martes, 8 de octubre de 2019

RECORDANDO A MI QUERIDO ABUELO PACO


Colaboración de Paco Pérez
Este texto no hubiera visto la luz si no me hubiera enviado Miguel Torres Moreno “Carchinilla”,el 6 de octubre de 2018, un escrito en el que recordaba trabajando en la calle Tosquilla a D. Francisco, así es como le llamaban a mi abuelo Avelino Tirado Torres “Paratrenes” y él cuando tenían algún encuentro por la calle o en los momentos de convivencia que tenían los tres durante las partidas de tute en el bar. 

Hay personas que ocultan su pasado familiar y por hacer eso considero que muestran una actitud lamentable hacia sus mayores, de la que tendrían que avergonzarse. Opino así porque lo que deberíamos hacer con nuestros mayores, por regalarnos sus genes, es sentirnos muy orgullosos de ellos por poner las primeras piedras de nuestra existencia.
El recuerdo que tengo de mis abuelos, paternos y maternos, es imborrable aunque Ana y Cayetano murieron muy jóvenes y no pude tratarlos. Cuando mi madre tenía 14 años se fue él y ella cuando yo era muy pequeñajo, esa realidad me impidió guardar algún recuerdo grato de los besos que me dio y del cariño que me tenía pero, a pesar de ello, les tengo un gran cariño pues cuando fui mayor me hablaron muy bien de ellos las personas que los trataron a fondo.
La abuela Ana, según cuenta mi madre, fue una mujer muy especial pues se desvivía por todos y, por si tenía poco, también atendió a sus suegros hasta que murieron. Con unas maneras exquisitas crió a sus tres criaturas y domó al potrillo intratable que era D. Francisco antes de casarse. Cuentan quienes vivieron su transformación que todo lo callejero, festivo y trasnochador que era en su juventud pasó al recuerdo cuando se casó, hasta el punto de que no salía de la casa, y siempre estaba a su alrededor cuando acababa sus ocupaciones. El mérito de ella estuvo en que, sin ser una sargentona, logró que cambiara sus hábitos y lo hizo con su ejemplo de vida y la bondad que mostraba en sus relaciones con la familia y con las personas que la trataba.
Cuando murió, D. Francisco tenía 64 años y un tiempo después ya  comenzó a protagonizar algunas anécdotas “donjuanescas” que publiqué y así, con él, se cumplió totalmente el refrán: [Genio y figura hasta la sepultura.].  
Cuando se casaron vivieron en esta casa y tenía puerta en dos calles. La fachada, en la plaza de Alfonso XIII, un nombre que fue cambiando con el paso de los años y por eso también se conoció después como del Caudillo, de la Iglesia, del Mercado y, ahora, de Nuestra Señora de la Asunción. Al Este la casa tenía, y aún la tiene, otra lateral – nombrada entonces como “puerta falsa”- que daba a la calle Tosquilla, después General Mola y, por último, Antonio Machado.
Cuando se casaron, la noche de bodas se acostaron con un duro y con esos cimientos dinerarios arrancaron su vida en común. Él se ganaba la vida trabajando de “Zapatero de burros” o “Herrador”, como ocupación principal, y, además, también tenía otras para mejorar sus ingresos. Unas eran de índole comercial pues vendía vino y vinagre a granel, ramales para la siega y sogas, abonos y, como vendedor de pólizas de seguros de la compañía “La Estrella”.
Miguel Torres Moreno “Carchinilla” en el escrito que remitió me recordó algo que me encantó: [Leyendo tus publicaciones, me viene a la memoria aquella pared de su casa (se refería a la que estaba en la calle Tosquilla), llena de estacas, donde atábamos los mulos del ronzal, esperando el turno para que le pusieran las herraduras. Este trabajo lo realizaban él y Pepe Frontán.
A mediados del mes de mayo se les amontonaba el trabajo ya que todos íbamos con los mulos para ponerle las herraduras en las manos y en las patas, preparándolos para la faena de la trilla en las eras.].
Pepe Frontán era hijo de unos parientes del abuelo Paco, vivían en Jaén y tenían otros dos hijos, Valentín y Salvador. Cuando fueron mayores se marcharon a Madrid, allí trabajaron y formaron sus familias. Cuando Pepe era un mozuelo se vino al pueblo, vivió en casa de mis abuelos, él le enseñó el oficio de “Herrador”, se casó con Ana María- hija de Juan ManuelEl Herrero” y sobrina de la abuela Anica- y, como bien recordó Miguel en su escrito: [Cuando D. Francisco dejó de trabajar, Pepe Frontán y Miguelito hicieron esos trabajos frente al Museo Cerezo Moreno.
Esto lo recuerdo perfectamente y ahora siento nostalgia recordando aquellos tiempos.].
El local donde instaló Pepe su herrería fue compartido con D. Alfonso Valdivia Duro, éste tenía una habitación para su trabajo de veterinario en la parte izquierda y un tiempo después, a continuación y lindando con la familia Gomez MarfilLos Porronchos”, inauguró una fábrica de hielo en la que también se hacían polos, la persona que estuvo trabajando en ella fue Antonio Aranda AparicioTabique”.
La receta de aquellos polos era muy simple: El agua era tomaba del pozo que había en el patio, los polvos para darle el color y el frío para congelar la mezcla. No había otra cosa fría que fuera mejor en aquellos tiempos pero… ¡Qué ricos estaban!
