viernes, 14 de marzo de 2014

A PROPÓSITO DE UNA FOTOGRAFÍA

Colaboración de Santiago López Pérez

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando,
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte,
tan callando.

Cuán presto se va el placer,
cómo después de acordado,
da dolor,
cómo a nuestro parecer
cualquier tiempo pasado
fue mejor.
 
Con estos versos y los siguientes que conforman el poema de Jorge Manrique, que en el siglo XV dedicara a la muerte de su padre, inicio siempre las clases de Literatura cada vez que corresponde hablar de este poeta.
Y fue hace unos días, hojeando viejos libros que me aportaran más información sobre nuestro escritor, cuando me encontré con unas fotografías que de pronto me trasladaron varias décadas atrás, concretamente al 21 de diciembre de 1979 y al 8 de enero de 1980 (puedo confirmar estas fechas porque suelo tener la costumbre de anotar en el reverso de las fotos el día que han sido tomadas).
De pronto, el corazón y la memoria te dan un vuelco, brota una pequeña sonrisa y la nostalgia se hace la dueña de la situación. La mente se desplaza a Jaén. Es el primer año de estudios en el Instituto Virgen del Carmen, cuando sólo un puñado de jóvenes de nuestro pueblo acudían diariamente para estudiar el B.U.P. Los rostros de los compañeros, de los profesores, de los amigos… se agolpan queriendo ocupar el espacio que les corresponde en mi memoria. “Esta foto es cuando…”, “Ah! Sí! En esta foto están…”, “Madre mía, Qué tiempos!...”, expresiones de este estilo van dando la puntilla a la nostalgia que poco a poco se va transformando en melancolía y tristeza por ver “cuán presto” se pasan los años de la juventud y “cómo, después de acordado, da dolor”. Tengo que reconocer que Manrique lleva razón solamente en parte de lo que afirma, pues, en muchas ocasiones, la experiencia te demuestra que no siempre “cualquiera tiempo pasado/ fue mejor”.
Digo esto porque mirando la foto de enero del 80, veo a Blas Bergillos Berrio, Santiago López Pérez, Domingo Jiménez Moral, Pepe Moreno López y Manuel Melguizo Guijarro (al otro lado de la cámara, disparando la foto, estaba Enrique Moreno Moreno) comiéndonos nuestro bocadillos en el Parque de la Victoria. Era nuestro “salón comedor” los días que no llovía, adonde acudíamos los villargordeños y los jóvenes de otros pueblos que también iban diariamente a la capital para poder realizar sus estudios en los institutos. Las clases entonces eran en horario partido de mañana (de 9 a 14 h.) y tarde (de 16 a 19 h.). Así que salíamos a las ocho de la mañana del pueblo y no volvíamos hasta las ocho de la noche. Era entonces cuando tu madre, para cenar, te recalentaba la comida que todos se habían tomado en la merienda; y, después, a tu habitación a estudiar, que había que sacarle horas al tiempo por donde fuera para prepararse los exámenes y tampoco te podías acostar muy tarde, pues a las siete y pico ya tenías que estar levantado para irte de nuevo a “la viajera” de Montijano, que con habilidad y seriedad manejaba Pepe Miranda, “Martillo”.
Pero, si el día estaba lluvioso o hacía un frío de perros como para no poder soportarlo, nos trasladábamos de “salón comedor “ y nos íbamos con nuestra bolsa de plástico y el bocadillo a la estación de autobuses. Allí, en torno a unas máquinas de recreativos, con las luces encendidas, el ambiente era más cálido e incluso podías poner las manos sobre el cristal del futbolín por donde estaban las bombillas y calentarte los dedos, que se te quedaban congelados los días de invierno y aguanieve.
Después de la comida, si el tiempo seguía siendo desapacible, a veces optábamos por irnos a un bar próximo a la estación de autobuses donde por un duro que echabas en una máquina podías elegir una canción de los Bee Gees, la Electric Light Orchestre, Abba, Rod Stewart, Joe Dassin, los incombustibles Pecos, la sempiterna Betty Missiego, o el ‘Belfast’ de Boney M, que tanto gustaba a Pepe.
