martes, 29 de octubre de 2013

VIVENCIAS DEL PASADO

Colaboración de José Martínez Ramírez

Una tarde, como casi todos los días, jugué a la pelota con los amigos y recuerdo que esa estuve con los hermanos Sampedro, Tomás y Antonio, los “camioneros”, y CayetanoEl rubio”, tal vez hubo alguno más pero no lo recuerdo. El partido lo jugamos en la era de “El pollero” y duró hasta que el sol se escondió.

De regreso a casa empezó a llover y yo sabía bien que en invierno, cuando llovía, al bar acudían más parroquianos de lo normal. 
Tras una ducha rápida me incorporé a mi puesto de trabajo, detrás de la barra, y mi hermano Juanito, que ya me estaba echando de menos, me dirigió uno de aquellos gestos suyos que eran tan peculiares en él y lo eran porque sin decirte nada te lo decían todo. Era lógico que estuviera ofendido pues conocía muy bien la habilidad que yo tenía en la parcela de la restauración. 
Algunos amigos, cuando nos vemos de tarde en tarde, todavía me dicen que fui y soy el mejor camarero de Europa y yo, sinceramente, creo que tienen toda la razón.
Ese subidón de autoestima que me regalan, a veces, suele sufrir  bajones bestiales después, cuando descubro cosas que no se ven a simple vista y entonces mi decepción es mayúscula. Lo es cuando los pájaros cantan más de la cuenta, los escucho y entonces me entero de que unas horas antes de regalarme unos cuantos adjetivos sabrosos le han estado dando a la monaira a mi costa, en fin, qué les vamos a hacer. Una putada detrás de otra, esa es la vida perra que nos ha tocado vivir.
Cuando recordaba estos momentos tristes y de desencanto del pasado viajé mucho más atrás y esta vez lo hice junto a unos personajes que lo único malo que hacían era matar las horas de reloj agarrados al vidrio. Aquellos eran tiempos de abundante clientela y, consecuentemente, de ligueras que se prolongaban hasta términos inconfesables.
Recuerdo que cuando la temporada de aceituna ya había concluido se solía repetir en la gente  una situación de alivio y ésta les hacía sentirse más relajados. Ese nuevo estado les estimulaba el digno deporte de filtrar vino con la ayuda individual del brazo y del  hígado, por lo tanto un buen bebedor de aquella época podía decirle a quienes quisieran reconducirle su debilidad una adaptación de aquellas célebres palabras de Machado: [A nadie debo nada, debeisme cuanto he bebido y pagado religiosamente de mi bolsillo, no del vuestro.]
En ese viaje me encontré con el señor FrascoParatrenes” y su amigo Periquín, ya difuntos, y ambos son un ejemplo de la situación narrada anteriormente.
En una ocasión se encontraban, como cada noche, en la misma parcela de la barra de mi bar, “El Tropezón” primitivo. Recuerdo que esa noche los recibió un servidor y les serví dos copas de vino blanco, si no recuerdo mal. Los que consumimos vino sabemos que hay días en los que nos da por cantar antes de la cuenta y lo hacemos bien por cansancio, bien por estómago vacío o vaya usted a saber la verdadera razón.
Esa noche sucedió que, de los dos amigos, el único que habló más que un sacamuelas fue Periquín. Frasco se limitó a asentir con la cabeza lo que le contaba su amigo y, mientras lo hacía, la mano derecha se la pasaba por la cara con la misma frecuencia. Esta fue la escena que repitieron durante toda la velada vinatera y los diálogos que se cruzaban tenían lugar después que Frasco interviniera para ordenarme algo, por ejemplo:
- ¡Niiiño, hijo mío, llénate otro vasico cuando puedas!
Lo sorprendente de su petición era que al hacerla se ponía la mano en la cara y dejaba el ojo derecho en libertad para ver.
Mientras  él escenificaba su petición Periquín se percataba de que no lo escuchaba y entonces solía decirle en respuesta a su mal comportamiento:
Frasco… ¿es mentira
A continuación llamaba a mi Juanito y le hacia la misma interrogante:
Juanito… ¿es mentira?
Éste, que hablaba menos que un sello, le respondía de manera  lacónica:
- No.
El caso es que tras beberse quince o veinte vasos de vino con la mano en la cara me dijo:
- ¡Niiiño, dame la muuuulta!
Entonces les di la multa, hecha en voz alta y con cálculo mental, del estropicio de vino que habían metido en la panza:
- Son veinte vasos cada uno, a dos duros el vaso pues… ¡cuarenta duros cada uno!
Al recibir la noticia de nuevo volvió a la pose, la mano en la cara y el ojo mirando como podía. En esa situación me dijo:
- ¿Veinte vasos? ¡Pero si sólo van oooocho!
Después de pagar, Periquín salió el primero por la puerta y lo hizo como buenamente pudo pues hacía más tomiza que un espartero.
Un servidor, después de cobrarles, comenzó a secar vasos con un paño y Juanito, en ese momento, ya se encontraba en la cocina cenando. Frasco se quedó sólo en la barra y comenzó a moverse sin separar la mano izquierda de encima del mostrador, éste le servía de apoyo. Mientras se movía hacía el recorrido deslizándola en dirección a la salida y, a la vez, con la derecha se despedía despacio y sin parar, como los reyes. Las palabras que nos dedicaba fueron:
- ¡Adioooos, adioooos, ya me voy, adioooos!
Claro, como todo tiene su fin pues la barra no iba a ser menos y también lo tuvo. Entonces, cuando su mano izquierda perdió el punto de apoyo, cayó en picado delante de la vitrina que había enfrente.
Cuando escuché el golpe y lo vi tirado en el suelo salté la barra, mi Juanito llegó corriendo desde la cocina y lo levantamos como buenamente pudimos.
Aunque era bajito y pesaba como el plomo logramos levantarlo con mil esfuerzos. Una vez que se recuperó lo sacamos a la calle, decidimos acompañarlo a su casa y él se negó en redondo. Entonces lo dejamos solo y ahora se apoyaba en la pared mientras caminaba, lo hacía de la manera que podía en dirección a su domicilio pero al llegar a la puerta del bar de “Pancho”, como estaba abierta, al señor Frasco le volvió a ocurrir tres cuartos de lo mismo, esta vez no se le acabó el mostrador pero sí fue la pared y aterrizó de nuevo en el suelo, cayó dentro del otro bar. Acudimos corriendo y, cuando llegamos hasta él, todavía permanecía en el suelo pero esta vez en su cara tenía aquella típica sonrisa suya en la que levantaba el labio superior hacia la derecha. Cuando me vio llegar dijo:
- ¡Veeeessss… Eaaaa
De nuevo lo levantamos y, con toda la dignidad que fue capaz de reunir, se encaminó otra vez solo hacia su hogar lentamente y, mientras avanzaba, lo hacía dando grandes trapajazos de un lado a otro de la calle.


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