sábado, 19 de octubre de 2019

LA ORACIÓN


Colaboración de Paco Pérez
¿CÓMO DEBEMOS HACERLA?
Las personas creyentes siempre han orado y lo que ha ido cambiando es el formato empleado.
En Israel, las personas estaban acostumbradas a orar y lo hacían con un esquema rígido que repetían: Al salir el sol y al ponerse; durante el día; al comer, antes y después, y en la sinagoga.
Jesús conocía ese formato de oración tradicional pero sabía que esa práctica piadosa era muy rígida y no los aproximaba al Padre porque la hacían de manera rutinaria y lejana, es decir, la habían convertido en una costumbre.
Él oraba en los momentos puntuales del día pero les enseñó, de manera práctica, que había que hacerla en solitario y en cualquier lugar.

Para que comprendieran mejor cómo debían orar les habló de un juez que no temía a nada ni a Dios y de una viuda que tenía problemas, ella le pedía con insistencia su ayuda para resolver el litigio que tenía con otra persona, le reclamaba, de manera constante, que le ayudara pero no le manifestaba el deseo de que lo hiciera con justicia porque su necesidad era tan grande que sólo pedía ayuda para sí misma. Él reflexionó y decidió complacerla pero no lo hizo movido por razones humanitarias ni profesionales sino por intereses personales… ¡Para que no lo molestara más!
Jesús les enseñó cómo debían de orar y, para que ese acto fuera fructífero, les propuso como ejemplo esa parábola en la que ambos personajes son injustos, para mí.
¿Se equivocó Jesús proponiéndoles ese ejemplo?
Tenemos que fijarnos en la enseñanza que nos transmite sobre la ORACIÓN para comprender que no:
1.- Ser constantes cuando queremos que se nos escuche. La viuda lo fue y no se cansó de repetir la misma petición aunque no encontrara una respuesta favorable de inmediato pero al final, por su insistencia, lo logró.
2.- Debemos saber que la respuesta de Dios no será como la del juez, éste ayudó por temor y para evitarse líos con ella, Él lo hará porque es justo y porque nos ama.
Estos planteamientos siempre fueron los mismos pero el Padre se iba manifestando de manera diferente. Él siempre se preocupaba de su pueblo e intervenía a favor de él, se puede comprobar cuando Moisés ordenó a Josué que llevara al pueblo a luchar y, mientras lo hacían, él oraba con los brazos en alto para pedirle que les ayudara en la batalla. Si cansado bajaba los brazos (dejaba de orar) el pueblo elegido perdía y si los subía,  manteniéndolos así con la ayuda de quienes estaban a su lado (continuaba orando), ganaba de nuevo. Moisés no descansó y el pueblo de Israel venció.
Tenemos que abandonar las formas de orar rutinarias que nos han enseñado y hacerlo con sencillez, constancia, confiados y esperanzados.
También es muy importante que conozcamos las Sagradas Escrituras pues en ellas encontraremos las soluciones para preguntas y los problemas que se nos pueden presentar, sin olvidarnos de que tenemos la obligación de proclamar la palabra e intentar corregir a quienes lo necesiten sin plantearnos si es el momento adecuado o no, si está bien o mal…


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