sábado, 11 de julio de 2020

LA PARÁBOLA


Colaboración de Paco Pérez
EL MÉTODO DE JESÚS
Cuando una persona se presenta ante un grupo humano para explicar o comunicar algo debe hacerlo con un lenguaje que sirva para todos y no con palabras técnicas que sólo las entienden unos pocos. Jesús hablaba con ejemplos tomados del entorno en el que vivían. Hacerlo así es importante pero también lo es que quienes acuden muestren buena disposición para la “Escucha de la Palabra” pues si van como espectadores aprovecharan poco pues no captarán el verdadero sentido pero si lo hacen convencidos entonces serán como esponjas, captarán la esencia del contenido, ésta los atrapará y su fuerza los transformará para caminar y entrar en el “Reino”.
Jesús, después de mostrarles las parábolas, no les daba explicaciones adicionales porque al hablarles de manera tan sencilla consideraba que bastaba con desear aprender y cambiar. Por eso les decía: [Quien tenga oídos para oír, que oiga.].

El lenguaje de Jesús no era novedad para el pueblo porque antes que Él los profetas ya les habían hablado así inspirados por el Padre. Un ejemplo sencillo se nos regala en Isaías 55, 10-11:
[Así dice el Señor:
- Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.].
La lluvia y la nieve caen en la tierra, penetra en ella, actúa sobre la semilla sin prisa y permite así que se desencadene un proceso invisible que permitirá, más tarde, que nazca una planta para que dé sus frutos. Pues así debe ser la acción de la Palabra cuando la escuchamos, debemos abrirle nuestros sentidos para que entre en nosotros y después dejaremos que actúe en nuestro interior y así nos alumbre la luz que necesitamos para caminar por el Reino.
Jesús empleaba ejemplos sencillos de entender porque estaban relacionados con las costumbres y trabajos del lugar. Los discípulos se sorprendieron de que lo hiciera así y le preguntaron intrigados sobre el porqué empleaba ese camino. Las palabras que Jesús empleó para responderles me recuerdan las de esta frase popular: [No hay peor ciego que aquel que no quiere ver y peor sordo que el que no quiere oír.].
Él tenía que facilitarles la comprensión del mensaje porque la suerte que habían tenido los discípulos de estar a su lado de manera permanente no la habían tenido los demás y sabemos bien que ellos tampoco entendieron sus palabras mientras vivió.
Todos sabemos que los agricultores no siempre tienen éxito en su profesión, aunque ellos hagan las labores previas correctamente, pues al intervenir tantos elementos ajenos, en ocasiones, los resultados no son los esperados y eso ocasiona dolor. Pues con el hecho religioso ocurre igual, la siembra de la Palabra no siempre da frutos buenos y esa realidad nos obliga a estar preparados para recibir lo adverso.  
Jesús es el “sembrador” y nos enseña que no actúa seleccionando el terreno –las personas- para esparcir la semilla –la Palabra-, Él no hace discriminación sino que la reparte por igual y después será el momento de valorar la respuesta que le damos a sus buenas intenciones de no arrinconar a nadie.
La Palabra está en la Biblia y, en nuestros tiempos, la oportunidad que se nos brinda de conocerla está en ella pero, lamentablemente, no ha calado hondo esa práctica en las personas porque la religión que practicamos está relacionada con devociones, ritos, ceremonias… El mensaje está, siempre es el mismo, pero no lo percibimos porque hay una crisis religiosa que impide a las personas conocerse en profundidad y así es imposible poder responder a las necesidades ajenas.
Las personas son las clases de terrenos que reciben la semilla y, como es lógico, cada persona se encuentra afectada por una serie de circunstancias particulares que les hacen estar condicionadas a la hora de responder. Esa realidad hace que las respuestasfrutos- que se dan a la Palabra sean diferentes.
La vida es complicada, regala sufrimientos y las personas no comprenden esta realidad. Pablo les hablaba de ello y los animaba a reaccionar apoyados en la esperanza pues, al final de nuestras vidas, se acabarán los sufrimientos y se nos regalará algo diferente e infinitamente mejor, recibir el estado pleno de la condición de Hijos de Dios.

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