martes, 22 de octubre de 2013

RECORDANDO A ANDRÉS

 

Te marchaste y lo has hecho siguiendo el guión que mejor conocías, aferrándote al espíritu que siempre estuvo presente en tu vida, la lucha. Te ha faltado un pelín para que hubieras presenciado la conclusión feliz de todos tus desvelos pero lo dejas todo bien encauzado y en manos de quienes más te querían y querías, los que te acompañaban el 16 de octubre en el momento en que te diste cuenta que el Padre te llamaba para emprender el viaje final. Tu continua  preocupación por los hijos se vio premiada en ese momento con la dicha de tenerlos a todos allí y, por esa razón, levantaste tu mano y pudiste darles tu último adiós antes de iniciarlo.
Sabías muy bien que en esta última batalla la lucha sería mucho más dura que en las otras y por eso la última vez que hablamos me lo dejaste muy claro, lo hacías todo animado por una razón diferente a las anteriores, para poder continuar disfrutando de tus seres queridos.
He preferido esperar unos días para plasmar sin precipitaciones los recuerdos que tengo acumulados como fruto de los años que hemos tenido de relaciones y de las muchas conversaciones que mantuvimos sobre nuestras vivencias vitales. Lo decidí así porque deseaba que la objetividad se impusiera a los sentimientos y entonces podría reflejar la realidad de tu caminar con más nitidez. Creo que fue un acierto porque me ha permitido constatar, por terceros, algo que yo ya sabía sobre tu comportamiento desprendido, fruto de la generosidad que llevabas incrustada en tu forma de proceder, la que te hacía no dudar nunca sobre qué camino debías de seguir cuando se te presentaba la encrucijada de abordar las necesidades del prójimo.
En los debates defendías con fuerza tus principios y, a veces, hacerlo te llevaba a subir los decibelios del altavoz bastante, hasta el punto de que se escuchaba cerca de donde estás ahora pero esa situación transitoria y ocasional no te llevaba a enemistarte con la gente, normalmente. Tenías una forma de ser tan tuya, poco corriente en los tiempos que te tocó vivir, que por ella propiciabas situaciones casuales que no eran así pero que tú las habías ideado para que lo parecieran. Con ellas lo que pretendías era buscar a las personas que se habían alejado algo de ti después de alguna trifurca y con ese encuentro fortuito, teóricamente, derribabas el paredón que se había levantado entre ambos vecinos o amigos tras el último encuentro.
Hace unos días, tomando unas copas, te recordamos y un amigo común nos comentó a los presentes un caso de la índole descrita anteriormente y que presenció él porque era uno de los que te acompañaba esa noche.
Por esa forma tuya tan peculiar, a la llegada, saludaste a dos personas que estaban sentadas en una mesa y le pediste permiso para invitarlos a unas copas. El señor ofendido por el consejo que le diste unas fechas antes guardó silencio y el amigo que lo acompañaba te recomendó por dos veces que los dejaras tranquilos. Cuando les hiciste la misma pregunta por tercera vez te contestó que allí había un problema muy gordo, que les respetaras su pena. Entonces te interesaste por la causa del dolor que los tenía compungidos y lo hiciste en estos términos:
- ¿Qué problema agobia ahora a un amigo que no tenga solución o que yo no pueda dársela?
Se normalizó el diálogo y te informaron de los hechos:
- Mañana me quedo sin casa porque el banco me ejecuta la hipoteca.
- A las ocho en punto, estaré mañana en la puerta del banco para dar solución al embargo –esa fue la respuesta que le diste.
Con ese gesto fuiste un pionero en el tema de los desahucios hace ya bastantes años, lo impediste.
Llevabas muchas coronas pero una tenía un origen poco entendible si la persona se limitaba a leer el nombre de quienes te la regalaban. Las circunstancias permitieron que la misma persona que narró el caso anterior supiera la razón de su presencia, otro acto generoso de los tuyos. Éste no fue una acción puntual como el anterior, todavía es una acción continuada y la ejecutabas desde hace muchos años.
¿Se acabaron ahí tus buenas y silenciosas acciones?
Estaba esperando en la puerta de la iglesia la llegada del coche fúnebre, junto a Elisa y Rafa, y nos correspondió la dicha de presenciar el mejor homenaje floral que se te pudo haber hecho, lo protagonizó BlasBotines”. Cogió en su casa unas tijeras y, mostrándolas, recorrió los jardines de la plaza mientras proclamaba bien alto que iba a cortar, para su amigo D. Andrés, las mejores rosas que había allí. Cumplió su proclama, eran de color rosa, y cuando llegaste te las regaló. Fue muy emotivo el gesto que tuvo Blas al depositarlas encima de la multitud que cubrían el coche y, mientras lo hacía, voceaba con toda sinceridad:
- ¡¡¡Éstas son para mi amigo!!!
Nos emocionó su gesto y Elisa se vio fuertemente impresionada por lo que las mejillas se le humedecieron.   
En tus tiempos jóvenes luchabas por llevar felizmente al puerto los barcos de la flota familiar, primero con la temprana muerte de tu padre y después con tu propia familia. En la primera te echaste a las espaldas la responsabilidad de la economía paterna siendo en aquellos años un estudiante todavía pero supiste compaginar ambas disciplinas y así tu personalidad se hizo sumamente responsable. Aprendiste a tratar a la gente con respeto y seriedad, asignatura muy complicada en nuestros días. La generosidad y la amistad fiel te la inculcó el ejemplo de aquel señor mayor al que acudiste en una ocasión y éste, en recuerdo de la seriedad de tu padre, te apoyó.
Han sido muchas horas de conversación las que hemos mantenido y en las que hemos desgranado muchos temas personales o de interés público, por ello te conocía bien y sé que, tal vez, alguien pudo acusarte en alguna ocasión de que hubieras cometido alguna equivocación pero jamás de que hubieras actuado con mala intención.
Empezamos relacionándonos cuando eras un adulto y yo un joven que se mezclaba con los mayores, amigos de mi padre, para jugar al tute, subastado o reñido, o al dominó. Disfrutabas una enormidad con las ocurrencias de AgustínPicatoste” y TomásCalderas” en las partidas de tute.
Al recordar a estos dos inolvidables ancianos, me ha venido a la memoria aquella situación jocosa que tuviste que soportar una noche mientras tomabas unas cervezas en “El Tropezón”, los protagonistas fueron los componentes de tu peña de amigos (entre los que estaba mi padre), AgustínPicatoste” y Juan José Moreno Ortega Jardines”. Planteasteis el tema de la higiene personal y ambos se enfrascaron en una disputa, Agustín era pobre pero muy pulcro y para que nadie dudara de ello se quitó los calcetines y tuvisteis que olerlos todos más de una vez.
Este hecho puntual es demostrativo de la total integración que tuviste con el pueblo, nos aceptaste y te aceptamos, ahí estuvo el secreto de que no habiendo nacido en nuestro pueblo fueras un villargordeño más. Por eso en los temas sociales que guardaban relación con la oficialidad siempre te tuvieron en cuenta.
Con el paso de los años nuestras relaciones pasaron a otra escala más particular y nuestros encuentros se prodigaron con mucha más frecuencia, unos en individual tomando unas tapas al mediodía y otros con la familia.
Tu rápida marcha nos has dejado fuertemente impresionados a todos porque en nuestro interior, sobre todo después del encuentro último que tuvimos en el salón de tu casa, te vimos muy bien y, sobre todo, muy animado.

¡¡¡Mari y Paco te recordarán siempre!!!

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