asirios invadieron Samaría, deportaron a parte de su población y la repoblaron con gentes de su país. Los colonos se casaron con la población que había quedado y sus hijos fueron los samaritanos. Esta nueva raza resultante configuró a ese pueblo con unas características diferentes a las que tenía, viéndose afectados los nuevos en su piel y en sus creencias religiosas.
Esta realidad les hacía ser despreciados por los vecinos, empujados por sus sentimientos nacionalistas y racistas que se alentaban en su ley. En aquellos tiempos, si se quería ofender a alguien, el camino más corto para conseguirlo era llamarle “samaritano”=“bastardo”.
Antes de Jesús los samaritanos construyeron su templo en el monte Garizim, convirtiéndolo en rival del de Jerusalén. Desde entonces las tensiones aumentaron y en tiempos de Jesús el enfrentamiento aumentó porque los judíos tenían prohibido casarse con samaritanos porque éstos eran impuros y de esa unión se derivaba impureza, ésta les impedían entrar en el Templo y ofrecer sacrificios. 
Esta enemistad se incrementó cuando, antes de Jesús, un rey judío destruyó el templo samaritano del Garizim y esta acción empeoró las relaciones entre los dos pueblos.
Cuando Jesús tenía unos diez años ocurrió un hecho que sentó muy mal al pueblo judío: En las fiestas de Pascua, los samaritanos echaron huesos de muerto por todo el Templo de Jerusalén. Esta profanación samaritana fue interpretada como un acto de venganza por la acción que los judíos les hicieron en el suyo y, desde entonces, la enemistad fue en aumento y por ella la hospitalidad entre estos pueblos no existía, se negaban el saludo, unos a otros se cerraban las puertas de las casas y, cuando los judíos pasaban por Samaría, entonces sucedían graves incidentes que, a veces, terminaban en tragedia.
Jesús no compartía ese espíritu nacionalista y racista y, para mostrarles su rechazo, cuando visitaba Samaría se quedaba entre ellos unos días.
Jesús era Dios y hombre. Por esa doble condición fue el origen de todo y el primero de todos, todo se conserva en Él, es la cabeza de la Iglesia y trabajó durante su vida terrenal para conseguir la paz entre los hombres… ¿Se ha alcanzado?
La respuesta que da al jurista deja claro el camino: Ser un clérigo conocedor de la Ley y no ayudar al prójimo es una equivocación pero tener misericordia y preocuparse por el prójimo es lo que les enseñaba ÉL.
¿Por qué pondría Jesús en el ejemplo al samaritano y no a un judío?
Tal vez me equivoque pero considero que es un forma de enseñarnos que es más importante no discriminar a nadie y ayudarle que mantener inflexibles las posturas de rechazo que emanan de la ley humana y no ayudar por ella al necesitado, lo que hicieron los judíos.
No olvidemos que la MISERICORDIA no es una acción aislada, es un campo muy amplio de atención al prójimo.







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