lunes, 6 de junio de 2016

EL ENTIERRO DE LA VERDAD NOS LLEVA A LA DECADENCIA

Colaboración de Paco Pérez
EL texto que va a continuación lo he recibido por el “correo electrónico” y después, buscando el libro que lo inspira, he encontrado el texto publicado. Hagan un clic en CONFIRMAR, si lo desean comprobar.
He considerado que debo publicarlo sin quitarle ni ponerle nada porque el análisis que hace de nuestra realidad recoge lo que viene sucediendo en España desde hace años y que los españoles estamos viviendo, como testigos, de manera silenciosa y callada.


Es posible que no todos hayamos estado bien informados de los hechos desde el comienzo y que por eso esta denuncia les sepa a chino pero creo, sinceramente, que el contenido refleja de manera totalmente cierta lo que nos viene sucediendo y que no es por casualidad, así lo entiendo y, además, afirmo que no me sorprende nada de lo que he leído porque viene a confirmar lo publicado en su momento sobre el 11 de marzo de 2004, punto de partida de nuestros acontecimientos nacionales actuales.
Lo hago como homenaje a la “VERDAD” que fue y es matada a diario por quienes nos manipulan por intereses diversos y, también, porque considero que con ella se pueden hacer muchas cosas buenas, las que mueven al autor, y otras muy malas, las que consiguen los que la manipulan para vendernos como verdad la “MENTIRA”. A mi entender, la acción más grave de todas es la que hicieron los autores y mentores de los atentados de esa fecha histórica… ¡¡¡Matarla; no investigarla bien y sí de manera interesada; instruirla, juzgarla, condenar y encerrar a los culpables, con las reservas que se publicaron en su momento en los medios, y enterrarla con esos pendientes, para tranquilidad de sus autores!!!
Esto es lo que nos están haciendo en España a diario desde hace años muchos de los que tocan el poder, unos más que otros.
  
¿LOS ÚLTIMOS DÍAS DE ESPAÑA?
AUTOR: Joseph Stove
El prestigioso escritor Walter Laqueur publicó “The Last Days of Europe”, un lúcido estudio sobre las causas de la decadencia europea. El libro no ha sido publicado todavía en España, donde la corrección política se impone.
Laqueur trata de dar respuesta a la cuestión de qué ocurre en una sociedad cuando bajos índices de natalidad sostenidos, envejecimiento, se juntan con una inmigración.
Por supuesto que España no se escapa de su agudo análisis y deja constancia de su rol en el “landslide” europeo (derrumbamiento europeo).
El contexto sociocultural que expone Laqueur, es motivo para reflexionar sobre las singularidades que aquejan a España y que no comparte con ningún otro país de Europa, lo que hace de su situación algo particularmente grave.
 - En España, a 30 años de aprobarse su última constitución, el modelo de estado sigue sin cerrarse, lo que se ha traducido en una dinámica de descomposición.
En un arrebato de originalidad se puso en práctica un modelo excepcional en el constitucionalismo comparado: el “estado de las autonomías”.
Su materialización ha consistido en ir desposeyendo, 
paulatinamente y sin pausa al Estado de sus competencias, creando a la vez fronteras interiores basadas en exclusivismos artificiales y en diferentes niveles de bienestar.
- España es el único país de Europa con un terrorismo propio, de carácter secesionista, donde sus miembros simpatizantes están en las instituciones del estado y reciben ayuda de los presupuestos públicos.
- En España, se relativiza, o se niega el concepto de nación, impulsado por un “status” de idiosincrasia política que permite la puesta en manos de exiguas minorías independentistas, resortes políticos que cualquier estado con un mínimo sentido de la supervivencia no osaría considerar, ni tan siquiera en tono de broma, su transferencia a las regiones. Ejemplo: la educación.
- Y, sobre todo, existe un hecho de enorme importancia social: el pueblo español cree que vive en una democracia consolidada. Se instaló en la opinión pública la certeza que era madura y estaba bien informada, que había una clase política experta y con sentido de estado, que funcionaba la separación de poderes y actuaba como la fortaleza de la democracia, dado el vigor y prestigio de sus instituciones. Toda una falacia.
Un largo periodo de crecimiento económico y bienestar material enmascaró durante años la metástasis que corroía el cuerpo nacional. El fin de los sueños se produjo el 11 de marzo de 2004. Un ataque, posiblemente por parte de un actor no estatal, en forma de acción terrorista, iba a poner de manifiesto la enfermedad terminal que aquejaba a España.
La sociedad lo encajó como un “atentado”, un hecho al que estaba acostumbrada por las innumerables acciones de ETA y que tenía su liturgia particular. Pero esta vez, el ataque era de carácter apocalíptico”, no era “selectivo” como los anteriores. Tenía un objetivo claro, destruir España como actor estratégico. Los casi doscientos muertos y los cientos de heridos, efecto material del ataque, sólo eran el catalizador para alcanzar los efectos estratégicoslos cerebros habían materializado su trabajo.
El pueblo español fue engañado. No había sido casual que España fuese elegida como blanco. La debilidad de sus instituciones y la vulnerabilidad de su opinión pública, la hacen pieza adecuada para asestar un duro golpe al mundo occidental, suprimiendo a uno de sus peones. A partir del 11 de marzo de 2004, España desapareció como actor estratégico y se volvió hacia sí misma, como había hecho en los dos siglos anteriores. Una ola de “catetismo” invade el país. La fabricación de “diferencias” entre regiones se acentuó, “la España plural”, a la vez que la Constitución se adapta convenientemente a las circunstancias.
Se apeló a la “memoria histórica”, como si de la Guerra Civil al postmodernismo de principios del siglo XXI no hubiese ocurrido nada, y se articuló una política de “ampliación de derechos” que no era más que ingeniería social, al más puro estilo orwelliano.
El 11 de marzo de 2004 se convirtió en fecha incómoda. La sociedad española no consideró la acción terrorista un ataque a su integridad, sólo una retribución por una errónea política exterior.  Cualquier estado moderno que sufriese una agresión semejante habría empleado los resortes adecuados para conocer quien promovió el ataque y a quien beneficiaba, en el ámbito internacional, para actuar en consecuencia. Pero a una sociedad que se le había inoculado el “no a la guerra”, por parte de una izquierda insolidaria, no podía concebir que alguien emplease la violencia organizada para alcanzar fines políticos.
La “verdad judicial” aclararía el hecho. Hoy se conoce dicha verdad, pero poco se sabe de quién ordenó el ataque y a quien benefició en el ámbito internacional. La opinión pública, dirigida por la clase política de izquierdas no quiere ni volver a oír hablar del tema.
Como señala Laqueur, su sociedad está enferma y su mediocre clase política es incapaz de encontrar el tratamiento adecuado ya que, sin excepciones, se embarca en una huida hacia delante, alabando el “estado de las autonomías” y evitando las referencias éticas.
Si no reacciona, todo hace indicar que “The last days of Spainserán un hecho.

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