De mi abuelo trabajando no guardo ningún recuerdo y tampoco ninguna anécdota pero de Pepe trabajando en este local sí tengo el recuerdo muy claro. Ya he comentado en qué parte de él estaba la clínica veterinaria y la fábrica pero no comenté que a la derecha había unos portones que daban paso a una nave, donde se herraba, que estaba abierta a un patio empedrado en el que había un pozo con un gran venero y que en la parte final había una pared con una puerta que daba paso a otro corral.
Como MiguelitoEl herrador” se casó con la prima Carmen la “Chavalera”, sobrina de la abuela Ana, pues nos relacionábamos mucho y un día, como mi tía Maruja vivía en Mengíbar, me dijo:
- Paquito, mañana voy a ir a Mengibar a por herraduras con la bicicleta… ¿Quieres venirte y llegamos a ver a la tita Maruja?
Al día siguiente, a la hora acordada, estuve con mi bicicletilla “Orbea” de color rojo en la casa de Miguelito para viajar. La ida la hicimos por la desviación de “Los Chorrillos”,  visitamos a la tita y le dimos una gran alegría.
Nos despedimos, compró las herraduras, las amarró en el transportín e iniciamos el regreso a Villargordo. Ya habíamos pasado el puente de Agudo sobre el Guadalbullón y Miguelito me dijo que el regreso lo haríamos por la cortijada “La Vega” y, al pasar ésta, nos bajamos de las bicicletas para subir la cuesta a pie. Cuando ya la habíamos coronado divisamos a lo lejos a unos cuantos toros que venían en dirección contraria hacía nosotros y él, percatándose de que yo me estaba asustando, me dijo:
- Tú no les hagas nada que son muy peligrosos y, además, como tu bicicleta es de color rojo pues si corres pueden tirarse a ella.
Después de escuchar sus palabras el susto se apoderó de mí con más fuerza y, antes de que llegaran a nuestra altura, cogí la bicicleta y me metí con ella por medio del olivar achuchándole mientras describía una buena semicircunferencia para alejarme del peligro. Miguelito, cuando vio la maniobra que realicé, comenzó a darme voces para que no lo hiciera y, mientras gritaba se meaba de risa.
Cuando desaparecieron los mencionados negocios esa propiedad fue adquirida por Fernando ValeroPelotas”, el padre, en él edificaron los hijos sus viviendas y en el bajo comercial abrieron unos negocios de hostelería.
El abuelo Paco me contó una noche, sentados en el brasero, que tenía en el corral una piedra redonda con un manubrio para afilar algunas herramientas del trabajo y los útiles de la cocina. Los hechos ocurrieron unos meses después de acabar la Guerra Civil, era por la mañana, estaba afilando el pujavante que usaba para arreglar los cascos de los animales, entró un vecino en el patio en busca suya y después de los tradicionales saludos le dijo al abuelo:
- Francisco… ¿Puedo afilar la navaja?
- ¡Cómo no vas a poder, dámela que lo haga yo! –le respondió.
El abuelo sabía que aquel señor que entró en el patio había presumido en su momento, en la plaza y ante otros paisanos, de haber rematado con ella a D. Pedro Sandoica y, mientras esperaba que le afilara la navaja, le preguntó:
- Francisco… ¿Tú crees que me pasará algo?
Cuando contó la escena me dijo que aquel señor que le hablaba con una navaja en la mano era un tiarrón y que, como él no tenía nada que reprocharle, le dijo:
- ¡Qué te van a hacer, tú no has hecho nada!
Después remató su recuerdo diciendo:
- ¡Cualquiera le decía lo que le esperaba por haber presumido en público de su acción con aquel corpachón y teniendo aquel navajón en la mano!
Había en aquellos años otro herrador, se llamaba también Francisco, era natural de Mengíbar, no se casó, vivía con su hermana en una casa de la calle La Parra –hoy Granadillos- y fue fusilado por los republicanos en la Guerra Civil… ¿Por qué?
Parece ser que este señor no tenía ninguna connotación política y que su arresto fue un acto sin sentido. Se contaba en el pueblo que unos milicianos fueron a por otro vecino de él a su domicilio y, como no estaba, al pasar por la casa de Francisco decidieron llevárselo para no regresar con las manos vacías.
Los “herradores”, como calzaban las bestias de los cortijeros, tenían buenas relaciones con ellos y eso les hacía que otros paisanos no los miraran con buenos ojos… ¡Cómo no se iban a relacionar con los cortijeros si ellos tenían muchas yuntas de mulos y algunos caballos, yeguas, burros y burras!
A mi abuelo le metieron el resuello para adentro cuando venía un día del campo y traía aceitunas para curarlas, lo pararon para explorar lo que llevaban y le dijeron:
- ¿Para qué las traes si no te las vas a comer?
D. Francisco apañó un buen sustazo y por ello le entró un diarreazo muy serio pero ahí quedó el asunto, el otro colega tuvo peor suerte porque acabó siendo fusilado. Un tiempo después pudo ser identificado porque llevaba en uno de los bolsillos del pantalón las monedas que le había pedido a su hermana, antes de que se lo llevaran, para hacer una compra.

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