miércoles, 6 de julio de 2016

EL COLECCIONISTA DE INSERVIBLES

Colaboración de Paco Pérez
Capítulo II
OBEJETO CURIOSO, QUE ACTIVA EL RECUERDO DE HISTORIAS
Los OBJETOS CURIOSOS también se encontraban desperdigados en algún rincón o estantería metálica de la nave del señor José pero la que más me llamó la atención, sin duda, fue una placa que suele colocarse desde que tengo uso de razón, como aviso obligatorio para las personas, en los lugares donde hay un peligro real de que éstas puedan quedarse electrocutadas por tocar en algún lugar inadecuado de los transformadores eléctricos o en los postes de alta tensión.

Al ver esta placa me vino a la mente una anécdota del pasado lejano local, las palabras que solía decir una señora que no sabía leer, ya fallecida, cuando estaba junto al transformador que había en “El Paseo” entonces y ella iba a por agua a la fuente municipal que había al lado de él:
- ¡¡¡No tocar, muerte pelá!!! – decía a quienes estaban con ella en conversación.

Ella había escuchado campanazos del contenido del mensaje pero tenía la costumbre inocente de comunicarla a su manera y para disimular ante su público el analfabetismo que la martirizaba y que los mayores presentes sí sabían, me lo contaron cuando ella se marchó con su cántaro cargado sobre una de sus caderas, lo habitual de aquellos tiempos en las mujeres porque no había agua potable en las casas.
Esta historia me sucedió una mañana en la que acudí con la burra de mi abuelo Paco hasta esa fuente para llevar agua a la casa de mis padres, tendría unos 14 años.
No era malo lo que hacía aquella señora porque recordaba a los presentes, con su particular estilo, el peligro que se podía correr aproximándose a esos espacios protegidos.
Hace años, más o menos en las mismas fechas, ocurrieron en Villargordo tres hechos relacionados con el tema pero esta vez no fue en el lugar anterior, sucedieron en los postes de alta tensión que pasan junto a la “Ermita” del Santísimo Cristo de la Salud.
Cuando la Compañía Sevillana de Electricidad instaló esos postes metálicos y ya tenía montados los cables ocurrió un hecho que fue protagonizado por Adriano Jiménez Mendoza El Chápiro.
El relato de los dos primeros no me llega por conducto popular, los contó el protagonista en repetidas ocasiones cuando tomábamos unas cervezas y, como es lógico, ante más personas. Ocurrieron antes de que entrara en funcionamiento el nuevo tendido eléctrico y, para mí, únicos e irrepetibles.
En aquellos años la celebración de las bodas tenía incorporado un rito muy bonito que ya lleva años sin hacerse, subir hasta la Ermita después de haberse casado en el templo parroquial para pedir al Cristo por los nuevos esposos. Los novios iban delante, abriendo el cortejo, los invitados lo hacían detrás, todos los niños del pueblo acompañaban jugando alrededor y, en la confluencia de las calles por las que pasaban, salían las mujeres del barrio a ver cómo iban los de la comitiva para después poderles cortar unos buenos trajes. En una de éstas, cuando llegaron hasta allí arriba, se armó un alboroto fenomenal que nunca había ocurrido. La gente corría, sin saber por qué, en dirección del olivar colindante y siguiendo la corriente a los que iban delante. Los novios se quedaron casi solos y con unas caras de sorpresa impresionantes. Cuando se preguntaban por qué habría ocurrido aquella desbandada general, alguien gritó:
- ¡¡¡Se va a mataaaar!!!
Esta expresión aumentó la curiosidad y siguieron acudiendo hasta la parte trasera de la Ermita. Desde allí ya vieron la imagen de una persona que estaba subida en lo alto de un poste de alta tensión y envuelto en una sábana blanca.
Se vivieron unos momentos de miedo e inquietud y después de unos minutos interminables desapareció el peligro cuando el fantasma se quitó el disfraz y descendió de manera voluntaria del poste… ¡¡¡Resultó ser “El gran Adriano”!!!
Entonces se escucharon comentarios de todo tipo pero éste era el más repetido:
- ¡¡¡No podía ser otro, está más loco que una cabra!!!
Lo ocurrido se convirtió en el tema favorito durante la celebración del banquete de la boda y por el pueblo se extendió de inmediato la noticia.
Para él, un dominador de lo que hacía en otras prácticas con riesgo como la bicicleta o la moto, aquella visión desde lo más alto del poste fue para él inspiradora de nuevas aventuras cuando divisó desde su puesto de vigía lo que nadie tuvo ocasión de presenciar, todos los postes estaban alineados y Baeza, la que se le mostraba al fondo sobre la línea del horizonte. Esa imagen lo tuvo fascinado durante unos días y ya no le dejó en paz el pensamiento.
