miércoles, 25 de marzo de 2020

¿QUÉ DIRÁN DE MÍ?



Colaboración de Paco Pérez
LA INTERROGANTE QUE NOS ARRUINA EL ESPÍRITU
Varios años estuvimos veraneando durante el mes de agosto en Roquetas de Mar (Almería). En nuestra agenda se repetía todas las mañanas la misma programación para después del desayuno: Caminar, hacer las compras y detenernos al regreso en una cafetería para tomar la dosis habitual que a media mañana viene muy bien para levantar el ánimo de quienes madrugan. No teníamos un establecimiento fijo, siempre dependía de donde estuviéramos a la hora que nosotros habíamos convertido en habitual. Guiándonos por ese criterio una mañana lo hicimos en una nueva y al depositar el azúcar en el vaso descubrimos un detalle muy curioso del establecimiento, los sobres que nos pusieron llevaban impresos unos textos que eran pensamientos publicados por personajes célebres. La verdad, nos gustó este gesto cultural, incrementamos nuestras visitas a esta cafetería para ver qué texto nuevo nos encontrábamos, los fuimos guardando y con sus contenidos abrí en el ordenador una carpeta con el título de “Pensamientos cafeteros”, donde los escribí y guardé.

Hoy, de casualidad, ordenando los contenidos de las carpetas me la he encontrado y he leído varias veces el que más me impactó entonces, su autor fue el genial Albert Einstein. Él aconsejaba: [Preocúpate más por tu conciencia que por tu reputación porque tu conciencia es lo que eres, es tu problema. Tu reputación es lo que otros piensan de ti y, lo que piensen los demás, es problema de ellos.].
¡Qué verdades tan grandes encerraban estas palabras!
¿Cuántas personas viven con el espíritu secuestrado, sin estarlo, por esta forma particular de pensar que las aterroriza tanto? ¿Por qué tienen estos temores?
En el pasado, tener la personalidad deformada por esta problemática era algo muy frecuente en los pueblos pequeños y, en nuestros días, también se da este comportamiento porque el vecindario se relaciona muy bien y por esa realidad todos sabían, y saben, que como el deporte favorito de sus gentes siempre es el “chismorreo” pues cualquier desliz tiene la facultad de convertir una china en una gran roca. Para evitar que estas formas equivocadas de convivencia los atropellara el vecindario tomaba medidas preventivas para que nadie les levantara los pies del suelo, ahora también sucede.
Estos temores no están generalizados pero sí tenemos más de los deseados, hasta el punto de que quienes los padecen no son libres a la hora de gobernar sus actos y esa problemática hace que estas personas se pasen la vida indecisas, es decir, sin saber qué es lo mejor para ellas.
¿A quién no le ha pasado alguna vez sentirse afectado por algún comentario de alguien o le ha dado exagerada importancia a las opiniones ajenas?
Después de leer a Einstein recordé que hace bastante tiempo leí un cuento que se titulaba “El abuelo, el nieto y el burro”-de autor anónimo- y, como su enseñanza me impactó mucho, pues consideré que su enseñanza era una terapia muy adecuada y precisa para quienes padecen el síndrome del “qué dirán de mí los demás”. Este cuento nos enseña que no podemos contentar a todos pues, hagamos lo que hagamos, siempre tendremos a nuestro alrededor a ciertas personas que nos criticarán.
Leamos su contenido:
[Había una vez un anciano y un niño que viajaban con un burro de pueblo en pueblo. Puesto que el asno estaba viejo, llegaron a una aldea caminando junto al animal, en vez de montarse en él. Al pasar por la calle principal, un grupo de niños se rió de ellos, gritando:
-¡Mirad, qué par de tontos!
Tienen un burro y, en lugar de montarlo, van los dos andando a su lado. Por lo menos, el viejo podría subirse al burro. 
Entonces el anciano se subió al burro y prosiguieron la marcha. Llegaron a otro pueblo y, al transitar entre las casas, algunas personas se llenaron de indignación cuando vieron al viejo sobre el burro y al niño caminando al lado. Entonces dijeron a viva voz:
-¡Parece mentira! ¡Qué desfachatez, el viejo sentado en el burro y el pobre niño caminando! 
Al salir del pueblo, el anciano y el niño intercambiaron sus puestos. Siguieron haciendo camino hasta llegar a otra aldea. Cuando la gente los vio, exclamaron escandalizados:
-¡Esto es verdaderamente intolerable! ¿Habéis visto algo semejante? ¡El muchacho montado en el burro y el pobre anciano caminando a su lado! ¡Qué vergüenza! 
Puestas así las cosas, el viejo y el niño compartieron el burro. El fiel jumento llevaba ahora el cuerpo de ambos sobre su lomo. Cruzaron junto a un grupo de campesinos y éstos comenzaron a vociferar:
-¡Sinvergüenzas! ¿Es que no tenéis corazón? ¡Vais a reventar al pobre animal! 
Estando ya el burro exhausto y, como aún faltaba mucho para llegar al destino, el anciano y el niño optaron entonces por cargar al flaco burro sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente se apiñó alrededor de ellos. Entre las carcajadas, los pueblerinos se mofaban gritando:
- ¡Nunca hemos visto gente tan boba! ¡Tienen un burro y, en lugar de montarse sobre él, lo llevan a cuestas! ¡Esto sí que es bueno! ¡Qué par de tontos! 
La gente jamás había visto algo tan ridículo y empezó a seguirlos.
Al llegar a un puente, el ruido de la multitud asustó al animal que empezó a forcejear hasta librarse de las ataduras. Tanto hizo que rodó por el puente y cayó en el río. Cuando se repuso, nadó hasta la orilla y fue a buscar refugio en los montes cercanos.
El anciano, triste, se dio cuenta de que, en su afán por quedar bien con todos, había actuado sin cabeza y, lo que es peor, había perdido a su querido burro. Así que decidió hablar con el niño y le dijo:
- Mira, así como el burro, estarás perdido si escuchas demasiado la opinión de los demás...Son muchos, y cada uno tiene su pensamiento, por lo que dirán siempre cosas diferentes. Si escuchas a los otros en lugar de a ti mismo, siempre irás de un lado a otro sin rumbo propio.].
Luego, quienes quieran librarse de este comportamiento inútil deberán recordar este cuento y aplicar a su vida, al levantarse, la enseñanza del cuento y la de este refrán: [Ande yo caliente y ríase la gente.].
También podemos aplicarnos la filosofía de los años, muy bien explicada por el inolvidable vecino Santiago CallesSantiagorro” cuando estaba ensayando con la banda y le preguntó un camarero:
- Santiago… ¿También va a tocar la banda este año “La Dolores”?
Él no se inmutó y le respondió así:
- Tú preocúpate de que las cervezas estén fresquitas y buenas.
Si la sociedad siguiera el consejo de Santiago sólo nos preocuparíamos de nuestros problemas, dejaríamos al vecindario en paz y entonces no habría personas obsesionadas con el “qué dirán de mí los demás”.

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