viernes, 4 de diciembre de 2020

A DON MIGUEL VALERO RAMÍREZ

 Colaboración de José Martínez Ramírez

Él cambió la teresiana
y se hizo maestro del fogón,
los caminos de España
fueron de canela y arroz.
Aquella tarde extraña
descansaba en su sillón
lo despertó una llamada,
hiriente fue su aguijón.
Salió pronto de su casa,
grave el semblante de horror,
su mano iba armada,
en la boca el corazón;
por la escalera de Santa
Elena en un segundo vio,
su niñez cuando jugaba
en el rio Guadalbullón.
Si su madre lo abrazaba
entonces era besucón,
de sus hermanos las caras
de su padre aquel balón.
Los ojos de aquella sala
mirándolo quietas las dos,
mientras él se alejaba
antes dejo el corazón.
Le arrebató el arma
con el asesino luchó,
antes de engrilletarlas,
el siguiente cuadro vio;
en el suelo descansaba
aquella horrible situación,
la mujer herida estaba
de muerte, con su hijo menor,
mientras a su hija intentaba,
arrojar por aquel balcón.
Aún quedan en España
héroes por su condición.

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