Así pasábamos el rato hasta que llegaban las cuatro de la tarde y nos veíamos de nuevo en las aulas para echar tres horas más de clase, hasta las siete. Entonces, ya con prisa, subías el Paseo de la Estación, en busca del autobús que a las siete y media salía con dirección a nuestro pueblo. Recuerdo una ocasión en la que hubo un pequeño accidente. Nuestra viajera se paró en un lado del arcén para recoger a un viajero que, como cada tarde, volvía de trabajar en el cortijo. Un camión que venía detrás no se percató de la maniobra del autobús y fue a chocar con su esquina trasera izquierda, hundiendo totalmente el asiento trasero de esa zona. Por suerte, el autobús no estaba completo y dicho asiento estaba vacío. Recuerdo ver a aquel pobre conductor del camión bajarse desesperado, con las manos en la cabeza, arrodillarse en el campo y empezar a llorar creyendo que le habría quitado la vida a alguien. Todo quedó en un susto. Pero tuvimos que esperar un buen rato hasta que Montijano dispuso otro autobús para llevarnos al pueblo. Y, cuando llegamos a Villargordo, había una gran cantidad de gente esperándonos en el Paseo. Estaban bastante preocupados y, aunque no había sido nada grave, ya sabemos todos lo que se suelen magnificar las desgracias.  
En fin, una manera de afrontar los estudios que difiere bastante de lo que se haría pocos años después y en la actualidad, donde las facilidades, gracias a Dios, han permitido que los nuevos alumnos puedan disponer de más tiempo para estudiar. Ahora la jornada de clases es solamente matinal, lo que permite tener la tarde libre para preparar sus exámenes, por ejemplo. También empezó a funcionar una línea de autobús exclusiva para los estudiantes que facilitara el viaje de estos a los institutos y evitara esas horas muertas y de tiempo perdido por Jaén. Además, y de eso estoy seguro pues forma parte de mi trabajo cotidiano, tanto los niveles educativos como los contenidos de aprendizaje que hay actualmente son verdaderamente bajos comparados con los que existían en los años que os he comentado más arriba. Lo más curioso es que, a pesar de todas estas facilidades, las calificaciones de nuestros estudiantes sean tan lamentables. Y no sólo lo digo yo, sino también los estudios realizados por organismos internacionales, que sitúan a España a la cola de los resultados académicos. Mi experiencia diaria me hace ver que nuestros alumnos han perdido valores fundamentales como el respeto hacia su propio aprendizaje y hacia las personas, profesores y compañeros, vinculados al mismo. Igualmente, son muchísimos los que ignoran el significado de la palabra esfuerzo, pues entienden que el instituto es el lugar al que se va, en buena parte, “a pasar el rato” y luego esperan el aprobado como algo que se merecen sin más. Así nos va.
Dejando la lamentable situación educativa a un lado, quiero hacer mención de una segunda fotografía que pude encontrar también olvidada entre las páginas del libro.
En ella estamos Pepe Moreno, Loli Carretero y yo, Santiago López, el 21 de diciembre de 1979 en el parque de La Victoria después de haber celebrado “el Día del Muerto”, una fiesta que se vivía en los institutos de Jaén el día anterior a las vacaciones de Navidad. Nunca supe cuál era su origen, tampoco me lo planteé. Yo, como los monos de D. Ramiro, me limitaba a hacer las cosas como siempre se habían hecho: nos vestíamos con camisa blanca y chaleco y corbata negros, y hacíamos una especie de entierro de la sardina por las calles de Jaén.
Es curioso este mecanismo de nuestra mente que nos hace desechar las malas experiencias que vivimos a lo largo de nuestra vida, para quedarse sólo con los buenos recuerdos, que son los que afloran de manera inmediata cuando de pronto un trozo de cartón con unos rostros y unos lugares te sacuden en el tiempo y te trasladan a unos hechos que ya son sólo mentira. Dice Luis Eduardo Aute en una de sus canciones:

“Miro el instante que ha fijado la fotografía,
ríes con la firme convicción de que todo es mentira.
Esos rostros ya no llevan nuestros nombres… “


Aunque resulte triste decirlo, en este asunto el cantautor llevaba razón. Para comprobarlo te propongo hacer un CLIC en “QUEDA LA MÚSICA”.

1 comentario:

  1. Por Dios, que recuerdos me traes Santiago!
    Los mios son incluso anteriores:
    Un puente caido (que la riada se llevó años atrás) y una viajera en cada orilla. Cuando pasabamos el puente de tablas (balanceo a derecha e izquierda), el autobús que esperaba, blanco y helado por la escarcha nocturna, tardaba en arrancar y los viajeros intentabamos calentarnos con el frotar de las manos y el vaho de la boca. Y si llovía ni te cuento!, había que abrir el paraguas durante el viaje porque llovía dentro de la viajera.
    Llevas razón, cualquier tiempo pasado no fue mejor.
    Lo triste es que algunos jovenes no sepan aprovechar las posibilidades que tienen!
    Ahora que los tiempos parece que retroceden, confiemos que nunca lleguen hasta aquel punto!
    Un fuerte abrazo Santiago

    ResponderEliminar