sábado, 23 de febrero de 2019

LA OFENSA GENERA ODIO Y VIOLENCIA


Colaboración de Paco Pérez
EL PERDÓN ES LA RESPUESTA
Siempre hubo violencia en la sociedad y, consecuentemente, malestar y lágrimas… ¿Hemos logrado cambiar esta realidad después de tantos años?
Considero que ha sido un fracaso porque no hemos avanzado en el campo del diálogo para intentar conseguir con él que se limen las asperezas y se eviten los enfrentamientos. El egoísmo es el principal causante de estos problemas porque cuando llama a nuestras puertas se las abrimos y él se aprovecha de ese gesto para destrozar nuestra convivencia familiar y social.

Las huellas rancias de esta realidad las encontramos en el texto de Samuel, en él se nos muestra la violencia y el perdón mediante las acciones de dos personajes históricos conocidos, Saúl y David. El primero deseaba matar al segundo por haber sido un valiente soldado a su servicio, informado de lo que el rey quería hacerle huyó para poder salvar su vida.
Una noche, acosado por Saúl y su ejército, David entró en el campamento y tuvo la oportunidad de matarlo mientras dormía rodeado de sus soldados, pudo hacerlo porque Dios les dio un profundo sueño, él le respondió perdonando al rey la vida porque supo valorar que Saúl era, en ese momento, el “ungido” de Dios.
David, con este gesto, nos enseña que los hombres debemos respetar lo que Dios decide, él actuó así por respeto y fidelidad al Señor.
Pasaron los años y el pueblo de Israel fue dominado por Roma y sus representantes les pusieron unas cargas impositivas insoportables. Esta circunstancia hizo que los judíos se sintieran agobiados, que no aceptaran sus abusos porque les impedían vivir con normalidad y que no desearan su presencia militar entre ellos.
El malestar era grande y había revueltas, el sumo sacerdote logró apaciguar los ánimos de la población y que la mayor parte de los judíos aceptaran el sistema tributario romano. Lo consiguió con la colaboración del Sanedrín, de los sacerdotes y de los políticos romanos.
También hubo ciudadanos que no aceptaron el acuerdo y les mostraron su disconformidad organizándose de manera clandestina para luchar contra Roma, lo hicieron fundando el grupo rebelde conocido como los “Celotas”. Éstos se reunían en secreto para organizarse y tomar decisiones, fabricaban sus armas y también las robaban a los romanos, luchaban mediante las guerrillas, cometían atentados contra el poder…  Los romanos les respondían apresándolos, encarcelándolos, crucificándolos y vendiéndolos como esclavos.
Los “Celotas” no entendían que el “Reino de Dios” tuviera un doble plano, ellos lo idealizaban desde una visión terrenal que permitiera a los judíos dominar a los otros pueblos. Aceptaban la monarquía, el Templo, a los sacerdotes y a la sinagoga porque entendían que eran instituciones necesarias en todos los tiempos. No obstante, reconocían los errores de ellas y por ello les proponían cambiar. Odiaban a los romanos y a los judíos que colaboraban con ellos. Esperaban que el Mesías fuera un rey que, ungido por Yahvé, viniera para que el “Reino de Dios” se instaurara entre ellos de manera definitiva. Después, el Señor repartiría las propiedades de los ricos, eliminaría las deudas y liberaría a los esclavos.
Jesús les enseñó con su ejemplo el amor, el perdón y la ayuda al necesitado pero chocó con el egoísmo de aquel entorno que no buscaba nada más que la materialidad en sus planteamientos. Pensemos que lo condenaron convencidos de que era inocente y para salvarlo propusieron al pueblo que eligiera entre Él y Barrabás, un “Celota” violento.
Para lograr esta meta deberemos poner en marcha el razonamiento y el deseo de cambiar lo que no funciona en nosotros, en nuestra familia, en la comunidad y en nuestra Iglesia… ¿Cómo hacerlo?
Partiremos de LUCAS 6, 27-38 y ahí conoceremos qué se nos propone como método para hacerlo caminando inmersos en la sociedad, después tendremos que plantearnos qué pensamos nosotros de la propuesta, qué venimos haciendo sobre lo que en ella se refleja y, por último, deberemos decidir qué opción vamos a tomar.
Pablo nos comenta que los hombres respondemos en función de nuestros orígenes. Como Jesús nos mostró la realidad de que era hombre y Dios pues, como somos hermanos suyos, también somos hijos del Padre. Por este planteamiento tan simple debemos tener el deseo, el convencimiento y la esperanza de que si Jesús murió y resucitó nosotros también recibiremos, al final de los tiempos, ese premio.

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