Estaba tomando con Juan Agudo, el que unos años después fue su cuñado, unos vinos en el bar de “Pancho” y le habló de un gran proyecto para viajar sin poner los pies en el suelo durante un buen trecho. Como Juan era muy prudente y tímido pues hablaba poco, en esta ocasión se justificaba su silencio mucho más… ¡¡¡No sabía de qué le hablaba!!!
Ante su mutismo Adriano optó por contarle lo que se veía desde la cima del poste y que por ello había pensado en viajar, desplazándose de poste en poste, hasta Baeza.
Juan abandonó su mutismo y le preguntó:
- ¿Cómo lo harás?
– Colgado en una carrucha aprovecharé la pendiente que hay, me deslizaré con velocidad e iré de poste a poste en unos minutos –le contestó entusiasmado Adriano.
El relato le gustó a Juan y, animados por el proyecto y los vinos, hablaron sobre el tema más que un sacamuelas, incluso el que no hablaba casi nunca.
Cuando se vieron al día siguiente Adriano le habló de las compras que ya había hecho pero Juan le hizo una observación técnica que él no había valorado:
- No has pensado  en el peligro real que vas a pasar.
– Ninguno… ¿Ya no te gusta mi invento? – le preguntó Adriano.
– Los cables eléctricos no están tensos porque en invierno los contraería el frío y se romperían. Si a esa realidad le añadimos tu peso pues esa curvatura que ya tiene será más pronunciada y entonces vas a tener más dificultades para llegar al otro poste, yo creo que no podrás llegar –le razonó Juan.
Adriano se puso cabreado y muy nervioso, moviéndose de un lado para otro mientras pensaba en las sabias palabras de Juan, porque pasó de una euforia desmedida en la noche anterior a una reflexión que ni se le había pasado por la cabeza. Cuando recuperó la cordura Le contestó así:
- Creo que llevas razón pero lo voy a intentar porque haré alguna modificación en mi plan, tú no has pensado en eso.
– Te escucho -le contestó Juan.
– Compraré ramales, de los que usan los segadores para atar las gavillas de la siega; un extremo lo ataré al poste y el otro a mi cintura.
Juan comprendió la nueva idea de Adriano y le dio su aprobación. Siguieron hablando del asunto y fijaron la fecha para realizar el viaje, Juan sería el único que presenciaría su gesta, sería testigo de ella y podría dar testimonio de lo vivido.
El día fijado subieron los dos hasta la ermita con todo el material, Adriano subió al poste, se amarró bien y echó la cuerda de seguridad para que Juan le enganchara la carrucha. Una vez que ésta estuvo izada y acoplada Adriano enganchó a ella una especie de silleta que había construido con las cuerdas para que lo sostuviera durante el recorrido y se dispuso a emprender su gran aventura, la que inició así:
- ¡¡¡Allááá voyyyyy!!!
Empezó bien el viaje pero acabó muy pronto porque unos segundos después se presentó ante Adriano la realidad que Juan ya le había pronosticado y que él intentó aparcar para intentarlo. El cable comenzó a descender muy pronto, él llegó a un punto y se paró, entonces viajó en dirección contraria y de espaldas, se volvió a repetir el ir y venir unas cuantas veces y, finalmente, se paró y él quedó colgado como una chaqueta en su percha del cable.
Muchos años después, cada vez que lo contaba, repetía estas mismas palabras:
- ¡¡¡Menos mal que Juan tuvo aquella idea genial porque si no me la hubiera dicho yo no me hubiera atado y todavía estaría colgado allí!!!
La historia acabó agarrado a la tomiza de segador y remolcándose de nuevo hasta el poste. Al poner los pies en el suelo se abrazó a Juan, le prometió no hacer más travesuras y lo emplazó a reunirse aquella noche en el bar para celebrar que había vuelto a nacer. Tanto lo celebraron que acabaron con una “pea” muy respetable.
Un tiempo después, cuando ya circulaba la electricidad por los cables, ocurrió una nueva historia en uno de esos postes metálicos de la Ermita.

Antonio CrespoCaracoles”, un niño que vivía junto a este lugar, jugaba una tarde con otros niños en las inmediaciones de los postes y optó por subirse a uno de ellos. Al hacerlo desafió las advertencias de la placa y, cuando alcanzó una cierta altura, el campo eléctrico que había en ese entorno actuó sobre él. El cuerpo de Antonio, según se comentó, quedó suspendido en el aire un poco tiempo y después se desplomó. Las consecuencias que se le ocasionaron fueron de naturaleza traumatológica, por los efectos de la caída, y sobre la piel, ésta le quedó ennegrecida. Ingresado fue recuperado por las atenciones recibidas y pudo recuperar, sin efectos negativos, su salud.

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